Abel Barrera Hernández
Viviste un momento luminoso en la Convención de Aguascalientes, en plena selva Lacandona con tu irrupción al mundo de las mujeres sin rostro, quienes con sus armas en mano declararon la guerra al Ejército Mexicano. La ley revolucionaria de las zapatistas te marcó para siempre. Fue el punto de quiebre que te llevó a abrazar la causa de las mujeres que luchan en los cerros y en sus hogares. Te adheriste a su movimiento para pelear por los derechos económicos, laborales, sociales, reproductivos y políticos de las indígenas. Reivindicaste su derecho al trabajo y a recibir un salario justo; a elegir pareja y no ser obligadas a casarse; a decidir el número de hijos; a no ser golpeadas, maltratadas ni violadas. A participar en los asuntos de la comunidad y ocupar cargos de representación y ser también autoridad.
La voz de las zapatistas quedó grabada en tu mente y corazón. Redescubriste tu potencial para ejercer un liderazgo comunitario al servicio de las compañeras de la Montaña y Costa Chica de Guerrero. Ayudaste a fortalecer sus luchas y a reconstruir sus identidades étnicas y de género. En diciembre de 1995, en el primer encuentro nacional de las mujeres del Anipa, replanteaste con varias compañeras que la autonomía tenía que aplicarse en todos los ámbitos de la vida comunal, municipal, regional estatal, nacional y personal.
Comprendiste pronto que la formación política de las indígenas era imprescindible para superar los atavismos políticos de la exclusión y el silenciamiento de las compañeras en las asambleas regionales y comunitarias. En la Convención Nacional Indígena en Tlapa se planteó, por primera vez y de manera explícita, el tema de las indígenas. Desde ese acto memorable, fue tema transversal que se discutió en los diálogos de San Andrés, en el Foro Nacional Indígena, en el Congreso Nacional Indígena, en el Encuentro Nacional de Mujeres Indígenas y en el segundo Encuentro Continental de las Mujeres Indígenas, donde tu voz adquirió el timbre de un reclamo secular. Demostraste tu capacidad para tender puentes y entablar diálogos con mujeres no indígenas, feministas, de la academia y de organismos civiles. Tu carisma y habilidad para conectar con los públicos te abrieron las puertas a escala internacional.
Fue impactante el primer acercamiento que tuviste con la comandanta Ramona, por su porte sencillo y combativo, libre de miedos. Sin tapujos, increpó a los hombres: “¿queremos preguntarles si sería posible que el zapatismo fuera lo que es sin sus mujeres? ¿La sociedad civil que tanto nos ha apoyado, sería lo mismo sin sus mujeres? ¿Se puede pensar en el México rebelde y nuevo que queremos construir, sin sus mujeres rebeldes y nuevas?” El último encuentro que tuviste en México con la comandanta, cuando el cáncer la consumía, fue aleccionador: “hay que dar la batalla siempre en colectivo”.
En plena curva de aprendizaje, demostraste a los compañeros del Consejo Guerrerense 500 años de Resistencia Indígena, que sin las mujeres su lucha perdería fuerza y legitimidad. Participaste en solidaridad con el EZLN, para desafiar al poder y gritar “¡No están solos!” Con mayor combatividad te involucraste en la “marcha del color de la tierra”, para llegar al Congreso de la Unión y exigir a los diputados la aprobación de la ley de la Cocopa. Fue memorable la frase de la comandanta Esther cuando espetó a los encorbatados del Congreso: “soy indígena y soy mujer y eso es lo único que importa ahora”.
Te encontraste con compañeras con las que formaste la Coordinadora Guerrerense de Mujeres Indígenas. Con ellas emprendiste una lucha aciaga contra la mortalidad materna, para desenmascarar las políticas etnocidas y discriminatorias que han implantado los gobiernos caciquiles a punta de bala. Abriste sendero en la Montaña y Costa Chica de Guerrero a través de un largo proceso de organización, formación y autogestión en torno a la salud materna, contra la violencia a las mujeres y en defensa de sus derechos. Lograste que se creara la casa de salud de la mujer indígena Manos Unidas en Ometepec.
En Xochistlahuaca, desde joven, al lado de tu papá Emigdio y tu mamá Hermila, con tus dos hermanas y tres hermanos, contactaste a los movimientos sociales del estado. Te abriste paso en Chilpancingo para alcanzar una formación técnica. Nunca imaginaste que en la capital de Guerrero forjarías tu identidad como defensora de los derechos de los pueblos indígenas y los de las mujeres. Tampoco imaginaste que, al calor de las luchas y en las trincheras de los pueblos, reconocerían tus grandes hazañas como lo patentizó la revista Forbes, al colocarte dentro de las 100 mujeres más poderosas del país. Por su parte, Women Deliver te ubicó como una de las 100 lideresas de 2011.
Tu peregrinar por América te proyectó como líder internacional. En 1998, fue muy significativa tu participación en la Convención sobre la eliminación de toda discriminación contra la mujer, en Sudáfrica. Compartiste lugares en la ONU con Mirna Cunnigham, de Nicaragua, presidenta del Foro Permanente para las cuestiones Indígenas; con Otilia Lux de Coti, de Guatemala, directora del Foro Internacional de Mujeres Indígenas y Nina Pacari, ministra de la Corte Constitucional de Ecuador.
Demostraste ser parte de la estirpe de las embajadoras indígenas, logrando coordinar el programa de mujeres indígenas del Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir; formaste parte de la Asamblea Consultiva del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación; te desempeñaste como coordinadora de la Alianza de Mujeres Indígenas de Centroamérica y México; fuiste miembro del Consejo Ciudadano para la Promoción y Defensa de los Derechos Políticos de las mujeres del Inmujeres y la primera secretaria de Asuntos Indígenas del gobierno de Guerrero.
Como embajadora de un movimiento nacional ayudaste a construir liderazgos de mujeres indígenas de la Montaña, zona Centro y Costa Chica de Guerrero. Consolidaste una organización de mujeres aguerridas que ahora luchan contra la violencia patriarcal. Que no sólo defienden el territorio comunitario, sino la titularidad de sus bienes. Que irrumpen en las asambleas y disputan los cargos comunitarios y políticos para demostrar que son capaces de ejercer la autoridad.
Martha, igual que las indígenas de la Montaña que mueren de parto, el Covid-19 te arrancó la vida cuando aún no era la hora de tu partida.
Publicado en el diario La Jornada