El entonces capitán del ejército Arturo Acosta Chaparro, envió el 9 de julio de 1972 al director federal de seguridad el siguiente reporte: “ATOYAC.- Ante la situación que priva principalmente en el área correspondiente a la sierra de Atoyac de Álvarez, Gro, la D.F.S. en lo que corresponde al análisis y proceso de información , así como del concienzudo estudio de los antecedentes en que se inició y fomentó la subversión en la región desde la formación de pequeños círculos de estudio hasta la politización de los sectores magisterial, estudiantil y campesino así como la actuación clandestina de la organización del llamado PARTIDO DE LOS POBRES, en esta primera fase de insurrección, logró lo que ninguna organización había obtenido, la de unificar a los grupos clandestinos de izquierda, actuantes en el país, y por lo que corresponde a esta área donde actúa, tendió su red de información, abastecimientos y protección dentro de las áreas rural y urbana, pudiendo notarse principalmente que si bien los pobladores de la región no participan, no denuncian por temor al grupo operativo lo que significa que cuentan con el apoyo y la simpatía de los habitantes de la zona. Durante el tiempo que llevaba activa esta organización, había operado dentro de la fase subversiva, y sus máximas actividades habían sido las de extorsión a particulares, asaltos a instituciones bancarias y secuestros, de donde sus dirigentes pudieron analizar a los actuantes, tomando principalmente en consideración que eran elementos jóvenes, y así como ideológicamente preparados, política y militarmente definidos en la línea dura”.
El panorama que describía el jefe militar era de alarma, porque veía venir un movimiento disruptor abanderado por un profesor que supo aplicar la pedagogía de los oprimidos a los hombres y mujeres del campo. Lucio Cabañas Barrientos, fue nieto de Pablo Cabañas, un general zapatista. Fue hijo de Cesáreo Cabañas un trabajador del campo que fue asesinado por un cacique. Lucio nació el 15 de diciembre de 1937 en el paraje El Venado, de la comunidad El Porvenir, municipio de Atoyac. Su madre Rafaila Gervacio Barrientos, trabajó arduamente en los cafetales y enfrentó en todo momento la persecución de los militares. Cuando Lucio bajó a la comunidad de Santa Rosa de Lima conoció a María Isabel Ayala Nava. En el baile de la festividad religiosa Lucio bailó con María Isabel hasta que se descargaron las pilas del tocadiscos. En la madrugada se marchó con ella para continuar su lucha. Peleó sin descanso y demostró su gran capacidad para comunicarse con la gente del campo. Su presencia en las comunidades despertó grandes expectativas entre los pobladores. Siempre salía avante porque lograba sumar a su causa tanto a jóvenes como a jefes de familia. Logró conformar su red de informantes y de personas voluntarias dispuestas a enfrentar los peligros con tal de proveer de alimentos a la gente atrincherada en la intricada serranía.
Ante los riesgos que corría su esposa María Isabel, Lucio y sus compañeros decidieron que abandonara el campamento. La acompañaron a san Martín de las Flores donde vivía la mamá de Lucio. En ese lugar nació Micaela su hija, quien desde los dos meses estuvo en el campo militar número uno, cuando su mamá y varios familiares de su papá fueron detenidos por elementos del ejército, en la ciudad de Tixtla. Su primer año de vida la pasó en una celda, donde aprendió a caminar y a pronunciar sus primeras palabras. Los barrotes de las celdas sirvieron de sostén para dar sus primeros pasos. La tía Bartola y su mamá tejían la ropa de Micaela con el estambre que algunas personas de la misma prisión les regalaban.
La única vez que Micaela conoció a su abuela Rafaila fue cuando estuvo en la Iglesia del padre Máximo. Ahí platicó con ella toda la noche. Por ella conoció mejor a su papá, supo cómo era de niño y que pronto salió del pueblo para irse a estudiar. No tenía dinero, por eso buscó un trabajo y se puso a estudiar. Nadie sabe cómo le hizo para salir adelante. Su mamá resentía más que se haya ido de su casa y que anduviera peleando con el gobierno. Tenía miedo que también se la llevara al ejército, por eso mejor trató de no bajar a Atoyac.
Desde el 2002 Micaela se reencuentra con su padre Lució, cuando trasladan sus restos al obelisco donde esta su figura señera, de un maestro sencillo, hijo de campesino, que se levantó en armas ante tanta explotación y abuso de los caciques. En el 2010 colocan con María Isabel, la placa que dice: “Comandante contigo está sembrada la esperanza del futuro”. Con esta frase grabada, Micaela guarda con orgullo la trayectoria de su padre. Cada año acude con los compañeros del partido de los pobres a rememorar al maestro y combatiente, a renovar el compromiso de seguir dando la pelea en los diferentes frentes de lucha.
En este 49 aniversario del asesinato de Lucio, Micaela con los compañeros de su papá y las organizaciones solidarias encendieron las velas para sanar las heridas y alimentar el espíritu. Velaron para revivir su memoria y estrechar los lazos entre los movimientos con el fin de no perder el rumbo que se trazó el partido de los pobres: de pelear contra la injusticia y la desigualdad; estar al lado de la gente que sufre, trabajar con las comunidades impulsando la organización de base, defender los derechos del pobre, levantar la voz contra los explotadores y tumbar a los gobiernos que traicionan los sueños de justicia de los pueblos. Para Lucio lo fundamental fue trabajar de manera colectiva, tomar acuerdos y decisiones en asamblea, ejercer el poder como un servicio, mantener el régimen comunal de la tierra y producir lo básico para garantizar la auto sustentabilidad de las familias.
La presencia de los compañeros y compañeras del Partido de los Pobres en este memorial fue muy significativa, no solo por el reconocimiento que se les otorgó, sino por lo que representan en este movimiento de emancipación contra un sistema que sigue expoliando a los más pobres. La situación de las comunidades rurales no ha cambiado, siguen siendo el último eslabón de los gobiernos municipales. Son clientelas cautivas que están sometidas a un régimen autoritario controlado por cúpulas partidistas. A las comunidades se les hace creer que con la construcción de una obra al año saldrán de la pobreza extrema. La educación no es un derecho para las familias que viven en pequeñas comunidades, les regatean los recursos para construir escuelas dignas y no contratan a los maestros o maestras que requieren. Las enfermedades de a gente tienen como origen la desnutrición severa que padecen tanto las madres de familia como los recién nacidos. No se garantiza el derecho a la alimentación. Cada familia tiene que ver cómo asegurar alimentos suficientes para los hijos. La producción en las pequeñas parcelas es raquítica, apenas alcanza para medio comer tres meses. Desde pequeños los niños y las niñas tienen que trabajar en las calles o en los surcos para asegurar la comida por lo menos dos veces al día. La salud es inaccesible para las familias pobres porque no hay medicinas en las clínicas ni en los centros hospitalarios. Tampoco hay médicos en las comunidades. Los rezos y las plantas medicinales cubren el gran vacío de los servicios de salud pública que por obligación tienen que proporcionar de manera gratuita.
La lucha de Lucio dejó una estela de muerte, de personas desaparecidas, ejecutadas de manera arbitraria, desplazadas forzosamente, encarceladas injustamente, torturadas y masacradas. Hasta la fecha las autoridades federales no han garantizado justicia para las víctimas de graves violaciones a los derechos humanos. Los crímenes cometidos por el ejército siguen en la impunidad. No hay avances en las investigaciones que llamen a cuentas a los militares que participaron en la aplicación de los planes de contra insurgencia. La justicia por los crímenes del pasado es una deuda que ha causado graves daños a varias generaciones de familias que no encuentran a sus seres queridos y que no encuentran respuestas claras y firmes de que habrá castigo contra los militares que atentaron contra la vida y la integridad física de sus familiares. Los colectivos de víctimas de Guerrero le han apostado al cambio que prometió el presidente de la república Andrés Manuel López Obrador, de que no habrá impunidad ni privilegios para nadie. Que se aplicará la ley sin distingos y que se hará justicia al pobre. En Guerrero la violencia se ensancha y las desapariciones se multiplican. Las víctimas no encuentran la atención y apoyo que se requiere, por el contrario se les ignora y estigmatiza. En este último año de gobierno temen de que la justicia no llegue y que tengan que sacar la casta para no sucumbir ante tantas amenazas que se ciernen en sus vidas, a causa de la pobreza, la violencia y tanta impunidad y corrupción. El mejor homenaje al comandante Lucio Cabañas es cumplir con su lema. Ser pueblo, hacer pueblo y estar con el pueblo.