Opinión La noche de los relámpagos Abel Barrera Hernández Cuando tiembla en la Montaña, los sabios del pueblo Me’phaa dicen que la tierra se sacude, que el mundo tiene ciclos para renovarse y también para limpiar lo que está sucio; lo que se ha quemado y los daños que han causado los seres humanos en su hábitat. Con Nàxma, la tierra se reacomoda, saca la mala energía para regenerarse. Dentro de su cosmovisión los pequeños temblores anuncian la llegada de la lluvia, que regularmente sucede en el mes de mayo. También tiembla, entre septiembre y octubre, cuando los sabios y sabias despiden a las nubes, a la señora lluvia, en las fiestas de San Miguel y San Francisco. Son las noches de los relámpagos cuando la tierra se estremece, cuando los temblores desatan su furia. Ante esta calamidad, las madres y padres de familia acuestan boca abajo a sus pequeños hijos, para contener el enojo de la tierra y aquietar su fuerza destructora. Varias familias de los municipios más pobres de la Montaña, además de perder a los abuelos y abuelas con la llegada del Covid-19, este siete de septiembre, perdieron su casa quedando en total desamparo. El Xiña, Dámaso Estrada, quien sube a los cerros a rezar por el buen temporal, y vela por el bienestar de las familias de Tenamazapa, en el mes de marzo perdió a su esposa a causa de la pandemia. En la noche de los relámpagos que cimbraron la tierra, los adobes de su casa se desmoronaron y su techo de cartón se despedazó. La lluvia y el viento causaron estragos en su milpa, quedando a la deriva, sin casa, sin parcela y sin su compañera. En otros tiempos de desgracia, como las tormentas de Ingrid y Manuel en septiembre de 2013, las familias se instalaron en la cima de los cerros y se reorganizaron para la reconstrucción comunitaria, ante la falta de apoyos del gobierno federal. Fueron las remesas de los migrantes en Estados Unidos y el precio de la amapola, que ayudaron a mitigar esta tragedia. Con la pandemia estos fondos son insuficientes, por el alto costo de las medicinas y el alza de la canasta básica, agravados por el abaratamiento de la goma de opio. Son las iglesias, las comisarías y las canchas techadas, las que funcionan como albergues comunitarios para las familias que no son atendidas por las autoridades. A cinco días del temblor la gente teme que cualquier réplica tire las agrietadas paredes que se mantienen en pie. Las viviendas que tienen desprendimientos en las esquinas de sus casas, no hay forma de repararlas. Por eso los jefes y jefas de familias han cortado algunos troncos para colocarlos en las cuatro esquinas, con el fin de sostener los precarios techos de sus viviendas. De cuatro puntales de encino blanco, penden decenas de familias de la Montaña para protegerse de la lluvia. Sus cocinas rudimentarias quedaron bajo los escombros de los adobes. El metate y algunos enseres fueron rescatados, para hacer las tortillas bajo un árbol. Los pocos kilos de maíz y frijol que guardaban junto a su cocina se echó a perder por la lluvia y el lodo. Once familias que forman parte de un anexo de El Carrizal, perteneciente a Totomixtlahuaca, perdieron sus casas. Por la tarde se organizaron para visitar a la nueva mamá por el nacimiento de su hija. Nunca imaginaron que a su regreso sus casas serían escombros. Con sus lámparas de mano trataban de rescatar sus pertenencias. La lluvia terminó de batir el adobe y de enlodar sus cobijas y petates. Regresaron a pedir posada para que por lo menos sus hijos no se mojaran. Difícilmente han podido reparar sus paredes porque los adobes están reblandecidos. El recuento de los daños que las familias afectadas están realizando, se ha multiplicado. Tan sólo en el municipio de Acatepec 74 comunidades Me’phaa sufrieron afectaciones severas por el sismo. La mayoría de las viviendas requieren reparación total, porque las grietas de los adobes no tienen reparación. Los municipios de Cochoapa el Grande, Metlatonoc, Atlixtac, Iliatenco, Tlacoapa, Atlamajalcingo del Monte y Acatepec se encuentran sumidos en el olvido. Esto mismo sucede en algunos municipios de la Costa Chica, como Ayutla de los Libres y San Luis Acatlán. Además de estar incomunicados y sin el servicio de luz, no hay quien ayude a las autoridades comunitarias, a elaborar sus reportes, ni establecer comunicación con las autoridades competentes. A nivel municipal, los funcionarios se han desentendido con el pretexto del cambio de gobierno. Por parte de las autoridades del estado, el trabajo de protección civil se ha concentrado en las principales ciudades de Guerrero. En Barranca Tecoani, municipio de Ayutla de los Libres, las autoridades comunitarias realizaron una asamblea el jueves 9 de septiembre donde registraron a 58 familias con afectaciones a sus viviendas, 34 de ellas se cayeron, 19 reportaron cuarteaduras en sus paredes y cinco más sufrieron daños en sus techos. En la comunidad de Santiago Yololtepec reportaron 27 casas caídas. Debido a las réplicas que se han multiplicado, varias familias se refugiaron en la comisaría y en la cancha techada. Prefieren instalarse fuera de sus viviendas por la lluvia que no para y que reblandece sus paredes agrietadas. Varias comunidades solicitan de manera urgente alimentos debido a su escases y al encarecimiento de los productos básicos. Los caminos trozados ahondan la tragedia. Al adentrarse a la Montaña se constata que hay personas mayores que no tienen donde refugiarse. Las viudas son las más vulnerables, porque no hay quien hable por ellas; las madres solteras no encuentran la forma de cómo van alimentar a sus pequeños hijos y levantar sus viviendas. A todas ellas no hay quien las atienda ni les proporcione el apoyo necesario para atender esta emergencia. Las enramadas que improvisan para guarecerse no las protegen de los fuertes vientos, ni de la lluvia torrencial. La densa neblina impide ver el tamaño del desastre. Persiste el olvido gubernamental y el silencio secular. Así como algunos animales se sacuden el cuerpo, la tierra hace lo mismo, porque necesita deshacerse de lo que le provoca el daño. Los sabios identifican a los temblores como parte de los fenómenos naturales que se registran con la llegada de la lluvia, sin embargo, saben que las fuertes sacudidas de la tierra, se deben a la acción depredadora de quienes extraen las riquezas para ahondar las desigualdades sociales y dejar en la orfandad a quienes cuidan los bienes de la madre tierra. Publicado en el diario La Jornada. Share This Previous ArticleLa casa de los saberes Next ArticleLos claroscuros, A la mitad del camino 15 septiembre, 2021