Las madres y padres de los 43 normalistas desaparecidos dejaron su familia y su casa pensando que pronto regresarían con sus hijos. En las primeras semanas que permanecieron en la Normal tuvieron la corazonada de que la ausencia de sus hijos sería temporal. Sentían que en cualquier momento les informarían de los lugares donde se encontraban. Temían que los grupos de la delincuencia los tuvieran trabajando en lugares inhóspitos, había rumores de que estaban escondidos en algunas cuevas. Las búsquedas fueron constantes y no dejaron de ir a los lugares por más lejanos y peligrosos que fueran.
El gran movimiento de solidaridad los reanimó y reafirmó sus convicciones de que los equipos de trabajo que se abocaron a la investigación y búsqueda de sus hijos lograrían saber qué pasó con ellos. Los gobiernos fueron los que fallaron a las madres y padres. Con Enrique Peña Nieto fabricaron la verdad histórica, resquebrajaron la versión de que los 43 estudiantes fueron incinerados en el basurero de Cocula. Con el presidente Andrés Manuel López Obrador se descarrilaron las líneas de investigación que habían avanzado con el apoyo del GIEI y del fiscal especial Omar Gómez Trejo. Asumió el control de la investigación y elaboró un informe donde descalificó a los representantes legales y se erigió en defensor de los militares.
Para las madres y padres los últimos encuentros con el presidente resultaron infructuosos porque no había avances sustantivos en las investigaciones ni en las búsquedas en terreno, además su postura en defensa del Ejército se mantuvo inamovible. Acordaron reunirse, siempre y cuando hubiera alguna información relevante sobre el paradero de sus hijos. El tiempo se agota y no hay una señal que indique que habrá hallazgos importantes. Las madres y padres sintieron que en los primeros cuatro años se lograron algunos avances en las investigaciones, sin embargo, cuando se toparon con el Ejército todo esfuerzo quedó trunco. El presidente tomó el timón y le dio un cauce propio a la investigación sin una dirección clara.
Ahora priva el desencanto, la incertidumbre y la desesperación entre las madres y padres, porque cumplirán 10 años cargando con una pena inconmensurable. El fuego que poco a poco va apagando sus vidas se debe a las razones de Estado, que sacrifican la verdad para encubrir a quienes participaron en la desaparición de sus hijos. Los testimonios de algunas madres nos sumergen al mundo de lo inefable. De cómo invade sus vidas el sufrimiento ininterrumpido por la desaparición de sus hijos.
Este lunes cumple mi hijo 29 años. Hace 10 años todavía tuve la oportunidad de escuchar su voz por teléfono. Me dijo que no podía ir a la casa porque tenía muchas actividades en la Normal. Me dio sentimiento, pero pronto me consolé. Entendí que lo principal es que estudie y se prepare, aunque no esté en la casa. Nunca pensé que no lo volvería a ver. Como madre me han quitado el derecho de que esté a mi lado. Sólo lágrimas y dolor hay en mi corazón. No es justo. ¿Por qué tengo que pagar esto?
La gente dice que son 10 años, pero es muy triste estar en esta situación. Me pregunto cómo he sobrevivido, porque al principio me decían en dos o tres meses los van a encontrar, y yo decía, para entonces ya me morí. Ahora estoy llegando a 10 años y aquí estoy. La verdad solamente Dios me ha dado fuerzas para seguir adelante. No se lo deseo a nadie, es un dolor muy feo. Una sufre al ver sus cosas, su ropa, su foto de mi hijo. Yo siento que me desmayo. Mis hijas sufren mucho, sus hermanos y sus abuelas. Es muy doloroso, no hay palabras para describir el dolor tan grande que siente una madre al no saber nada de su hijo.
Le he recalcado muchas veces al presidente que nos diga la verdad y por muy dolorosa que sea la vamos a aceptar, pero que nos dé pruebas científicas. Si usted me dice aquí está su hijo, lo encontramos así, lo voy a aceptar. ¿qué puedo hacer yo? No es que seamos madres necias, ni que nos aferremos a no aceptar una verdad que no queremos oír, pero que nos la den con pruebas científicas.
Andamos enfermas, yo sufro de artritis y no creo aguantar más tiempo así, porque mis pies me duelen bastante si tardo parada. La gente me ve caminando, pero no saben cómo me siento. Tenía dos años que me habían diagnosticado artritis cuando se llevaron a mi hijo. Estuve en tratamiento en Chilpancingo, pero ahorita ni siquiera me cuido, no debo mojarme y aquí ando en la lluvia. De las comidas no puedo pedir lo que no me hace daño, me como lo que me den. Todo esto me ha perjudicado más todavía.
Queremos la verdad nosotras como madres. No vamos a dejar de buscar a nuestros hijos. Hasta donde den mis posibilidades de salud y que Dios me deje en vida voy a seguir luchando por mi hijo porque quiero saber qué pasó con él. Yo sí tengo bien claro que fueron los militares, los policías estatales, municipales y ministeriales. Cómo vienen a decir que no tienen nada que ver si a mi hijo se lo llevaron patrullas, sus compañeros me dijeron: “yo vi, tía, cuando lo subieron a la patrulla”. En estos 10 años mi familia cambió mucho, ya no es igual como cuando mis hijos tenían a su hermano. Ahora hay tristeza y coraje porque no resuelven este asunto, porque no nos dan respuesta. Antes mis hijos me preguntaban ¿cómo estás mamá, no estás enferma? Pero ahorita se han olvidado, se han cansado de esperar. Se enojan conmigo porque no les puedo decir cuándo vamos a saber de mi hijo.
A veces me enfermo y me quedo en cama pensando en mi hijo. Voy al doctor y me recupero un poquito. Aquí ando porque extraño a mi hijo, no sé qué voy hacer si no aparece. Ando mal de la vesícula, según me van a operar, pero todavía no se ha podido. Mi esposo está enfermo, ya no puede caminar, antes él andaba gritando en la calle, pero se ha puesto delicado y tengo que seguir yo. La poca respuesta del gobierno nos está matando.
Me da coraje por qué no nos quieren decir a dónde se los llevaron, ¿dónde están? Solamente me la paso llorando, pensando cómo está mi hijo, cuándo va a regresar, en qué día. Hay días en que me paro en la puerta para esperarlo y así se me va el día. La tristeza me mata.
Ahorita ando en la jornada de lucha y sus hermanas están preguntando qué me dicen las autoridades. Así pasa cuando voy a una reunión, me pregunta la familia ¿qué dijo el gobierno? Nada, lo mismo. Y qué más les puedo decir a mis hijas. Nada más me pongo a llorar. ¿Qué cosa hizo mi hijo? Solamente vino a estudiar, no vino a hacer otra cosa. Somos gente humilde, pobres, no tenemos dinero para pagarle una mejor escuela a mi hijo. Quería estudiar para salir adelante.
Antes iba con los Xiñá (sabios) a preguntar si podían decirme que pasó con mi hijo. Algunos me decían que va aparecer, pero dentro de varios años, otros decían que no veían alguna señal de él. Lo que hago es un novenario de misas cuando tengo dinero. Por ejemplo, hace dos meses hice uno especialmente para él, y aparte hago otro novenario para los 43, porque no solamente a él se lo llevaron, también a sus compañeros. No puedo hacer una misa grande, aunque sea de 20 pesos en Tlacoapa o en Tlapa. Ruego a Dios para saber dónde está mi hijo.
Estos 10 años han sido muy duros porque desde que pasó la desaparición de mi hijo nuestra vida dio un giro muy radical. Es algo que no te esperas. Siempre fuimos una familia unida, convivíamos todos los fines de semana, salíamos a comer, a las fiestas, y desde que pasó esto nuestra vida ha sido muy diferente. Ya no son los cumpleaños que eran antes, ni las fiestas donde iba toda la familia porque nos falta él en la mesa. Ha sido un golpe muy duro. Tener que aguantar 10 años sin poder verlo, sin poder abrazarlo, sin poder tenerlo.
Los primeros meses fueron fatales, mi esposo se vino a luchar tres meses porque yo quería morirme, no tenía fuerza ni noción de lo que me pasaba. Yo prefería morirme si no lo encontraba, pero mi hija me alentó. Al paso de un año me salió una fuerza enorme, un coraje y una impotencia que cuando yo me venía para la Normal a las reuniones trataba de pelear, de sacar el coraje con las autoridades. Los maltrataba porque sabía que tenía la razón, ¿por qué se llevaron a mi hijo si no les hizo nada? Mi dolor lo convertí en rabia, me hice más resistente, no he de llorar, he de mantenerme fuerte, decía. Hay ratos en que tengo que desahogarme para agarrar fuerzas. Mi esposo me dice yo hago todo, tú descansa para que vayas a luchar, ve y saca todo tu coraje. Saqué una fuerza que ni yo misma me reconocía, tenía coraje contra el gobierno porque desaparecieron a nuestros hijos, pero no me voy a dejar. No hay una explicación concreta de todo el sufrimiento, tenemos que pelear. ¿Por cuánto tiempo más? Es lo que le pregunto a los del gobierno y no me responden.
Centro de Derechos Humanos de la Montaña, Tlachinollan