Bajo un árbol, al caer la tarde, si miras el cielo puedes distinguir la sombra de los pájaros, si te quedas quieto verás al día filtrarse entre las hojas, un hueco abrirse entre alas. Con paciencia, el pájaro revelará sus colores y la historia de su nombre, quizá venga de un canto, o de algún revoloteo de años antes que tu mirada.
Los mè’phàà le decimos mbi’i al día, a lo claro o brilloso, aquello que revela colores en la piedra de los ojos. Es la misma palabra para decir tiempo, majanú mbá mbi’i/llegara un día-tiempo, también para decir nombre, xó mbi’ya/cómo te llamas.
El nombre, tiempo y día tienen raíz en una misma palabra, significa que cada ser es tiempo y día en el hacer de su nombre, un revoloteo de palabras en la memoria, jùmà. La memoria es pensamiento dinámico en las experiencias del conocer, desde aquel día en que maduró el sol y cayó su luz en la tierra mundo.
Cuando en nuestra comunidad se van a buscar trabajo a los campos agrícolas, en el norte del país, o cuando emigran a los Estados Unidos, o cuando se van a rayar la amapola en la sierra, nuestros padres, madres y hermanos dicen; maga’ya mbi’yu/buscaré mi nombre. En esta búsqueda muchos se vuelven tumbas sin nombre.
El verbo ser, se traduce al mè’phàà como ñajún/trabajo, al presentarnos decimos: ikúún ñaju’ Guillermo/yo soy Guillermo/ soy el trabajo de Guillermo. Todo nombre se hace a partir de un trabajo, que a la vez es tiempo, tiempo que empieza desde que abrimos los ojos y ramificamos nuestros caminos para ser nido y ave.
Cuando celebramos decimos, mo’nè mbàà ló’ mbi’i/hagamos grande el día. Agrandar el tiempo implica una responsabilidad, reconocer en esa existencia el trabajo que le da nombre, no al revés, no se puede tener nombre si no hay un trabajo detrás.
Tener un mbí’i-día significa reconocer una historia de la palabra. Cuando en los calendarios aparece el 9 de agosto como el Día de los Pueblos Indígenas, o el 21 de febrero como el Día de la lengua materna, significa que ¿sólo en ese día son prioridad las lenguas y los pueblos? Y cuando despierte un nuevo día ¿seguirán invisibilizados en su nombre y pensamiento?
En 2019, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, ONU, proclamó el Año Internacional de los Pueblos Indígenas, y refiriéndose a las lenguas originarias declaró la urgencia por “llamar la atención sobre la pérdida, que trae consigo la necesidad de conservarlas, revitalizarlas y fomentarlas a nivel nacional e internacional.” Y agregó que fue la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, quien actuaría como organismo principal para cumplir dicha tarea.
A principios de 2020, en el marco de la clausura del año proclamado, en México se llevó a cabo el “Evento de Alto Nivel, Construyendo un Decenio de Acciones para las Lenguas Indígenas”. Lo de alto nivel era, quizá, para remarcar el lenguaje colonial intrínseco de clase. A través de una carta denominada, “Declaración de los Pinos”1, se estipulan algunos objetivos para la tarea, principalmente un proyecto de “largo plazo, a generar cambios estructurales en todo el mundo para preservar, revitalizar y promover las lenguas indígenas y ayudar a mejorar la vida de los usuarios de esas lenguas en todas partes y en todos los ámbitos de su vida”, en dicho documento se lee: “dado que el Decenio Internacional de las Lenguas Indígenas estará en vigor diez años, debería establecerse un sistema de rotación de los miembros encargados del mecanismo de gobernanza internacional y deberían acordarse modalidades de trabajo.”
En el evento, instituciones nombraron a “guardianes de la cultura” (en la lógica de individualidades sobre las colectividades), dicho nombramiento no tomó en cuenta las formas de elegir representantes en los pueblos, por ejemplo, la consulta en asamblea, la cual tiene como principio hacerse de un nombre-mbi’yu a través de ñajún-trabajos comunitarios y no desde afuera, como hacen las instituciones que reparten nombramientos.
Mientras tanto en Guerrero, bajo el brillo del mismo día-tiempo, niños nahuas de entre 12 a 17 años se armaban y aprendían tácticas de guerra para defender su territorio ante la incursión de grupos delincuenciales. A este tipo de agravios contra los habitantes de La Montaña, se suman los asesinatos de defensores de los derechos humanos, como el de Arnulfo Cerón Soriano, además, aumenta el hostigamiento hacia los pueblos donde tienen asentamiento las mineras canadienses (Carrizalillo), afuera de los hospitales, las mujeres tienen partos no atendidos por el simple hecho de ser indígenas, los fertilizantes para la siembra de maíz son condicionados con votos, y hay represalias sobre los pueblos que no acatan indicaciones de alinearse a los candidatos de los partidos políticos. Acciones como esta última tendrán repercusiones, hambruna gradual que se divisa en las milpas raquíticas, migración y violencia.
Si bien, es necesario llamar la atención sobre el tema de los pueblos indígenas a escala global, debe ser prioridad y no sólo un discurso, el respeto a las diversidades de pensamientos, color, vidas e idiomas. Esto se encuentra lejos de suceder, el neoliberalismo pretende ser incluyente para aniquilar la diferencia.
¿Con declarar un día, año, decenio o centuria, bastará para resolver el problema del colonialismo, despojo y racismo que históricamente han vivido los pueblos indígenas? ¿diez años son suficientes para resarcir la memoria de la violencia que se ejerce sobre los cuerpos y territorios de los pueblos indígenas? Quizá, no se entienda la dimensión del problema y su urgencia, tomar a la ligera el tema, es revictimizar a los pueblos en la historia del despojo.
El respeto debe empezar ahora y terminar hasta que la humanidad dibuje su último aliento, los pueblos indígenas no deben ser un proyecto de corto o largo plazo, como si se tratara de vidas sin historia, tiempo y nombre (mbi’i ná ndaa mbi’yuun).
El problema es sistemático en las escalas de la economía global, es una lucha a muerte donde los pueblos indígenas serán los sepultados, en esta situación, el mínimo esfuerzo para fortalecer es valorado, pero ¿si ese esfuerzo en lugar de fortalecer sólo ahonda más la tumba?
Toda lengua tiene un territorio, un cuerpo que nombra su memoria. En este país de guerra, la mayoría de los desplazados son los pueblos indígenas. Para hablar de un día de las lenguas indígenas, un año, o decenio, es importante hablar del cuerpo como territorio, no basta con reunir a los representantes de los pueblos (individualidades sobre las colectividades), hacer eventos ajenos a las demandas de los pueblos o pretender civilizar con misiones desde la lógica colonizadora.
Se lee en todo momento, lectura, conferencia, encuentro, foro, todo en el marco del “Año Internacional de los Pueblos Indígenas”, un nombre que se le pone a todas las actividades, que son pensadas y se organizan desde las instituciones, un nombre que pareciera una marca o un segundo apellido.
Declarar ese año, implicó agrandar el día-tiempo, que es trabajo-ser y nombre en la historia de la humanidad. Pasó el 2019 y ¿cuántos idiomas se salvaron? ¿El pensamiento e historia de los pueblos está reflejado en los planes de estudio de los niveles de educación? Las instituciones encargadas de salvaguardar a los pueblos indígenas, siguen pensando desde el folklore.
¿Cuántas reformas de ley en materia de derechos indígenas se aprobaron? En Guerrero, la Ley de “Reconocimiento de los derechos colectivos de los pueblos indígenas y afromexicano en la Constitución”, está a la expectativa y sin respuesta clara para su legislación por parte de los diputados, al contrario, hay omisión, postergación y oposición ante la iniciativa.
En La Montaña de Guerrero no hubo ningún cambio respecto al año declarado. Los pueblos siguen resistiendo ante el despojo, como lo han hecho siempre, cuidan esa piel de tierra, que es su vida. Desde las instituciones se exhorta a los pueblos a que no pierdan su lengua, que deben asumirse como orgullo nacional, que acudan a foros para hablar sobre el tema de lo indígena, como si les correspondiera sensibilizar una sociedad que sistemáticamente ha sido racista.
Nuestra concepción del día-tiempo-nombre, es distinta. Para nosotros implica un hacer desde el trabajo y acaba cuando nos llega la muerte, entonces nuestros muertos dicen: “los vivos trabajan por nosotros”. En el pueblo de la muerte, la búsqueda del nombre sigue, y sólo acaba con la voz de esa lluvia que se apaga en un río crecido.
Cuando vuelvas a mirar el cielo, el día que se inmiscuirá en tus ojos será el nombre que vista la memoria de las palabras, aves que bajo la sombra revelan su ser. El viento vendrá en la forma de un baile, kadxajoo kadxajoo kadxajoo, para nosotros el pájaro no canta, baila con su voz, su voz se vuelve nombre y trae a la memoria cada vuelta de día en la que nace y muere el sol. Si te quedas bajo el árbol, el pájaro te reconocerá como parte de su mundo, la sombra de las hojas revelará su movimiento. Debes buscar el ángulo preciso y antes que bata las alas, debes saber, que cuando nos llega la muerte decimos, nijanú mbi’yaa/llegó tu nombre.
Hubert Matiúwàa
Escritor en idioma mè’phàà.