Opinión Consuelo Solís, mujer de roble Todo lo que digo me sale del corazón. Vivo agradecida con todas las personas que han enarbolado la lucha de Genaro y que, a pesar de la represión, han permanecido fieles a sus ideales. Antes, el mismo nombre de Genaro era motivo de persecución y encarcelamiento. Era imposible realizar actos públicos y reivindicar su memoria. Por pegar carteles en las paredes íbamos a parar a la cárcel. Tengo muy grabada la fecha, era el quinto aniversario de su muerte: antes de partir al panteón a limpiar su tumba y a poner flores, llegó el ejército y nos arrebató los posters que traíamos para pegarlos. Mi cuñada, que en paz descanse, les dijo llévense todos los que quieran, al fin que tengo más. Yo también estuve secuestrada, estuve presa con una niña que habla el tu´un Savi, que es de Cuatzoquitengo. Una hijita en adopción. Me detuvieron con ella por buscar a un compañero, a Jorge Mota González, quien murió hace tres meses. En esa fecha alcancé a llamar de un teléfono público cuando vi carros con gente armada. Le hablé al licenciado José Rojo Coronado y le dije licenciado, vaya a mi casa. Si en 10 o 15 minutos no llego, quiere decir que me agarró la policía. Y así fue, llegó a la casa y yo nunca llegué. Me detuvieron con mi hija y me preguntaban ¿dónde está Genaro? Les dije: Yo no lo persigo. Lo persiguen ustedes. Ustedes deben saber dónde está, no yo, porque él dormirá una noche en un lugar y en la otra noche no va a estar en el mismo lugar. Separaron a mi hijita de crianza en otra celda. Me decían, cuando la oigas gritar se te va a refrescar la memoria. ¿Saben ustedes lo que es eso? Un dolor sin que puedas hacer nada. Yo sí sufrí lo que muchos no creen; la represión espantosa de los gobiernos anteriores. Me siento orgullosa, mis hijos igual de lo que hoy está sucediendo. Falta mucho por hacer porque el señor presidente tiene enemigos muy poderosos que tienen mucho poder económico y político. No les conviene que les esté cerrando la llave de sus raterías. Ni que quienes pelearon por un cambio ahora sean reconocidos como se merecen. Agradezco a los muchachos estudiantes que están aquí, que difundan quién fue Genaro Vázquez. Un muchachito de la preparatoria me dijo una vez: mi papá no me dejó ir. Me dijo que eso no es cierto. Cómo es posible que puedan negar lo que es palpable. Aquí están los compañeros, como José Bracho y Arturo Miranda que anduvieron con mi esposo. También quiero aclarar que cuando dicen que soy la viuda de Genaro Vázquez, les recuerdo que no soy la viuda, soy la esposa de Genaro Vázquez, porque Genaro Vázquez no ha muerto. Recuerdo cuando en el hospital general de la ciudad de México me entregaron su cuerpo. Estaba rodeada de soldados, rodeada de perros amaestrados. Entramos con miedo. Mis niñas estaban pequeñas y les dije si les ofrecen de comer no acepten nada. Así lo hicieron. Y yo pensé si él es a quien me van a entregar, de todos modos, voy a decir quién es él para que le den oportunidad de continuar con la lucha. Desgraciadamente cuando las enfermeras y la doctora destaparon su cara me convencí de que él era. Llevaba puesto el anillo de matrimonio. No se lo quitaron. Entonces me acordé de por qué mi hijo se llama Roque Filiberto. Roque Salgado Ochoa cayó en la Montaña junto con mi hermano Filiberto Solís Morales defendiendo la causa. Los compañeros pudieron subir al cerro, a la Montaña, y ellos se quedaron ahí. Roque muy malherido y mi hermano ayudándolo. Al mes de que nació mi hijo más pequeño llegó una persona con un traje típico de la Montaña, y me dijo la dueña de la casa donde yo vivía: maestra le habla una señora. Me fui asomar para ver quién era. Le dije, déjela pasar. ¿En qué puedo servirle? Me comentó: Los compañeros de allá y del compa, así le decían, que si el niño que acaba de nacer puede llevar el nombre de los compañeros que cayeron defendiendo la patria. – ¿Y cómo sé que la manda el compañero? -Él ya sabía que usted no lo iba a creer. Metió su manita y sacó un pañuelito con nuestro anillo de matrimonio. Cuando lo vi dije es cierto lo que me pide, y también lo de los dos compañeros que cayeron, Roque y Fili. Por eso mi hijo lleva el nombre de los dos: Roque Filiberto. Así como esa anécdota hay muchas más que demuestran la calidad de Genaro. Escribió una carta a sus hijos diciéndoles “no los estoy abandonando. Los amo, los quiero proteger, pero hay otros niños que requieren de mi presencia y de mi lucha para que puedan vivir mejor”. Cuando yo recuerdo eso y todas las anécdotas que podría contarles me llena de alegría el corazón. Por eso les doy las gracias a todos los compañeros que organizaron este aniversario luctuoso de mi esposo. También a las autoridades que permitieron este evento. A todos les digo que sigan adelante, que no se detengan. Quedé muy conmovida al escuchar el testimonio de José Bracho. Nos volvió a recordar lo que vivió al lado de Genaro cuando sucedió el accidente. Sus palabras rememoran hechos que deben quedar registrados para la posteridad. “Cuando recobré el conocimiento, lo primero que hice fue auxiliar al compañero Genaro. El carro en que viajábamos era de dos puertas. El asiento de atrás se impactó con el de adelante. No pude destrabarlo para auxiliar a Genaro. Yo tampoco estaba bien por la herida que tenía en la cara. Lo que hice fue buscar ayuda y vi al chofer que andaba como a 25 metros como zombi. El hombre solamente tenía un golpe en el pecho. En esas condiciones decidimos ayudar a Genaro, pero ya no pudimos, porque ya estaba la policía. Inmediatamente la policía identificó a Genaro por la fotografía que ya pululaba por dondequiera. Luego se lo llevaron. De ahí seguimos nosotros. Prácticamente no pudimos hacer nada. Me quedé paralizado, no sabía qué hacer. Solamente recordaba lo que un día me dijo Genaro acá en la Montaña: si uno queda, que siga la lucha. Cuando menos eso le demostré. Si dos mueren, uno queda. Me salí. Estuve debajo de un puente, los policías me anduvieron aluzando, para ver si estaba. No me localizaron y me retiré junto con el chofer. El choque fue como a la una y media de la mañana. Como a las tres quisimos irnos, pero me dijo Flores Bello; yo tengo compañeros en Toluca, voy a ir para auxiliarte. Le dije que estaba bien, que se fuera. Se bajó a la carretera, pero luego vi que unos caporales, que andaban a caballo, lo agarraron y se lo llevaron. No lo dejaron subir al autobús. En esas condiciones yo traté de alejarme lo más que pude. En la penumbra de la noche choqué con una casa. Los dueños se espantaron y yo también, porque pensé que era la guardia forestal, que inmediatamente dio el aviso al ejército que nos estaban buscando. Yo traté de retirarme sin rumbo fijo. Esa zona nunca la había caminado. Para donde iba pensé alejarme, pero iba mal. Caminaba de noche, y en el día me escondía, porque pensé que los militares me iban a ver desde arriba. Por eso me metí en algo que parecía una cueva de tierra. Ahí me tiré, no perdí el conocimiento, me dormí. Pensé que estaba bien resguardado, solo recuerdo que alguien me pateó. Cuando desperté vi al ejército que me tenía rodeado. Solamente recuerdo a uno con un cartucho de dinamita que tenía en la mano. Me amordazaron, me quitaron una pistola que portaba, y me llevaron con un general que estaba en la carretera. No sé cómo llegué al cuartel militar de Michoacán. No me acuerdo. Solamente recuerdo que uno de los militares me decía; estuvimos a punto de agarrarlos en el Refugio. Efectivamente, en el Refugio nos cayeron y por poco Genaro pierde la vida. Me acuerdo cuando estábamos acá en Tlaxcalixtlahuaca. Es algo que no se me olvida: –mira, Nacho, Pepe, José: yo no tengo regreso. Mi lucha es hasta morir, pero tú no tienes problemas, puedes retirarte. Bájate. -¿Cómo te voy a dejar? Yo no te dejo, yo me quedo contigo. Y me quedé con Genaro. Cuando lo liberamos de la cárcel yo quedé tendido, y un diario de Guerrero informó que yo había muerto, pero afortunadamente yo salí vivo. Ese diario quedó en una cueva cerca de Iguala. Se perdió, pero Genaro hacía sus anotaciones, parecido al Che Guevara. Genaro no murió en el accidente. Aquí me tienen. Me salvé del Covid-19 por milagro, pero Genaro no murió en el accidente. Por eso hoy que tenemos un gobierno progresista, un gobierno de los campesinos, de los estudiantes, del pueblo, solamente hasta ahora nos atrevemos a pedir que se investigue cómo murió el compañero Genaro. A Genaro le gustaba un corrido de un militar que se enfrenta en una cantina a otro, me parece. Y el corrido dice “qué bonitos son los hombres que se matan frente a frente defendiendo sus derechos”, y Genaro eso quería, morir de frente: morir como un hombre luchando por sus ideales, pero desgraciadamente no fue posible. Al mes de la muerte de Genaro, Consuelo visitó la cárcel con la intención de ver a los compañeros, como Jorge, su hermano, a José Bracho y otros que ahí se encontraban. Lo inaudito fue cuando entró a las celdas, uno de los soldados de guardia le hizo un saludo militar. Consuelo ha demostrado ser una mujer valiente, fiel a los ideales revolucionarios. Una madre amorosa que en todo momento cuido y veló por la seguridad de sus hijos y que se ha mantenido firme e imbatible como el roble, reivindicando la memoria del comandante Genaro Vázquez Rojas. Share This Previous ArticleLa cuesta de la violencia, los bloqueos y la protesta social Next ArticleEducación negada en la Montaña: la niñez indígena de Llano de la Rana 6 febrero, 2023