En la medida que se avecina el proceso electoral la polarización política adquiere tonalidades disímbolas y yuxtapuestas. Las actuales precampañas (que en realidad son campañas) se sustentan en la descalificación y la diatriba de los adversarios. El mismo presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), se ha subido al ring de la confrontación para defender sus posturas y descalificar a quienes considera sus adversarios. Los actores políticos son los principales protagonistas que escenifican disputas tanto en los congresos, como entre las mismas precandidatas presidenciales que han concentrado sus energías para inculcar ideas que caricaturicen o denigren a sus adversarios. Los cuartos de guerra son para destruir a los contrincantes políticos, para profundizar la confrontación y atizar los conflictos sociales.
La polarización que se ha alentado desde las esferas del poder político ha dividido a la misma sociedad, al grado que amplios sectores de la población que se sentían excluidos de los programas gubernamentales, ahora se han erigido en los principales defensores del partido Morena. En las redes sociales se expresa con mucha virulencia la bifurcación política entre los seguidores de AMLO y sus detractores. El mismo presidente ha catalogado como conservadores a todos los que asumen posturas críticas a su forma de gobernar. Para él no hay medias tintas: se está con la cuarta transformación (4T) o con el conservadurismo. Estas posturas van alimentando la animadversión política, al grado que los tres poderes de la unión están confrontados, lo que dificulta llegar acuerdos que permitan avanzar en los grandes temas que nos aquejan, como la violencia, la inseguridad, la militarización, la desigualdad social, la pobreza extrema, el racismo, la violencia feminicida, la libre determinación de los pueblos, el respeto a los derechos humanos entre otros.
No podemos soslayar la polarización como un asunto de preocupación nacional, porque si no se encauza por la vía del diálogo y el entendimiento, la confrontación debilita nuestro endeble sistema político y da pie para exacerbar posturas y utilizar medidas de fuerza para imponer el orden y someter a la población que se rebela. Los ciclos electorales han profundizado las divisiones políticas, no solo entre los partidos sino a su interior. Son disputas virulentas que generan enconos y traiciones. En estas confrontaciones ya no prevalece el ideario político que profesa cada instituto, ni las posturas ideológicas que dan identidad a la militancia. Lo que mueve a quienes aspiran a un cargo de elección popular son intereses crasos, centrados en proyectos personales, en hacer negocios particulares con el erario público y establecer alianzas siniestras con grupos de la delincuencia con tal de comprar la voluntad del electorado.
Los últimos procesos electorales han estado manchados por la violencia. De acuerdo con la empresa consultora Etellekt en su tercer informe de violencia política en México 2021, 65 políticos fueron asesinados, 20 de ellos eran aspirantes. La mayoría de víctimas no solo eran opositoras a los gobiernos estatales, sino también a los alcaldes en los municipios que pretendían gobernar. El 20 por ciento de las 65 víctimas pertenecían al PRI, 17 por ciento a Morena, 15 por ciento al PRD y 14 al PAN. De los 65 políticos asesinados, 9 eran mujeres. 262 agresiones se cometieron con arma de fuego y se consumaron en 29 entidades del país.
En nuestro estado la violencia política en este 2023 está cobrando víctimas. La más reciente fue la de Ricardo Taja, aspirante a diputado federal por Morena, quien fue asesinado el pasado 21 de diciembre en una pozolería de la zona diamante de Acapulco. El 6 de agosto asesinaron en Iguala a Humberto del Valle Zúñiga esposa de Zulma Carbajal Salgado y sobrina del senador Félix Salgado. En un video Zulma responsabilizó al alcalde de Iguala David Gama Pérez. Son dos hechos graves que enturbian el ambiente político del estado, sobre todo cuando la violencia sigue cobrando muchas vidas en las principales ciudades del estado. La inseguridad que es la principal preocupación de los guerrerenses ha puesto en jaque la estrategia federal que está monopolizada por las fuerzas armadas. A pesar del incremento de efectivos de la guarda nacional los casos de desapariciones y asesinatos en Acapulco, Chilpancingo, Taxco, Iguala y la zona serrana están imparables. La población se siente inerme y las familias de las víctimas no encuentran eco entre las autoridades. Se ven obligadas a protestar en las vías públicas para ejercer presión ante la ausencia de las autoridades encargadas de investigar los delitos y garantizar seguridad.
La polarización se recrudece cuando la gente no es escuchada en sus demandas más sentidas y sobre todo cuando percibe insensibilidad de los funcionarios públicos que están mas interesados en formar parte de los grupos que se forman en torno a candidaturas para el próximo proceso electoral. Hay un vacío de autoridad en los ayuntamientos porque un gran número de presidentes municipales, síndicos y regidores aspiran a ocupar otro cargo. Se desconectan de la realidad cotidiana del electorado y no se centran en atender los problemas más acuciantes que a diario padecen los ciudadanos. El distanciamiento de la clase política con la población se ensancha más en la medida que mercantilizan al electorado, que lo ven como un cliente que puede serles útil en la contienda política. Hay un muro entre los políticos ambiciosos y la clase trabajadora que lucha a diario por su sobrevivencia.
Las mismas encuestas que han hecho sondeos sobre la polarización que existe en nuestro país, se habla de que el 52 por ciento de los mexicanos creían que nuestro país estaba muy dividido y el 65 por ciento pensaba que era poco probable que las divisiones puedan superarse. La indiferencia de los políticos, su megalomanía y su visión cortoplacista del poder han generado un desencanto en los partidos políticos. El nivel de conciencia de la población ya no tolera improvisaciones ni mediocridades de quienes aspiran a un cargo público, sin embargo, las cúpulas partidistas siguen reproduciendo vicios en la selección de candidatos y candidatas. No cuenta la trayectoria del personaje sino quién lo recomienda y que nivel económico tiene para pagar la campaña. Los amarres entre las dirigencias nacionales son claves para estar dentro de los aspirantes palomeados. Para ello se requiere establecer alianzas y componendas con quienes abonen a la causa. Estas triquiñuelas son las que tiran por la borda las grandes aspiraciones de la población, que le apuesta a cambios profundos desde los mismos métodos de selección de las y los candidatos. No se perciben cambios a nivel estatal porque los vicios se reproducen como en antaño. El partido Morena ha abierto sus puertas a personajes de otros partidos, sobre todo del PRI, sin que importen sus historias truculentas ancladas en la corrupción y vinculadas con grupos de la delincuencia. El pragmatismo político acepta todo lo que abona para alcanzar carro completo en las elecciones de este año. De los arrepentidos está compuesto el variopinto partido de Morena. No importa lo que piense el electorado, porque lo fundamental es el voto útil.
Ante este escenario adverso para arribar a un clima de entendimiento y de respeto a la diversidad política, la polarización no solo confronta a los partidos políticos sino también a los mismos ciudadanos, complica la buena marcha de los proyectos orientados a mejorar las condiciones de vida de la población más depauperada. La polarización socava la capacidad del gobierno para operar de manera efectiva y cohesiva, así como disminuye la confianza de los ciudadanos y su disposición para participar en los procesos cívicos. Se dispersa y fragmenta la fuerza del cambio dejando una sociedad rota que queda a la deriva y se hace rehén de los grupos del crimen organizado.
La falta de confianza en el gobierno y sus instituciones conducen a una menor disposición para denunciar los hechos delictivos a las policías y ministerios públicos. De acuerdo con los datos de una encuesta nacional, el 15 por ciento de los mexicanos dice que no denuncia delitos por falta de confianza en las instituciones y solo el 51 por ciento confía en el gobierno federal, mientras que menos de la mitad confía en los gobiernos estatales y municipales. La polarización y la fragmentación política pueden exacerbar la violencia y socavar los esfuerzos por construir la paz. A mayor división entre los grupos y partidos políticos mayor estancamiento en las demandas de seguridad, justicia, verdad y paz. Nuestro estado está empantanado por una clase política que es incapaz de construir con la sociedad un modelo de seguridad centra en el ciudadano. Pugnar en conjunto por una sociedad más igualitaria, más incluyente y menos clasista y racista. Estamos lejos de contar con partidos políticos que velen por los derechos de los ciudadanos, que sean transparentes y honestos, verdaderamente democráticos, que tomen en cuenta a la población en la toma de decisiones. Los partidos políticos no están a la estatura de una sociedad que se ha batido en defensa de nuestra soberanía e independencia, que ha forjado el ideario de los derechos humanos, que ha defendido su territorio y que ha increpado a las autoridades por los crímenes atroces que ha cometido el ejército. Es una sociedad que lucha por la justicia que busca a sus hijos desparecidos, que está dispuesta a dar la batalla para acabar con los cacicazgos políticos, la corrupción y la impunidad. Es la sociedad y no los partidos políticos empequeñecidos por sus intereses mezquinos, la que va a impulsar el rumbo que requiere nuestro estado, para salir de esta confrontación estéril y arribar a un estado que proteja los derechos del pueblo y se respete su libre determinación.