Las miradas diligentes de las mujeres buscadoras que conforman el Colectivo Luciérnaga de Tlapa, en la región de la Montaña, Guerrero, permanecieron fijamente en la tierra alborotada por una retroexcavadora en el lugar conocido como los Tres Postes. En la búsqueda, sus rostros mostraban una sensación, quizá, de esperanza o de tristeza, cuando entre los terrones de tierra aparecían bolsas negras y pedazos de ropa roída. Algunas de ellas quedaban atentas para no perder ningún detalle de la búsqueda. Otras más corrían para observar de cerca lo que alertaba a la Comisión Nacional de Búsqueda, a la Comisión Estatal de Búsquedas de Personas, la Fiscalía de Guerrero, así como integrantes del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan.
En toda la mañana las dos retroexcavadoras siguieron abriendo la tierra sin descanso. Los rayos del sol eran más fuertes. Los minutos transcurrían entre pensamientos e interrogantes que hacían más pesado el día. Doña Amalia, pensativa, hacía pequeñas rayas en una tierra llena de cuerpos sembrados por los señores de la muerte. Le faltan las melodías que su hijo deleitaba con el piano. Le llegan lluvias de ideas de dónde podría estar, ha preguntado a los sabios y a las sabias de la comunidad en San Miguel Amoltepec, municipio de Cochoapa el Grande, sobre su paradero. Su hijo Fredy fue desaparecido por hombres armados y no ha vuelto a cantar para su familia desde el 2016. ¿Por qué hay personas que desaparecen o asesinan? ¿Cuáles son los hilos que mueven la desaparición de personas? ¿Dónde están? ¿Qué hacen las autoridades?
Doña Guadalupe sonríe, mira el montón de tierra y recuerda que este 12 de julio cumple cuatro años que su hijo está desaparecido. “El 12 de julio de 2018 salimos a comer pozole, pero yo me tuve que ir después de 3 horas. De acuerdo con un testigo a mi hijo le hicieron varias llamadas a su celular, pero no respondió. El timbre del teléfono era insistente. A las 12 de la noche mi hijo decidió contestar, salió de la pozolería, pero nunca más volvió. No sé si andaba en cosas malas, pero él había sido muy bueno conmigo. Algunas personas me dicen que no lo busque, pero cómo le hago con mi dolor y mi tristeza. Lo seguiré buscando hasta que lo encuentre para que mi corazón esté tranquilo y si está muerto darle un descanso en paz”.
Al filo del mediodía una bolsa negra apareció entre la tierra desmoronada. Inmediatamente las y los buscadores miraban cuidadosamente qué otra cosa más podría encontrarse, removían la tierra con palos, varillas y palas. La inquietud resaltaba con mayor énfasis cuando salían bolsas y ropa repetidas veces. Las ansias de encontrar a las personas desaparecidas en una fosa clandestina aumentaban en segundos. Nada alentador porque era más un cincelazo en el alma. La vida parece quedar a merced de los grupos de la delincuencia organizada al truncar los sueños de seres humanos. Las personas desaparecidas y desaparecidos no son la estadística que cotidianamente salen en los reportes policiacos. Más bien, son historias, memoria, recuerdos y esperanzas.
Durante ocho horas las mujeres, familiares de las desaparecidas y los desaparecidos, estuvieron firmes y observando los detalles de la búsqueda. Recordaban que en ese mismo lugar se había encontrado al defensor de derechos humanos, Arnulfo Cerón Soriano, desaparecido el 11 de octubre de 2019. Días después se encontró otro cuerpo más de una persona que hasta el momento no se sabe si ya fue reconocido por sus padres o sus hermanos. Inexorablemente sus reflexiones no podían despegarse del terror implantado por los grupos delincuenciales que operan en la región de la Montaña. Nada ha cambiado, al contrario, la violencia ha incrementado con levantones en pleno centro de Tlapa. Ante este escenario las autoridades no figuran más que en las fotografías de propaganda, lejos de la realidad de las familias que sufren los estragos de la violencia.