Marco Antonio Suástegui Marco Antonio: la tierra no se vende, se ama y se defiende En la misma tumba donde yacen los restos de Pedro Suástegui Valeriano fue sepultado Marco Antonio Suástegui Muñoz, el hijo amado que heredó la tradición de los hombres y mujeres del río Papagayo que defienden sus tierras empuñando los machetes. En este domingo sofocante y polvoso partió el cortejo de la casa de su tío Juan al panteón de Cacahuatepec. En este histórico lugar se hilvanó la lucha imbatible contra la presa La Parota. En el corazón de la resistencia Marco Antonio le dio consistencia a un movimiento opositor que hizo trizas los planes privatizadores y extractivistas de los gobiernos neoliberales. Las lágrimas de sus familiares y de las mujeres que lucharon al lado del Tigre mostraron la estirpe de un pueblo indómito, que sabe pelear en medio de tantas adversidades y carencias materiales. Su fortaleza y determinación para defender a la madre tierra trascendió fronteras. Se ganaron el reconocimiento y el apoyo de los relatores de la ONU, que constataron en la comunidad de Agua Caliente la grandeza de su lucha. Por sus posturas críticas, Marco Antonio fue un actor incómodo para las autoridades. Nunca tomaron en serio sus diagnósticos que compartía sobre la inseguridad en el puerto de Acapulco y en las comunidades rurales. Calibraba con mucha objetividad los riesgos que corría. Solicitó en varias ocasiones acompañamiento de la Guardia Nacional, pero nunca prosperaron con el argumento de que no había denuncias penales. Marco tenía una gran desconfianza en la Fiscalía por la falta de secrecía en las investigaciones. En las denuncias que interpuso, no solo no prosperaron, si no que hubo fuga de información que lo puso en mayor riesgo. Las reservas que mostraba no eran gratuitas, consideraba más bien un peligro mayor y prefirió mejor las medidas de autocuidado. Marco Antonio tuvo varios incidentes que le indicaban que los riesgos que corría eran inminentes. Lamentablemente el Mecanismo de Protección de Defensores no priorizó su caso y tampoco dimensionó los riesgos. Las autoridades del estado evidenciaron las graves fallas de sus operativos de seguridad. Es increíble constatar que ningún elemento policiaco, de los 4 mil que desplegaron, haya estado en la zona donde el agresor tuvo tiempo suficiente para sacar su arma y vaciarla contra el defensor de la playa Icacos. Durante ocho días los médicos lucharon para salvarle la vida. Todo el tiempo permaneció en terapia intensiva. Los daños eran severos y sólo un milagro podía salvarlo. A pesar del apoyo del gobierno del estado, para que tuviera la mejor atención médica, fue imposible estabilizarlo. Con gran tristeza y coraje recibimos la noticia de su muerte. Estaba en la playa trabajando para garantizar el sostén de su familia. Había logrado organizar a los compañeros de la playa para ser tomados en cuenta en el plan de reordenamiento de los servicios turísticos. Defenderían colectivamente su espacio y no permitirían que empresarios los desplacen de sus lugares. Con el liderazgo de Marco Antonio había mayores garantías de que los funcionarios municipales respetarían los acuerdos alcanzados. La semilla que sembró Marco no se marchitará, robustecerá el tallo de la resistencia. Marco Antonio enfrentó constantes peligros con los mismos gobernadores: con René Juárez que ordenó su encarcelamiento. Con Zeferino Torreblanca que se obstinó en imponer el proyecto hidroeléctrico con el uso de la fuerza policiaca. Con Ángel Aguirre Rivero que lo encarceló en un penal de máxima seguridad y con Héctor Astudillo por fomentar la división de los comuneros. Con todos pagó caro su osadía: fue encarcelado en tres ocasiones, castigaron con mayor severidad a las comunidades del Cecop. En lugar de reconocer su labor como defensor comunitario en todo momento le dieron trato de delincuente. A pesar de la persecución y de la apertura de carpetas de investigación, Marco Antonio permaneció fiel a sus ideales, siempre al lado de las familias pobres del Acapulco rural. Su temple como defensor del territorio demostró tener capacidad para convocar, movilizar y convencer a las comuneras y comuneros, tuvo también la fuerza, la decisión, valentía y gallardía para estar al frente de las batallas y de impedir la realización de asambleas espurias convocadas por la Procuraduría Agraria. Siempre con su acero en la mano se abrió camino. Enfrentó a los policías a pedradas, con la fuerza de sus machetes y con su voz de trueno hizo crecer un movimiento que inspiró muchas luchas en el país. Era una tromba que atacaba con toda su fuerza para desbaratar la estrategia gubernamental de acarrear taxistas para que votaran por el sí a La Parota. Todo se vino abajo cuando en una asamblea convocada por el gobierno y el Cecop para hacer una consulta por usos y costumbres, de manera contundente ganó el no a la construcción de la presa. Los enemigos de Marco Antonio fueron los grupos de poder, los políticos arribistas, los empresarios depredadores del medio ambiente, sobre todo los gravilleros que son los que más han dañado el río Papagayo y que se han enriquecido con las reservas naturales como la grava, la arena y la piedra. Han despojado las tierras comunales con el respaldo de las autoridades que hacen negocios compartidos. Marco Antonio, había focalizado su lucha contra las empresas gravilleras, sin embargo, descubrió que existe una red de complicidades entre autoridades municipales y empresarios, junto con grupos de la delincuencia. En esta telaraña de intereses los grupos de la delincuencia hacen el trabajo sucio para asegurar los negocios de los empresarios y varios políticos. Fue muy reveladora la última llegada de Marco Antonio a Cacahuatepec. Las “pangas” estaban listas para trasladarlo. Dos de ellas son del CECOP. Ahora bajaron su cuerpo inerte de quien en muchas ocasiones se trasladaba para asistir a las asambleas dominicales y darle seguimiento a las tareas de reconstrucción de sus viviendas y de sus parcelas que fueron afectadas por los huracanes Otis y John. Ahora estas pangas cargaron el cuerpo de Marco Antonio y lo trasladaron a la comunidad que tanto quiso: Cacahuatepec, donde forjó su acero como defensor comunitario. Cuando bajaron su cuerpo de la carroza, de inmediato se escucharon los gritos de sus compañeros: ¡Marco vive! ¡La lucha sigue! Al otro lado del río más de cien mujeres también coreaban ¡Viva Marco Antonio! ¡Viva! El grito en el río Papagayo es el grito de justicia de las comunidades olvidadas del río Papagayo. Es el grito de indignación del Acapulco de los terregales, del Acapulco encharcado por las aguas negras, del Acapulco donde la casa de salud sigue sepultada desde el huracán Otis. El Acapulco de los desempleados, de los que sobreviven como vendedores ambulantes y que se ocupan en los hoteles y en la industria de la construcción. Los que sufren el saqueo de su agua y de los recursos pétreos de su río. Marco Antonio se sensibilizó más con los problemas de la pobreza, la discriminación, el clasismo, el racismo que padecen secularmente las comunidades rurales. Marco sufrió en carne propia el estigma por ser un hombre de campo. Fue apodado como huarachudo, el sombrerudo o el machetero. La grandeza de Marco fue su estatura moral, para él su sombrero, su machete, sus huaraches fueron los símbolos de su identidad. Hoy lo sepultaron con sus huaraches que más le gustaban, con un pantalón de mezclilla, su pantalón de lucha. Su sombrero negro que le dio siempre la estampa de un campesino galán, de un campesino carismático, bragado, dicharachero, que supo convivir con la gente del campo, donde estaba su vida. Fue el hombre valiente y bullanguero que se ganó el aprecio de la gente. Marco Antonio fue un hombre que se acercó a los sacerdotes y al obispo, una persona respetuosa de las creencias de la gente. También fue un hombre de batallas, que recibió al subcomandante Marcos en los bienes comunales de Cacahuatepec, que se solidarizó con los indígenas zapatistas y que participó en marchas para acompañar a las madres y padres de los 43, para gritar ¡Fue el estado! y para exigir que se investigara al Ejército. Las luchas que dio Marco abrazaron las mejores causas del movimiento social en Guerrero. Apoyó a la policía comunitaria y varias comunidades del CECOP se incorporaron al sistema de justicia y seguridad comunitaria, para dar seguridad a las comunidades. Por eso en su último viaje fue escoltado y cargado en hombros por sus compañeros de la policía comunitaria. La pérdida de su hermano Vicente le rasgó el corazón. Lo marcó para toda su vida. Le hizo sentir lo frágil que es el ser humano, sin embargo, en esta fragilidad encontró la fortaleza espiritual, porque Marco cultiva valores y principios, convicciones y un compromiso probado por la justicia. Marco se fue a los lugares más difíciles para buscar a su hermano. Encaró a los responsables que participaron en su desaparición, señaló a los autores materiales y exigió que sean detenidas todas las personas involucradas como el comandante Pino. Se fue sin saber el paradero de su hermano y alcanzar justicia. La mañana de este domingo caminamos en medio de la arena, del polvo y del calor. Fuimos a su última morada, para refrendar nuestro compromiso con su lucha, para mantener vivo su legado y apoyar al CECOP para que su espíritu indómito no se debilite. Queda vivo su ejemplo, su temple, su acompañamiento a las comunidades más pobres, su entrega incondicional para defender el territorio y luchar por una vida digna entre las comunidades del río Papagayo. Ahora queda en manos de la autoridad las investigaciones. Tienen que llegar al fondo. No pueden seguir pretextando que sean las víctimas quienes hagan la investigación. Son las autoridades las que tienen que trazar las líneas, sobre todo, deben de tomar en cuenta la trayectoria de Marco Antonio como defensor del territorio. Su vida fue cien por ciento dedicada a defender los derechos de la gente pobre. Lo hizo en las comunidades rurales, en la playa Icacos, acompañando a las organizaciones solidarias para exigir justicia y verdad o ya sea buscando a su hermano Vicente Suástegui. Las autoridades tienen que dar resultados contundentes sobre este crimen artero. No puede continuar este pacto de impunidad, de atentar contra la vida de los defensores y defensoras y permitir que los responsables sigan libres. Esta espiral de violencia está socavando la seguridad de las personas y es la amenaza más funesta para quienes luchamos por los derechos del pueblo. Las autoridades del estado tienen que corregir el rumbo, porque el naufragio es inminente. Centro de derechos humanos de la Montaña, Tlachinollan Share This Previous ArticleMarco Antonio Suástegui: la estirpe guerrera de los yopes No Newer Articles 4 horas ago