Informes anuales INFORME XXVI TLACHINOLLAN | Como una noche sin estrellas INFORME XXVI | DESCARGAR: COMO UNA NOCHE SIN ESTRELLAS COMO UNA NOCHE SIN ESTRELLAS Como una noche sin estrellas, perdidos en altamar y en la espesura de la Montaña, languideció la primavera y se desplomó nuestra fascinación por las redes, y la tecnología que nos deshumanizó. El tiempo de la tristeza aprisionó nuestro corazón y nos quitó el aliento. Nos invadió la enfermedad, como la tempestad que nos arrastra. Los poderosos fueron sobajados y los gobernantes enmudecieron. Nos hicieron víctimas de sus barbaridades por su endiosamiento imbécil. Se obstinaron en mercantilizar la salud, y hacer de la medicina un bien suntuoso. Creyeron que la ciencia tenía respuesta a los problemas de la desigualdad. El libre mercado enloqueció a los empresarios voraces y a los gobernantes corruptos. Se confabularon para hacer negocios y se amafiaron con el crimen organizado para lavar y multiplicar sus fortunas. Se olvidaron del mundo real, del hambre y de las epidemias. Su burbuja les hizo perder la memoria que eran de carne y hueso. Frágiles y finitos. Se convirtieron en seres contumaces y empedernidos, voraces y mezquinos. Esclavos de sus ambiciones y autores de su propia muerte. También mordieron el polvo y cavaron su tumba. El armamento sofisticado del imperio americano, resultó obsoleto ante el arma letal del Covid – 19. Fueron desarmados quienes se sentían seguros por su poder y riquezas. Creyeron conquistar el espacio y desafiar la gravedad. Nunca imaginaron que les faltaría el aire y que también morirían por inanición. Este mundo desigual ha cobrado más vidas entre los transterrados, los desempleados y los olvidados de esta vida terrenal. Los migrantes de la Montaña, radicados en Nueva York, desfallecieron ante la embestida de la pandemia. Prefirieron resistir hacinados, que esperar una cama en los hospitales saturados. Los brebajes y las vaporizaciones, fueron el mejor respiro para sacudirse del coronavirus. El dolor se tornó más cruento con los fallecimientos lejos de casa. Las lágrimas a la distancia fueron como un grito en el desierto. Lo impensable sucedió: consolarse con los restos hechos polvo, de quien con gran amor trabajó con mucho tesón para sostener a su familia. Ya nada es igual, con la llegada de la enfermedad a la Montaña. Sin médicos en la comunidad ni medicinas para tomar, solo quedó la alternativa del autocuidado. Del cierre de caminos para contener a este invisible mal. Con los Policías Comunitarios improvisaron filtros sanitarios, sin más instrumentos ni herramientas, que sus recomendaciones y consejos. En el cerro, las sabias y sabios quemaron vela, para desterrar al virus malévolo. Pidieron perdón a nombre de la humanidad, y presentaron la ofrenda para congraciarse con las potencias sagradas y asegurar la salud de la comunidad. Han aprendido que solo unidos podrán estar a salvo. Brazo con brazo y con la vela encendida, claman al cielo por estos días aciagos y pesadas noches sin estrellas. Sumamente vulnerables, por la ausencia de las instituciones de salud, sobre los pisos de tierra yacen impasibles los mayores de la comunidad. La tragedia más grande, ante la cotidianidad de la muerte, fue recibir solo cenizas en lugar del cuerpo inerte de los migrantes añorados. En la Montaña es inconcebible sepultar a un ser querido con las pavesas depositadas en urnas. No puede faltar su caja, porque, ¿Cómo llegaría sin huaraches y sin sombrero en la otra vida? ¿Cómo despedir al ser querido, sin la banda de música, sin comer, ni libar? Sin esta solemnidad ritual los muertos siguen penando. Para las familias pobres, además del coronavirus, el hambre y la violencia son la comorbilidad más cruenta, en las barrancas del olvido. El confinamiento es el caldo de cultivo para el incremento de los hechos violentos contra las mujeres. La ausencia de las autoridades les vino bien a los perpetradores. Fue como otorgarles licencia para consumar sus crímenes de odio. Los feminicidios se han multiplicado y las autoridades se han desentendido por esta tragedia. ¡Vivas nos queremos! ¡Nos sembraron miedo, y nos crecieron alas! Son las consignas y el himno de la indignación contra el régimen patriarcal, que las feministas han llevado a la hoguera por tanta decrepitud. La desaparición de personas sigue cavando tumbas clandestinas y desgarrando corazones. Los gobiernos arrogantes y pendencieros no toleran contrapesos, ni voces disímbolas. Arremeten contra periodistas y personas defensoras. Utilizan como brazos ejecutores a los grupos del crimen organizado. Arnulfo Cerón Soriano defensor comunitario, fue desaparecido y asesinado. Sepultado con una retroexcavadora a más de tres metros. Como hienas, los perpetradores se refugiaron en los resquicios del poder municipal. Festinaron su crimen artero y continuaron con sus fechorías. El grito de justicia de las comunidades y colonias pobres, encontraron eco en las organizaciones nacionales e internacionales, para desenmascarar el entramado delincuencial. Con el corazón desgarrado los familiares de personas desaparecidas, en medio del dolor encontraron la fuerza y el pundonor para subir los cerros y hurgar en las barrancas, algún vestigio de sus seres queridos. Se armaron de valor y encontraron en el dolor la fuerza de su redención. Entretejieron sus historias y se transformaron en una luz en la oscuridad. Cual Luciérnagas que tiritan en las noches de insomnio salieron como soldados en campaña, en busca de sus hijos e hijas. Solo la autoridad dice que no sabe quiénes son los autores siniestros, de estos hechos deleznables, que se urden bajo su complicidad. Ahora el sicariato, tiene más poder que la autoridad local y se erige como el héroe justiciero de la economía criminal. Más de 91 mil historias truncas por el Covid – 19, enlutaron nuestros hogares en México. Se fueron sin poder despedirlos, sin el abrazo solidario ni el acompañamiento fúnebre. Sumidos en nuestra soledad y con el corazón marchito por tanta crueldad, lloramos a una generación perdida, que forjó nuestro futuro. Arrinconados por la enfermedad, ya nada es igual. Nuestro cubrebocas lo dice todo: somos seres para la muerte, como dijo Sartre. Con esta nueva conciencia de que sin el aire no vivimos, tenemos que despojarnos de lo que nos deshumaniza y nos arrastra al abismo. En la Montaña, se eclipsó el sol de la justicia la milpa comunitaria se marchitó, el coronavirus enlutó nuestros hogares, y la pandemia del hambre, son como una noche sin estrellas. Share This Previous ArticleCOMUNICADO | Informe XXVI Next ArticleOPINIÓN | XXVI años de Tlachinollan. Entre la indignacíon y la resiliencia 7 diciembre, 2020