Esta es la doceava biografía de defensoras y defensores del sistema de seguridad y justicia indígena del estado de Guerrero; doce entregas enmarcadas en la campaña «12 Días por la Defensa de Nuestra Vida y Nuestra Libertad».
Día 12. Nestora Salgado García. Comandanta de la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias – Policía Comunitaria (CRAC-PC) en Olinalá, de la Casa de Justicia de El Paraíso.
Nestora Salgado García, es la sexta de siete hijos e hijas de una familia del pueblo artesanal de Olinalá, que vio marcada su vida por la pérdida de la madre Aurora, cuando Nestora tenía tan sólo once años. Nestora solamente concluyó primaria debido a la falta de recursos en pueblo. Como muchas otras jóvenes de la región, se casó joven: tenía tan solo 16 años cuando contrajo matrimonio con un vecino de su comunidad. Con él, procreó tres hijas: Saira, Rubí y Grisel.
Debido a las precarias condiciones de vida y a la falta de oportunidades laborales en el pueblo, Nestora se vio obligada a migrar con su esposo a los Estados Unidos de América a inicios de los años noventa, buscando el sueño americano que ha sido una evanescente promesa para mieles de familias de la región Montaña. Nestora tuvo que tomar la difícil decisión de dejar a sus hijas al cuidado de sus hermanos, con la esperanza de poder ofrecerles a ellas mejores condiciones de vida. Como muchas madres de la Montaña, se enfrentó a esa difícil decisión de irse lejos para algún día estar más cerca en mejores condiciones.
Tras su llegada a Estados Unidos, Nestora se instaló en Bellevue, Washington. Ahí se empleó como recamarera en un Hotel. Por las tardes y por las mañanas, limpiaba departamentos. En el trabajó doméstico duró alrededor de siete años. En esos momentos, Nestora tomó una de las decisiones más valientes de su vida: optó por una separación conyugal aun cuando esa decisión le implicó vivir sola en una situación irregular en un país donde la persecución a la migración indocumentada se ha acrecentado con los años.
Debido a su perseverancia y trabajo arduo, Nestora logró regularizar su situación migratoria en el año 2000 y en el 2008 adquirió su ciudadanía norteamericana. Durante estos años, construyó una nueva vida junto a su compañero Luis, quien por cierto aún vive en el país vecino y es el más activo promotor de la liberación de Nestora en Estados Unidos.
En octubre del 2002, Nestora regresó por segunda vez desde su partida a su natal Olinalá. Durante su estancia sufrió un accidente automovilístico en el trayecto que va de Tlapa a Huamuxtilan, junto con su padre y un hermano. Fue un momento arduo: se lesionó severamente la columna y se quedó sin poder caminar por dos meses. Nestora volvió a los Estados Unidos para acceder a la atención de salud que su país no le garantizaba.
Más adelante, Nestora decidió regresar a Olinalá permanentemente en el 2004, juntó a Luis, para trabajar las tierras de su padre y consolidar proyectos familiares que anhelaba desde su partida al país vecino. Entonces, al volver a su raíz tras la maduración que solo da el trabajo arduo y la distancia, Nestora miró con otros ojos la situación de su comunidad; las condiciones de vida depauperadas de quienes trabajan el campo en le Montaña; pero también la situación de inseguridad que ya entonces se gestaba en Olinalá y sus alrededores.
Pero lo que ocurría entonces era tan solo un pálido preludio de lo que vendría. En el año 2011, la delincuencia se enseñoró en Olinalá: incrementaron los secuestros, los robos a casa habitación, los asaltos a plena luz del día, las extorsiones y los asesinatos, sin que las autoridades intervinieran. La población comenzó a vivir con temor y enojo.
Un hecho que cimbró a Nestora y al pueblo de Olinalá fue la desaparición y posterior ejecución de un joven taxista, cuyo cuerpo fue encontrado el viernes 26 de octubre de 2012. Durante su entierro, realizado al día siguiente, la población detuvo a una persona que de manera sospechosa se encontraba tomando fotografías entre quienes habían asistido al funeral; entonces, lo entregaron a la policía municipal. Cuando los habitantes todavía estaban en el panteón, circuló el rumor de que habían secuestrado a otro transportista, lo que enfureció a los pobladores. Aunado a ello, les indignó que sin ninguna investigación de por medio quedara en libertad el joven que minutos antes habían entregado a la policía municipal. Aquél día sonaron las campanas del pueblo y la gente se reunió en el centro para discutir en asamblea qué harían frente a la inseguridad. Desde el medio día de ese 27 de octubre de 2012, los hombres y mujeres de Olinalá decidieron tomar en sus manos su seguridad y quedó conformado el Consejo de Supervisión y Vigilancia.
El esfuerzo organizativo de Olinalá tuvo eco en la región y un reconocimiento explícito del estado; primero por autoridades estatales de medio nivel y después por el mismo gobernador. El 15 de noviembre de 2012, Ángel Agurre Rivero se reunió con el Consejo y se comprometió a que durante los 3 años de la gestión del Presidente Municipal en turno, el Ejército permanecería en la cabecera realizando funciones de la policía municipal, pese a que la población externó que no tenía confianza en dichos elementos debido a que en reiteradas ocasiones habían sido vistos platicando con personas identificadas como delincuentes. Igualmente, el Gobernador se comprometió a respaldar la conformación de una policía comunitaria. Viendo a Nestora a los ojos, seguramente admirado por su carisma como tantas personas que la han tratado, el mismo Gobernador reconoció su fuerza y su encomiable labor.
Sin embargo, las cosas cambiaron al poco tiempo. El Gobierno del estado no cumplió los compromisos asumidos frente al Consejo y, paralelamente, el Presidente Municipal se manifestó en contra de la conformación de la policía ciudadana. En un movimiento clásico de cooptación, después integró a algunos trabajadores y a gente cercana a él al Consejo, que terminaría siendo desintegrado. No quedó otra opción para el pueblo de Olinalá: el 24 de marzo de 2013, la Policía Ciudadana tomó protesta en la Escuela Secundaria Federal y marchó por las principales calles de la población.
El proceso organizativo no pararía ahí. El 18 de mayo de 2013, alrededor de 170 hombres y mujeres integrantes de la Policía Ciudadana de Olinalá se adhirieron a la CRAC-PC. Nestora, por su arrojo y su liderazgo nato, fue nombrada por la asamblea como Coordinadora.
Pero la fuerte confrontación entre la CRAC-PC y las autoridades municipales no cesó. Esa disputa se encuentra en el origen del operativo de dimensiones desproporcionadas con participación de fuerzas de seguridad estatales y federales, así como las fuerzas armadas, que el 21 de agosto de 2013 irrumpió en Olinalá para ejecutar una orden de aprehensión en contra de Nestora Salgado. Algunos de los elementos que ejecutaron la orden de aprehensión conocían a Nestora por su liderazgo comunitario; cuentan que al detenerla, no faltó quien le pidiera disculpas por una detención que los mismos captores entendían como parte de un turbio entramado político.
Tras una serie de violaciones a los derechos de Nestora, el Gobierno del estado de Guerrero, con la complacencia de la Federación, arbitrariamente y sin ninguna justificación, trasladó a Nestora al Centro Federal de Readaptación Social de Tepic, Nayarit. Hasta el día de hoy, ahí se encuentra privada de su libertad, acusada del delito de secuestro, dentro de la causa penal 142/2013-II, que se instruye en el Juzgado 2º de Primera Instancia del Ramo Penal del Distrito Judicial de Los Bravo, con sede en Chilpancingo, Guerrero. El Juez a cargo del proceso, legalmente responsable de la libertad de Nestora, fue observador pasivo de este traslado arbitrario.
La mujer que reconstruyó su identidad en la lejanía de la migración para volver a su pueblo a revertir la inseguridad -pudiendo haber permanecido en Estados Unidos para cosechar lo que había sembrado tras años de trabajo arduo- es para el Gobierno de Guerrero una secuestradora. En los hechos, quien ha permanecido secuestrada desde agosto es ella, pues las restricciones del penal en la que la internaron la mantienen casi en la más absoluta incomunicación. Lejos de sus hijas, el frío de la celda se le cuela por la espalda lastimada y mina su salud.
Hoy, la familia de Nestora -sus hijas, sus nietos, su esposo, sus hermanos y sus hermanas- la espera ansiosamente para recorrer las calles de Olinalá a las que ella -y no el gobierno- les devolvió la seguridad. Para ello, el primero paso es acercarla a Guerrero; el segundo, volver a nombrar las cosas por su nombre y reconocer que sólo en los renglones torcidos del sistema de justicia el nombre de Nestora se puede asociar a la vil ocupación de los secuestradores.