Luchó por la vida, contra los caciques de la región y la felonía de los gobiernos estatales, pero ya no pudo contra la letalidad de virus de la Covid-19. Dejó este mundo el lunes 22 de febrero de 2021, justo seis días antes de que se cumpliera un año de que se detectó el primer caso de contagio en México.
El defensor de derechos humanos, Elmer Pacheco Salazar, luchó hasta el último suspiro. En honor a su trabajo, memoramos su casta de defensor en estas agrestes montañas. Fue determinante su osadía para enfrentar a las autoridades en aras de luchar por una región con acceso a la justicia para las familias indígenas.
En la primera ola de contagios salió ileso. Sin embargo, la segunda ola empezando el año 2021 lo alcanzó, dejando este hemisferio de la vida para estar cerca de su mamá, en el lugar donde empezó a conocer la lucha social. Elmer Pacheco, nunca pensó que se iría en esta hecatombe de la muerte.
Empezó con una tos, pero rápido se realizó la prueba y dio positivo a Covid-19. Preocupado llevó a su familia a una revisión médica para descartar contagio. Sus hijas y esposa resultaron positivo por lo que las llevó a consulta y compró las medicinas. Acostumbrado a luchar por la vida daba esperanza y ánimo a su familia de que todos saldrían victoriosos una vez más para contemplar el horizonte al caer la tarde. Su temple de acero hacía que su rostro siguiera desprendiendo su risa. Calentaba el té e inhalaciones para prevenir un evento catastrófico. Al tercer se sentía un poco cansado, ameritaba un descanso, pero imbatible continuaba atento a su familia.
Nada podía pasar a un luchador por los derechos humanos en esta pelea por la vida. No obstante, la noticia de que 9 de sus primos estaban contagiados en la Ciudad de México le llegó profundo, como si la existencia humana se desplomara. Aun así, indoblegable tomaba sus medicamentos, pero al cuarto día tuvo dificultades para respirar. Previendo un escenario complejo compró un tanque de oxígeno para cualquier eventualidad urgente, además de que estaba previendo que en el hospital encuentra saturado en algunos días. Sentía que le faltaba el aire. Al siguiente día por fin decidió ir al hospital porque su situación estaba empeorando.
El miércoles 17 de febrero de 2021 lo internaron en el hospital general de Tlapa. El lunes 22 de febrero la familia recibió la noticia de que había fallecido.
Sus familiares esperan que el dolor pase para llevarlo a las tierras de su mamá, en las tierras de Othón Salazar, donde hace tiempo había tomado la bandera roja, signo de los trabajadores y de la revolución social.
En el recuerdo de su hija Arina, Elmer empezó a conocer la lucha a los cuatro años cuando su abuela Edith Salazar Gordillo, originaria de Alcozauca, y su abuelo Eligio Pacheco Mario, originario de Malinaltepec, lo llevaban a los mítines de Othón Salazar. «Me decía que le daban una bandera y le hervía la sangre cuando oía que la gente gritar por sus demandas”. Pareciera que la justicia estaba cerca. Era la revolución. Lo que le marcó también fue que mi abuelo queda huérfano y de escasos recursos económicos, padeció las humillaciones por ser indígenas Me’phaa. Para mi papá en cada indígena veía a mi abuelito. Parte de su lucha fue motivaba por mi abuelito, porque le enseñó a nunca discriminar a nadie».
Años más tarde sería un abogado comprometido con las comunidades indígenas. Durante 10 años acompañó a las víctimas desde el Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan. Desinteresadamente litigó a contracorriente con la prepotencia y corrupción que caracteriza a los órganos de justicia, para que la Montaña de Guerrero floreciera, afirma Vidulfo Rosales, su compañero entrañable.
Cuando desaparecieron los 43 normalistas de Ayotzinapa el 26 y 27 de septiembre de 2014 no dudó ni un solo instante en formar parte de la comisión política del Movimiento Popular Guerrerense (MPG) de la Montaña, apoyando contra las injusticias del gobierno.
La desaparición de su íntimo amigo, Arnulfo Cerón, le pegó profundamente, siempre dijo que nunca debió ser asesinado, comenta su esposa Almadelia Flores.
En retrospectiva, Elmer dijo, en la exigencia de justicia por el asesinato de Arnulfo Cerón, que “fue un precursor de la defensa de los derechos humanos en la región de la Montaña y de Guerrero, uno de los estados más caóticos de México. Estuvo siempre con los más humildes, luchando en favor de la gente que necesitaba un trabajo, un techo, una escuela o un maestro. Creemos que es una obligación de nosotros, como sociedad, exigir justicia para él. El caso de Arnulfo no puede quedar en el olvido, significa poner al día al Estado de lo que es la justicia en favor de los derechos humanos. No puede haber más casos como el de Arnulfo en México, por lo que tiene que haber un compromiso real del gobierno federal, estatal y municipal para que quede establecido como un hecho donde se ofreció justicia y castigo a los responsables”, palabras del ahora fallecido defensor, Pacheco Salazar.
En el Frente Popular apoyó a campesinos por problemas de tierras, sin esperar nada a cambio, dejaba su sabiduría al servicio de las y los ciudadanos. Con el asesinato de Antonio Vivar participó en las marchas y exigió justicia. Por su parte, En la Normal Regional de la Montaña formó a estudiantes críticos y con la sensibilidad para apoyar a las comunidades indígenas de la región.
“Recientemente, en el sitio Juárez como transportista hubo personas que le pidieron su apoyo para que les realizara oficios porque no les pagaban a las caseteras.
Su risa rebelde y contagiosa generaba las sensaciones apacibles cual hojas se dejan acariciar por el rocío de las mañanas, como el silencio; la muerte en su concepción de sus antepasados le susurran en el tiempo. Su gusto por la música de Mercedes Sosa, de la trova de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y el Rock And Roll, especialmente el Haragán, era el canto rebelde. Así lo recuerdan sus hijas e hijo.
Tlachinollan fue una escuela para el defensor, ahí forjó su espíritu combativo para enfrentar los grandes problemas que aquejaban en la Montaña. Que más decir con una historia tan basta como defensor de derechos humanos. Surca en los aires su palabra y queda su andar en las montañas, y el revoloteo de su pensamiento en la memoria de muchas personas.