Estimadas amigas y estimados amigos de Tlachinollan:
Los pueblos indígenas enclavados en la Montaña de Guerrero,
en estos días propicios para la reflexión y el esparcimiento,
se hacen presentes con mayor fuerza por ser los grandes inspiradores del nuevo mundo que queremos y por el cual brindaremos en esta navidad.
Desde que habitaron esta Montaña
se erigieron en los artífices de la vida comunitaria.
Se asumieron como los guardianes celosos de la casa común.
Los forjadores de la cultura del don.
Los sabios y sabias del saber milenario cultivado en la planta del maíz.
Hombres y mujeres altivas e indómitas en este enclave de las mil batallas,
de la geografía encantadora, donde habitan los caballeros tigres y águilas.
Los guerreros y guerreras que luchan a brazo partido
contra las empresas saqueadoras de sus riquezas naturales.
Bajo este cielo enrojecido por la violencia,
oscurecido por el dolor de los 43 jóvenes desaparecidos,
gélido por tanto olvido, desprecio y atraco,
brilla la estrella de Belem,
que guía a los que caminan por estos senderos escabrosos en pos de la justicia.
Con su corazón de acero
tienen como mejor arma la esperanza de un mundo diferente
acorde a los planes divinos.
Los pueblos Me Phaa, Na savi, Nauas y Ñomdaa
henchidos de generosidad
y resguardados por su policía comunitaria
velan por todos y todas
ante las acechanzas de un gobierno coludido con la delincuencia organizada.
Gracias a esta fuerza del pueblo
que en sus rezos se nutre de las potencias cósmicas,
han podido resistir y mantenerse firmes en su modelo de vida comunitaria,
como hijos e hijas del fuego y de la lluvia.
Ellos y ellas en esta Navidad,
desde sus cerros sagrados,
donde se encuentran los altares de San Marcos,
sus sabios y sabias rezan por nosotros
y miran el firmamento
para ver cómo pintará el 2016.
En esta oración cósmica
nos abrazan como los grandes hermanos y hermanas ejemplares,
los que nos enseñan que la felicidad verdadera
es cultivar una vida sencilla y amorosamente solidaria,
porque ahí se forja el corazón comunitario.
La plenitud de su vida se alcanza en la fiesta del pueblo
donde se comparte con los demás
los frutos de la tierra que ellos mismos cosecharon.
Ellas y ellos continúan labrando su tlacolol cuesta arriba
para que nazca la vida divinizada en la comunidad,
para que florezca la justicia, la verdad y la paz entre los pobres.
En sus plegarias a las potencias sagradas
susurran el salmo del profeta
“Dios ha escuchado el clamor de su pueblo
y se apresta para hacer justicia al pobre”.
Que nunca nos falte fuerza y alegría para seguir acompañando
a quienes peregrinan en busca de sus hijos
y luchan por un mundo sin víctimas.
Con todo nuestro cariño y aprecio:
Las compañeras y compañeros de Tlachinollan