El 25 de marzo 1958 nació en la comunidad Na Savi de Tototepec, municipio de Tlapa de Comonfort, Guerrero. Fue el cuarto hermano de los 8 hijos e hijas que procrearon don Bruno Campos y doña Teofila Hernández. Los primeros 6 años de su vida los disfrutó en la casa de su abuelo Eulalio Campos, quien fue un principal del pueblo, fungió como intérprete de la comunidad y fue gestor para que en Tototepec se instalara un módulo de registro civil.
Mario heredó esa sensibilidad de su abuelo Bruno de abrazar la causa del pueblo indígena y también cultivar la música. Estudió la primaria en la escuela “Ignacio Manuel Altamirano” en el turno vespertino de la ciudad de Tlapa. Concluyó los estudios de secundaria en la escuela “Juan N. Álvarez” de esta ciudad. Posteriormente ingreso al seminario conciliar de Chilapa, donde estudió dos cursos de humanidades. Continuó sus estudios sacerdotales en el seminario Palafoxiano de Puebla, ahí cursó los tres años de filosofía y cuatro años de teología. Su mayor satisfacción fue ordenarse sacerdote en la misma fecha de su nacimiento, en 1985. De inmediato pasó a formar parte del grupo formador del seminario de Chilapa. Posteriormente lo nombraron párroco de Atlamajalcingo del Monte, donde empezó a recuperar su lengua materna y asumir un compromiso más cercano con la población Na Savi de la Montaña.
Su cambio a la parroquia de El Rincón, municipio de Malinaltepec, le marcó para siempre el nuevo derrotero de su vida sacerdotal. Inició un proceso de conversión que lo llevó a encabezar un movimiento regional orientado a defender los derechos de los pueblos indígenas. Escuchó el clamor de los pueblos de la Costa-Montaña y abanderó sus demandas. Impulsó la formación de un comité gestor para la construcción de la carretera Tlapa-Marquelia. Fue importante su visión de poder unir las demandas de los pueblos de la Montaña con la Costa Chica. Su carisma y su figura como sacerdote fue un factor determinante para impulsar la unidad de los pueblos y fortalecer estas luchas. Logró que se creara una sede de la Universidad Pedagógica Nacional en la comunidad Me’phaa de El Rincón y al mismo tiempo reavivó la organización comunitaria a través de las asambleas parroquiales que fueron el antecedente de las asambleas regionales.
Logró articular esta convergencia de organizaciones sociales como la Luz de la Montaña, La Unión Regional Campesina, el Consejo Guerrerense 500 años de Resistencia, Indígena, Negra y Popular, Consejo Comunitario de Abasto, SSS de Café y Maíz, con la firme intención de velar por la seguridad pública de las comunidades indígenas de la Costa-Montaña. Alentó la reflexión en las asambleas comunitarias y tuvo el pulso del problema central que enfrentaban las comunidades, logrando recuperar la memoria de los pueblos sobre cómo aplicaban justicia antes de que llegara el Ministerio Público a San Luis Acatlán. Ante la inoperancia de las instituciones de justicia del Estado y la gran vitalidad de los pueblos para defender sus derechos, el padre Mario jugó un papel determinante para darle forma a lo que los pueblos de la Costa-Montaña bautizaron como Policía Comunitaria. Que en palabras del padre Mario, es un nombre que le da identidad por lo que representa la organización interna de las comunidades y el significado profundo de su gobierno comunitario. Fue el 15 de octubre de 1995 cuando formalmente se presenta la policía comunitaria, como un sistema de seguridad y justicia propio de los pueblos indígenas, en la comunidad de El Rincón. Esta osadía costó persecución y muerte de los comisarios municipales que asumieron la responsabilidad de salir al frente, en defensa de la comunitaria. En este manantial de saberes de los pueblos indígenas se crean las estructuras internas de este sistema como la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias- Policía Comunitaria (CRAC-PC), que formalmente son las autoridades legitimadas por los pueblos, así como el comité ejecutivo de la policía comunitaria, los consejeros y consejeras de la CRAC y los comisarios municipales.
Después de este trabajo pionero que le dio gran popularidad a la CRAC-PC, el padre Mario Campos fue nombrado párroco de Xalpatlahuac, donde también impulsó la organización de las comunidades para la construcción de caminos, escuelas, así como la creación de algunos grupos de la policía comunitaria. Desde la creación de la diócesis de Tlapa, Mario Campos jugó un papel importante como coordinador de la pastoral social, que alentó procesos parroquiales encaminados a mejorar las condiciones de vida de las familias indígenas. También impulsó la creación de la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero, al lado del dirigente social Bruno Plácido Valerio. Estas dos experiencias emblemáticas contaron siempre con el apoyo y el consejo de Mario Campos. Trató de ser un puente para el diálogo y la conciliación ante la separación que se dio por la disputa de dos liderazgos.
En su lucha por la defensa de la policía comunitaria fue acusado por los caciques de San Luis Acatlán y detenido por el delito de allanamiento de morada, que fue fabricado por el Ministerio Público en contubernio con los líderes políticos de la cabecera mestiza de San Luis Acatlán. Su detención ocasionó que los grupos de la policía comunitaria y la misma población se amotinaran en el juzgado para exigir su liberación. Su gran prestigio como sacerdote comprometido por la justicia y los derechos humanos, le dio legitimidad y la fuerza para demostrar su inocencia y alcanzar su libertad.
Por su compromiso inalterable como sacerdote progresista que inculturó en los pueblos indígenas de la Costa-Montaña y optó por la causa de los pobres. También fue fichado por el CISEN, catalogado como un sacerdote radical que promovió la creación de la policía comunitaria, así como los grupos de autodefensa y que tenía vínculos con el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI). Siempre estuvo vigilado por parte de agentes de inteligencia militar, porque consideraban que el rol que jugaba era clave, para convocar a los pueblos y propiciar un levantamiento armado. En los últimos años el padre Mario estableció vínculos con las Universidades para que jóvenes estudiantes pudieran trabajar al lado de las comunidades y propiciar iniciativas que fortalecieran el trabajo comunitario. También apoyó a las madres y padres de los 43 estudiantes difundiendo en su parroquia y en la diócesis la necesidad de que la iglesia estuviera más cerca de las familias.
En esta lucha por la vida de la población pobre de la Montaña, el padre Mario murió luchando contra el Covid-19 a sus 62 años. Su legado sigue vivo en la diócesis y en las parroquias donde dejó una huella imborrable de lo que significa ejercer el sacerdocio desde el compromiso pastoral en defensa de los derechos de los pueblos indígenas.