No olvidemos a quienes desde la infancia cargan el pesado yugo de la discriminación. Su vida al ras de la tierra, pasa desapercibida por nuestra vista.

Maricruz, jornalera nahua, fue despedida por exigir sus derechos

Maricruz, jornalera nahua, fue despedida por exigir sus derechos

 

 

Maricruz, originaria de la comunidad nahua de Ayotzinapa, municipio de Tlapa, vive en la incertidumbre en este 2025. Durante 19 años había trabajado en el campo agrícola Buen Año, pero por atreverse a reclamar sus derechos ya no fue contratada. En noviembre de 2024, tenía listo su petate y sus trastes para subir al autobús rumbo al campo Buen Año, en el estado de Sinaloa. Sin embargo, le dijeron que estaba reportada y no podría volver a trabajar. Con lágrimas en los ojos, regresó a su casa de adobe y carrizo. La esperanza de ganarse un dinerito para cuidar a su papá de 83 años se desmoronó.

Entre las montañas permanecen los caseríos de la comunidad indígena. Con una sola mirada se alcanzan a ver los desfiladeros y los peñascos que han desafiado por siglos los temblores. En esas tierras faldosas se siembra maíz, frijol y calabaza de temporal. La producción sólo es para la subsistencia de las familias porque son en cantidades pequeñas, incomparables a los campos agrícolas donde se emplean como jornaleras y jornaleros.

Maricruz vive sólo con su papá en una choza cerca del río que escurre en medio de la comunidad. Dos calabazas cuelgan de un pequeño árbol y al fondo del patio un par de gallinas picotean la tierra. En la esquina se asoma un costal de mazorca de los diez que pudieron cosechar en esta temporada; afligida asegura que apenas “va a alcanzar para tres meses”.

El dinero que pensaba ganar en los surcos de verduras chinas garantizaría el alimento durante seis meses.

En la temporada de trabajo que va de noviembre de 2023 a mayo de 2024, Maricruz decidió hablar con Erick, un encargado del campo Buen Año, sobre la falta de baños en el lugar. Con firmeza, le dijo:

«’Usted no se preocupa por la gente que anda trabajando, sólo le interesa su dinero. Vayan a ver cómo están las condiciones en el campo, usted no lo ve quizá porque está metido en la casa, en su oficina. Nosotros necesitamos los baños y queremos que los vengan a dejar’. Luego me preguntó mi nombre y fue con las trabajadoras sociales Nancy o Martha, a lo mejor les dijo que lo obligué. Era necesario y su obligación poner los baños”, explicó la propia Maricruz.

Por exigir condiciones laborales y dignas, Maricruz fue reportada y suspendida de su trabajo sin mayores explicaciones.

“Les molestó mucho que hablara y por eso no fui este año, me dijeron que yo estoy reportada. Yo le dije que podíamos hablarlo porque nosotros como jornaleros tenemos derechos. Por eso la gente tiene miedo de hablar, porque si tú hablas ellos te reportan, porque para ellos no vales nada. Y cuando le dije a Erick y a otro de los encargados que iba a ir al campo, me dijeron ‘no puedes venir ahora porque estás reportada’».

Alzar la voz en los campos agrícolas nos traslada a la esclavitud en los campos algodoneros o en los cañales, donde hablar de los derechos era peligroso, tanto que se pagaba con tratos crueles y hasta la muerte. A Maricruz le quitaron la esperanza de comer un día más. A lo largo de 19 años ha entregado su fuerza de trabajo a una agroindustria china.

“Cuando yo llegué estaba Led, el Limón y el Juanito. Trabajábamos de rodillas cortando verduras chinas. Desde adentro de mi corazón les digo que cuando nos vamos allá es por necesidad. Nadie lo haría siendo rico o por gusto. Yo voy por mi papá porque aquí no hay nada de comer”.

“Cuando no cortamos bien los chinos nos patean las cajas de verduras y tú con las rodillas llenas de tierra tratas de sostenerlas. La verdad en los campos nos maltratan, pero por ganar un pan de cada día nos aguantamos por mucho tiempo. Esta vez dije ‘hasta aquí, voy a hablar’. Yo siento que mi corazón se despedaza por que es triste que te pateen la caja y además te dicen, ‘tú vas a descansar’. Nadie se preocupa por nosotros, sólo nos descansan y ahora lo están haciendo conmigo. Si el corte está mal te suspenden tres o cuatro días sin derecho a sueldo”, relata con melancolía Maricruz.

Maricruz explica la desigualdad entre ricos y pobres cuando señala que los ricos no defienden a las familias jornaleras. Las trabajadoras sociales sólo cuidan los intereses de los empresarios. “Nos miran como si no valiéramos nada, como desechables, que fácilmente nos pueden sustituir. Ellos saben que hay muchos pobres en la región de la Montaña. Unos se van, otros pueden llegar. El hambre nos hace ser presa fácil y la falta de trabajo que hay en nuestras comunidades. Los ricos no nos tienen lástima. Lo único que quieren son personas obedientes y que no reclamen sus derechos”.

Para Maricruz a los grandes empresarios no les importa el derecho de las familias jornaleras, sólo sus ganancias. Los pobres tienen que trabajar duro para ganar un poquito para comer porque en los campos agrícolas todo es caro. Hay trabajo, pero con las enfermedades a las y los jornaleros se les complica realizarlos, porque no se les respeta el derecho a servicios de salud y menos a un sueldo.

“No les sirves si estás enferma, no más cuando estás trabajando. No se preocupan por tu atención, pero como dicen unos, para ellos no somos nada. No ven por la gente que llega, como para que nos traten bien”.

Las condiciones de vida en los campos agrícolas son deplorables. Las familias que llegaron en noviembre de 2024 y que se quedarán hasta mayo de 2025 viven hacinadas en pequeños cuartos. En cada cuarto viven ocho personas que tienen que dormir amontonados. Y varias veces ni se les facilitan servicios utensilios básicos para que puedan preparar sus comidas, como gas o estufa. Esta vez estuvieron insistiendo y al final les dieron una para ser compartida entre varias familias. La vida en los campos es una lucha constante para sobrevivir. “Te levantan a las tres o cuatro de la mañana, y a las seis ya se está trabajando en el campo. Si no te da tiempo, te dejan atrás”, comenta Maricruz.

En los surcos de verduras chinas la realidad es más competitiva. Dependiendo de la rapidez con que cada jornalero o jornalera realice el corte es el salario. “Cada caja la pagan a seis pesos, en una tarea (trabajo a destajo) son 12 cajas pagadas a 72 pesos. El Taiwán grande por 24 cajas está en 85 pesos, en el 2005 cada caja estaba en dos pesos. Al año sube cincuenta centavos o un peso. Este 2025 subió un peso más”.

Cuando las familias son numerosas, unos ganan para la alimentación y otros para la coca de medio litro que cuesta 35 pesos. En Jalisco la coca está a 22 pesos. Los huevos, salchicha, queso, frijol y todo lo que se requiere para comer forzosamente se compra en las mismas tiendas de los patrones.

El año pasado el cono de huevos estaba a 110 pesos. Son las nuevas tiendas de raya. Las familias jornaleras se tienen que endeudar, pero lo más cruel es que no pueden salir hasta que paguen. Los mantienen cautivos hasta saldar sus cuentas. Tienen que trabajar horas extenuantes para los empresarios. En ocasiones hay quienes enfermos tienen que cargar las cajas a los camiones y las mujeres recién operadas tienen que seguirle en los surcos y tener algo para comer.

Nadie habla de las malas condiciones laborales por las que atraviesan las familias jornaleras porque tienen miedo de que sean suspedidas. No quieren correr la misma suerte que ahora enfrenta Maricruz, quien no sabe si aún le darán trabajo. “Si Dios me presta vida, buscaré trabajo en otro lado, pero no puedo quedarme sin hacer nada”, dice con esperanza Maricruz.

Las familias jornaleras enfrentan una serie de agravios sin que las autoridades federales ni estatales aseguren el respeto a sus derechos. Las instituciones encargadas de velar por su bienestar están lejos de cumplir con su función, y en muchos casos se convierten en cómplices de los empresarios agroindustriales. Las políticas públicas destinadas a proteger a las familias indígenas son insuficientes, mientras que la falta de supervisión en los campos agrícolas perpetúa la explotación laboral. Varias de estas empresas cuentan con permisos oficiales para operar, incluso bajo condiciones que rozan en la esclavitud.

En este contexto, los derechos humanos de los jornaleros y jornaleras siguen siendo sistemáticamente ignorados, y su lucha por condiciones laborales dignas se convierte en un desafío cotidiano, donde historias como la de Maricruz se repiten una y otra vez.

 

Foto: cortesía de familias jornaleras de la Montaña de Guerrero

Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan 

Publicado originalmente en Pie de Página

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