María Elena Herrera Amaya
Posdoctorante Conacyt IIJ-UNAM
La Montaña de Guerrero es una de las principales regiones con migración interna, mayoritariamente vinculada a los mercados agroindustriales de las hortalizas en el centro, bajío y norte de México. Año con año, principalmente entre los meses de septiembre y marzo, temporada alta del corte de hortalizas en el noroeste mexicano, familias enteras dejan sus casas, animales y pueblos para ganarse la vida vendiendo su trabajo y su experiencia con la tierra, y dejando, lejos de la Montaña, a lo largo de sus trayectos y en cada surco, la vida, el tiempo, su cansancio y el anhelo por regresar a sus pueblos, de los que, si las circunstancias fueran otras, no se verían obligados a salir.
Aquello que empezó en la década de 1980 como una oportunidad laboral, representa hoy en día, para una parte significativa de los municipios de la Montaña de Guerrero, el principal y único medio de subsistencia. Salir del pueblo cada vez por periodos más prolongados, a destinos cada vez más inciertos y lejanos, con menos garantías y mayores riesgos, descubriendo nuevos destinos, explorando nuevas rutas, y experimentando el racismo, los abusos y nuevas expresiones de violencia, representa la realidad cotidiana para muchas de las personas, originarias de la Montaña. Familias enteras que se ven en la necesidad de dejar sus casas y la vida en su comunidad, resguardadas tras un candado, suspendidas en el tiempo, aguardando su regreso.
Así, mientras que el Estado mexicano históricamente ha apoyado y subsidiado al campo de los pequeños productores, empresas y trasnacionales en las regiones agroindustriales, se ha desentendido de las poblaciones campesinas e indígenas, para quienes la desagrarización del campo y la desarticulación de los mercados de comercialización locales a causa de las políticas neoliberales, se ha traducido en la agudización de la pobreza y en el deterioro paulatino del trabajo de sus propias tierras, de las actividades económicas en sus comunidades, y de sus condiciones laborales, obligados así, a vender su fuerza de trabajo, ante la indiferencia de quienes solo cuentan costos-beneficios, y ven solo mano de obra necesitada de trabajo en donde se tejen y construyen historias, memorias, resistencias, vidas y personas.
La dependencia de los sectores campesinos al trabajo asalariado, temporal y precarizado en las empresas agroindustriales es una tendencia en aumento a causa del retiro de apoyos al campo en ya treinta años[1]. “Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, ENOE, en 2010, había 6.4 millones de ocupados en la agricultura y 2.4 millones de jornaleros; para 2019, la población ocupada en el sector había aumentado casi 300 mil personas más, en tanto que los jornaleros se incrementaron en 700 mil más”.[2]
Este aumento sostenido durante las últimas décadas se ha acelerado a partir de la pandemia. Desde el inicio de ésta, en la región Montaña se registró un incremento considerable en los flujos migratorios rumbo a los destinos agroindustriales, incluso en fechas no consideradas como altas:[3] entre 2020 y 2021 se registró la salida de 23 mil 347 personas jornaleras de la Montaña de Guerrero, en contraste con el año anterior cuando se registraron poco más de 15 000.[4]
En este escenario, no sólo ha aumentado la cantidad de familias que salen de sus comunidades, sino también los destinos agroindustriales y las rutas. Por ejemplo, para Manuel Marín y su familia, habitantes de la comunidad nahua de Cacahuatepec, municipio de Copanatoyac, han percibido cómo la gente de la comunidad migra hacia otros destinos agroindustriales a donde no era tan común salir. Nos cuenta: “ahora la gente se está yendo mucho para Guanajuato, o allá a Jalisco, que le dicen, antes todos iban casi puro Sinaloa” (comunicación personal, junio 2021).
Ya desde 2019, el estado de Guanajuato había reportado un aumento en la población jornalera, principalmente proveniente del estado de Guerrero, “(85%) […] pertenecientes a los pueblos indígenas Me phaa (Tlapaneco) y Na Savi (Mixteco) generalmente”.[5] El bajío es considerado como un espacio rentable, en especial, para las empresas de verdura china o agroexportadoras canadienses y estadounidenses, que encuentran en la región tierras favorables, apoyos estatales, y condiciones adecuadas bajo el cobijo del Tratado de Libre Comercio (TLC).
Además, la temporada alta (de cosecha), se complementa con la temporada de corte en el noroeste mexicano, pues mientras que en los estados de Sinaloa, Sonora, Baja California y Baja California Sur, la temporada se extiende, de manera variable, entre los meses de septiembre a marzo, en los campos del bajío, se encuentra entre mayo y septiembre. Es decir, permite una continuidad en la producción de hortalizas, que para algunas empresas presentes en ambas regiones, resulta beneficioso.
Sin embargo, estas condiciones óptimas para las empresas, no son compartidas por las familias jornaleras. A raíz de la pandemia, el aumento de los precios en la canasta básica, la pérdida de empleos formales, los costos y/o endeudamientos a causa de enfermedad, hospitalización o fallecimiento a causa del covid-19, y los impactos económicos generalizados de la pandemia en las comunidades de origen de las poblaciones jornaleras, orillaron a las poblaciones de la Montaña a migrar, incluso en períodos o temporadas en las que usualmente se quedaban en sus comunidades. En este escenario, Guanajuato aparece como un destino que encuentran atractivo las familias jornaleras, al complementar la temporada alta del noreste.
Cabe enfatizar que el hecho de que las personas jornaleras estén migrando más y por más tiempo tiene consecuencias en la reproducción de la vida cotidiana en sus comunidades de origen, en sus actividades generales, en sus festividades, en la educación de sus niños y niñas, y en múltiples aristas más, las cuales, seguirán resintiéndose por mucho tiempo más, sin que puedan, por el momento, frenar con esta diversificación y demanda creciente de mano de obra para el sector agroindustrial, ante un contexto de precarización y omisiones por parte de empresarios, contratistas y agentes estatales, los cuales, prefieren mirar hacia otro lado, mientras consumen y/o se enriquecen del trabajo asalariado de quienes para cosechar los frutos que alimentan a éste y otros países, transitan por la pobreza, el cansancio, la enfermedad o la muerte.
[1] Barrón, Antonieta. (2019). “Sin vacaciones, sin seguro, sin pensión: así es ser jornalero agrícola”. La Jornada del campo, (47), 21 de diciembre. Disponible e: https://www.jornada.com.mx/2019/12/21/delcampo/articulos/asi-es-ser-jornalero.html
[2] Ibídem
[3] Soto Espinosa, Angélica Jocelyn. (2021). “Incrementa durante la pandemia, migración de jornaleras de la Montaña de Guerrero”. Cimac noticias, 9 de noviembre. Disponible en: https://cimacnoticias.com.mx/2021/11/09/incrementa-durante-pandemia-migracion-de-jornaleras-de-la-montana-de-guerrero#gsc.tab=0
[4] Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan. (2021). “En defensa de los derechos de la población jornalera agrícola”. Tlachinollan, 1 de octubre. Disponible en: https://www.tlachinollan.org/en-defensa-de-los-derechos-de-la-poblacion-jornalera-agricola/#:~:text=El%20Consejo%20de%20Jornaleros%20Agr%C3%ADcolas,%2C%20Me’phaa%20y%20Nahua.
[5] Gobierno del Estado de Guanajuato. (2019). “Incrementa la presencia de jornaleros agrícolas en Guanajuato”. Boletines Guanajuato, 4 de junio. Disponible en: https://boletines.guanajuato.gob.mx/2019/06/04/incrementa-la-presencia-de-jornaleros-agricolas-en-guanajuato/