Derechos de las mujeres HISTORIA DE VIDA | Ecos que resuenan en la Montaña: las voces de las mujeres en los quehaceres cotidianos Por Elena Herrera / Posdoctorante IIJ/UNAM, colaboradora del proyecto «Violencias múltiples y racismo en Guerrero: hacia una justicia transformadora que contribuya a la construcción de paz» “Abrió los ojos, se echó un vestido, se fue despacio pa’ la cocina, estaba oscuro, sin hacer ruido prendió la estufa y a la rutina, sintió el silencio como un apuro, todo empezaba en el desayuno” León Chavez Texeiro, se va la vida compañera Aún no amanece, y ya el sonido de un molino eléctrico recorre el solar y la casa de Concepción Ventura; son poco más de las cinco de la mañana y ya es momento de echar tortilla. Su esposo Francisco, su suegro, y sus dos cuñados, aún menores de edad, se ocuparán del ganado y de la milpa, y para cuando ellos se levanten el desayuno y algo de comida para aguantar la jornada diaria estará preparado. A lo lejos, aún en la oscuridad de un incipiente día, se reconoce la luz dentro de su casa, y la de sus vecinas, que al igual que ella, han iniciado el día, aún antes del amanecer, echando tortilla. Cada punto de luz aloja la historia de una familia de la Montaña, historias que se sostienen por protagonistas mujeres, cuyas tareas y trayectorias, a pesar de su relevancia, han estado históricamente relegadas, invisibilizadas y violentadas. Echar tortilla en la Montaña de Guerrero es sinónimo de comenzar el día, y a la vez, es una ventana cotidiana hacia la desigualdad estructural en la división del trabajo y la importancia que se le da a las tareas en función del género. Como mujer, Concepción no sólo es la primera que se levanta para cumplir con las labores domésticas, sino que también como esposa acompaña a Francisco a la milpa, y como madre, carga en sus espaldas a su hija de un año envuelta en un rebozo, mientras avanza, siempre detrás de Francisco, cargando la bolsa con la comida. En casa, su suegra queda al cuidado de sus nietos, mientras mantiene el fogón encendido; ella, al igual que sus vecinas y paisanas, ha aprendido desde niña, a desempeñar estas tareas, las cuales, como obligaciones, le han sido adjudicadas, sin elección, como si fueran naturales e inherentes a su cuerpo femenino. En México, el trabajo doméstico no es reconocido como trabajo. De acuerdo con la Encuesta Nacional sobre el Uso del Tiempo (ENUIT, INEGI, 2019), 97 % de la población mayor de 12 años realiza actividades domésticas no remuneradas; dentro de esta población, 66.6% es realizado exclusivamente por mujeres, como trabajo para el cuidado y mantenimiento de sus propios hogares, esto sin contar las actividades desempeñadas para el cuidado y alimentación de los otros miembros de la familia, o el considerado trabajo voluntario en atención o apoyo a otros hogares. Además, en la escala de la brecha de desigualdad entre la división de las actividades femeninas y masculinas destinadas al cuidado del hogar, Guerrero aparece en segundo lugar, destacando que, en el caso de las mujeres indígenas, el tiempo de trabajo dedicado al hogar es aún mayor. Esto no termina en la casa, pues cuando Concepción y su familia trabajan como jornaleros agrícolas en los campos del centro y norte de México, las actividades relacionadas con la higiene, el cuidado y la alimentación propia y de otros, seguirán siendo su responsabilidad, aún y cuando ellas también acudan a realizar las actividades de corte, muchas veces en condiciones más precarias a las de los hombres, con sueldos menores o pagos complementarios a los de sus hermanos, esposos o padres, aunado al acoso laboral al que continuamente están expuestas. Hace un año, el 8 de marzo, aún no imaginábamos el escenario tan complicado que aún atravesamos en medio de la pandemia a causa del Covid-19. En este contexto, las viejas desigualdades se han acrecentado, manifestándose en cómo los sectores de la población históricamente vulnerados resienten los efectos de la pandemia con mayor fuerza, en especial, en los espacios más cotidianos de interacción; las mujeres y entre ellas, las mujeres indígenas de la Montaña de Guerrero, siguen cargando con el peso histórico de tareas que se han construido como naturales para sus cuerpos, y en medio de una pandemia, se les responsabiliza del mantenimiento del hogar, de la higiene y el cuidado de los miembros del hogar, incluyendo la atención en caso de enfermedad y el cuidado a grupos y personas vulnerables, actividades que se piensa se lleven a cabo en silencio y sin queja, mientras que a la par, ellas, trabajan, sueñan y construyen sus propias vidas y hacen eco en la Montaña con sus voces y sus luchas por la justicia social y la equidad, no sólo como compañeras o personajes pasivos, sino como mujeres protagonistas de su historia y su propia lucha por hacerse escuchar y por su derecho a elegir. Concepción será la última en irse a dormir, será cuando acabe y deje preparado el maíz para comenzar una nueva jornada al día siguiente, pero antes de acostarse y apagar la luz de su casa, se toma unos minutos para bordar y crear flores, aves o paisajes a través del hilo y la costura. Share This Previous ArticleOPINIÓN | “Elmer, el abogado del Pueblo” Next ArticleOPINIÓN | El miedo ante la violencia patriarcal en la Montaña de Guerrero 7 marzo, 2021