En la tarde de este lunes 6 de noviembre de 2023, después de la celebración del día de muertos, empezó la diáspora de las familias jornaleras de la Montaña de Guerrero, principalmente de la comunidad nahua de Ayotzinapa migraron más de 250 jornaleros y jornaleras, en 9 autobuses, a los campos agrícolas del norte del país. El flujo migratorio aumentó considerablemente en esta temporada, porque quienes siembran maíz aseguran que las cosechas serán mínimas debido a la sequía. No hay más alternativa para sobrevivir que enrolarse como trabajadores de las grandes empresas agroindustriales que exportan chile, jitomate, uva o verduras chinas a Estados Unidos y a Canadá.
Desde las seis de la mañana muchas jornaleras veían los últimos detalles, la olla y el sartén que faltaba para cocinar; el petate, por si no hay lugar, pernoctar bajo las estrellas; las cobijas y unas cuantas mudas de ropa. El rostro de las abuelas y los abuelos palidecía sólo de saber que volverían a verse con sus hijos o sus nietas hasta los 6 meses. Un día antes habían arreglado todo, ahí en la esquina ya estaban los costales de enseres domésticos y de ropa. A las 8 de la mañana el corazón de la comunidad de Ayotzinapa empezó agitarse, el movimiento de las familias empezó a crecer como un río en las calles. Los que quedaron asomándose de las puertas de sus chozas, con la mirada adelante, fueron las ancianas y los ancianos.
Un viento arremolinó un pedazo de hoja de cuaderno que habían olvidado hace unos días en medio de la calle, cuando el único carro aceleró para alcanzar al resto de las familias en el crucero de la comunidad. Ahí estaban listos para abordar los autobuses, pero esperaban que los mayordomos dieran la indicación, mientras tanto se anotaban en unas listas. La trabajadora social del campo agrícola “Buen Año”, actualmente registrado como “Golden Field’s” de Sinaloa coordinaba la salida de los autobuses.
A las 11 de la mañana, las niñas y los niños se cubrían con sus pañuelos, una sudadera o una playera extra que llevaban porque los rayos del sol les quemaba la piel. Uno de ellos afirma que el sol de Sinaloa es más duro. Se escucha el motor de uno de los autobuses, pero sólo un par de minutos y se ahoga; es un respiro. Las familias seguían esperando, había varios grupos. Hablaban, pero no se alcanzaba a oír nada. En esa intranquilidad un jornalero comenta que en los campos agrícolas los trabajos son extenuantes, pero que en sus comunidades no tienen opciones de vida.
A las 12 del día se escuchan los motores un poco más abajo; dos autobuses se ponen en marcha rumbo a Tlapa para que las familias se registren en la casa del jornalero. Pasan algunos minutos y el mayordomo los llama para que se suban a otros autobuses. Entre las filas de los buses caminan jornaleras cargando sus costales para acomodarlos en la cajuela, algunas con sus pequeños niños en el brazo. Esa es la dinámica para que los autobuses poco a poco tomen el camino de la explotación, pero para las familias el de la esperanza.
Maricruz Cruz, mujer nahua, retrata en breve el drama de una jornalera. “Ya tengo 25 años migrando a los campos agrícolas. La primera vez viví en Lagunas. Luego me fui a Morelos, ahí rentaba un cuarto en mil 800 pesos. No me alcanzaba. Gracias a Dios sigo migrando al campo Buen Año, en Culiacán, Sinaloa. Mis seis hijos nos esperan en los campos. Somos una familia de migrantes. Tengo una hija en Cuautla, Morelos, pero dice que todo está caro. Algunas personas nos dicen que en los campos no hay nada y que para qué vamos, pero nadie lo hace por gusto, vamos por necesidad. Tenemos que trabajar para comer, buscarle para vivir”.
Señaló que el pasado 23 de octubre salieron tres camiones, este 6 de noviembre son nueve y el 15 de este mes van a salir más familias. A pesar de que tejen sombreros, vendiendo la docena a 160 pesos, “no siempre podemos venderlos. Por eso nos vamos a Sinaloa al corte de verduras chinas, berenjena, ejote de reata, yu choy, entre otras. En ocasiones el pago es de 90 pesos al día”.
Manuel comenta que la caja de yu choy la pagan en 12 pesos. El trabajo por tarea, los jornaleros cortan entre 10 a 12 cajas con un pago de 104 pesos, pero hay jornaleros que logran cortar más cajas y su pago puede incrementar entre 140 y 192 pesos, todo depende de la rapidez de la jornalera o jornalero. El cálculo para poder comer está en el esfuerzo de las familias, sin importar sus derechos humanos.
Las familias jornaleras, las más invisibilizadas, salieron ya que el sol había caído entre las montañas con dirección a Puebla. Viajarán toda la noche y llegarán a su destino el martes, a las 8 de la noche, para descansar un día. El jueves 9 de noviembre se sumergirán en los surcos de la explotación.
Cuando no pueden ir a los campos de Sinaloa, migran a estados como Chihuahua, Sonora, Baja California, Guanajuato, Nayarit, San Luis Potosí. “Nosotros le vamos a buscar para comer, porque no podemos quedar con los brazos cruzados y dejarnos morir”. Con esta determinación las familias ponen las esperanzas en su propia fuerza de trabajo. Las autoridades son ajenas a esta realidad que las interpela, pero prefieren zanjar este flagelo de la pobreza y la discriminación.