#NiUnaMenosNiUnaMás
A’gu, como el roble y el viento. A’gu, mujer grande como el firmamento. A’gú, la belleza de nuestro cosmos. Nuestra madre, la del territorio sagrado, que en su vientre florece la vida comunitaria en la Montaña. Mujer apacible, que a imagen de la mujer dormida has sido violentada por siglos por el sistema patriarcal. Ser mujer en México es tener que enfrentar las estructuras del poder patriarcal que se empeñan en acallar las voces de las flores y del canto rebelde que han resistido la crueldad de los machos.
Desde la Montaña de Guerrero las mujeres son los manantiales de la sabiduría, los robles y ahuehuetes cuyas raíces representan la vida robusta que viene desde antaño. Son las mujeres del aire, las que traen la vida y la salud. Las civilizadoras del maíz y la belleza de nuestro microcosmos. Son las estrellas que brillan en esta noche funesta de los cabríos decrépitos. De la barbarie patriarcal, de los caciques y políticos violadores que han mancillado lo más sagrado de nuestra dignidad y nuestra civilización. Desde este rincón sureño han emergido las mujeres guerreras que desde la independencia alimentaron la lucha para tener una patria digna, desde los cerros sagrados de la Montaña. Las mujeres sabías son las guardianas de nuestras deidades, quienes para atraer la lluvia bailan en los cerros. Las que cuidan con mucho amor y celo a las futuras madres, para que en los pisos de tierra nazca la nueva vida.
No podemos permitir tanta historia mal escrita con sangre de las mujeres por parte del poder patriarcal. No podemos hablar de democracia ni de justicia cuando las mujeres siguen siendo súbditas en todos los espacios de nuestra sociedad, cuando en los palacios sólo son objetos de decoración o de la servidumbre de una clase política nefasta. El grito de las mujeres es el nuevo pentagrama de la sinfonía de voces que hoy le han echado a perder la fiesta a quienes han querido tocar al ritmo de los machos. Las vallas en Palacio Nacional siguen siendo el muro infranqueable del patriarcado, la muralla de un poder político que está sostenido con una visión del mundo obtusa y decrepita, porque sigue impasible ante los feminicidios, porque sigue descalificando al movimiento legítimo de las guerreras, que han tenido la fuerza y la inteligencia para desnudar el sistema fetichizado por el falo.
En el mes de enero el Secretario Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública reportó a nivel nacional un total de 67 feminicidios y 240 homicidios dolosos contra mujeres, mientras que en Guerrero reportó 2 feminicidios y 7 homicidios dolosos. La entidad cuenta con una Alerta de Violencia Género decretada desde el 22 de junio de 2017, en 8 de sus principales municipios, y otra decretada el pasado 5 de junio por Agravio Comparado ante el incumplimiento del estado en la protección de la vida, integridad y seguridad de las mujeres. De esta forma, Guerrero se convierte en el segundo estado de la república en decretar una alerta de este tipo.
En medio de esta situación, llegamos a una conmemoración dolorosa del 8 de marzo del día de la dignidad de las mujeres. Esta vez en medio de una pandemia, que lejos de disminuir las agresiones las ha incrementado, las mujeres han tenido que salir a denunciar a los violadores.
A inicios del confinamiento la Directora Ejecutiva de ONU-Mujeres, Phumzile Mlambo-Ngcuka, señaló que la crisis sanitaria por el virus SAR-CoV-2 vendría acompañada por “otra pandemia a la sombra: la violencia contra las mujeres” y que era obligación de los Estados realizar las acciones necesarias para atenderla de manera adecuada, a pesar de la pandemia. Por su parte, el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), señaló que por cada 3 meses que prosiguieran a las medidas de confinamiento, consideraban que habrían alrededor de 15 millones de casos adicionales de violencia de género.
Estos pronósticos no estaban errados. La violencia se exacerbó ante las medidas de confinamiento y el cierre de instituciones públicas y refugios para la atención de la violencia de género. En la Montaña esto significó que varias mujeres fueran asesinadas, sufrieran abusos sexuales o fueran desaparecidas. Desde el Centro de Derechos Humanos de la Montaña “Tlachinollan” documentamos un total de 30 casos relacionados con la violencia de género, de marzo a junio de 2020. En estos casos se destacaron hechos de violencia física, abuso sexual, feminicidios y desapariciones. 13 de los casos se relacionan con violencia familiar, en los cuales se identificó que la violencia escaló sin que existieran medidas de protección para las víctimas. Sólo en 10 casos se pudo interponer una denuncia, ya que, ante las medidas de distanciamiento social, sólo había una persona en guardia rotativa en la agencia especializada de casos de violencia contra la mujer para toda la región. Únicamente se atendían los casos más urgentes y no les daban seguimiento a los mismos. Por su parte, la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas del Estado de Guerrero se mantuvo cerrada hasta el mes agosto del año pasado, sin que se garantizara el derecho de las víctimas para ser atendidas y escuchadas.
Ante estas dificultades se ha sumado en el ámbito estatal la jornada electoral para elección de gobernador del estado de Guerrero. Es una realidad dolorosa las denuncias dolorosas, las denuncias interpuestas por mujeres ante la Fiscalía del Estado por ser víctimas de violación, señalando al precandidato Morena, Félix Salgado Macedonio y el silencio que existe al interior de su mismo para escuchar el grito de las mujeres. Han sido las mujeres las que han asumido un rol protagónico para colocar en la escena nacional Comisión Nacional de Honestidad y Justicia de Morena de reponer el proceso de selección del candidato. Es un hecho significativo que este viernes 5 de febrero haya iniciado la campaña para gobernador de Guerrero por parte de Morena sin candidato.
En este nebuloso escenario la situación de violencia que enfrentan las mujeres se torna más compleja. En la Montaña próximamente se emitirá una sentencia sobre el caso de la compañera Florencia, una mujer indígena Me’phaa, que fue violada sexualmente de manera tumultuaria y posteriormente asesinada. En 2014 su mamá Catalina acudió inmediatamente con el comisario para hacerle saber estos hechos, pero como se trataba de una mujer le restó importancia. La autoridad acudió después de tres horas solo para dar fe. Por su parte, el Ministerio Público inició las investigaciones ocho horas después con falta de material para embalar los objetos e indicios encontrados en la escena del crimen como parte de la cadena de custodia. El Ministerio Público y peritos, al momento de hacer la inspección ocular, no se percataron de evidencias que eran importantes, como un pasamontañas y colillas de cigarro, las cuales se contaminaron y por ello no se pudo dar con un perfil genético. Es común en la Montaña de Guerrero que, en casos de muertes violentas, para la realización de la necropsia, los cuerpos deben trasladarse hasta la capital del estado, situación que genera un obstáculo para acceder a la justicia ante la precaria situación económica de los familiares. El caso de doña Catalina es un ejemplo claro de esta triste realidad que para trasladar el cuerpo de su hija tenía que pagar 8 mil pesos a la funeraria. Esos obstáculos son parte de un sistema justicia patriarcal que protege a los perpetradores y que alienta la violencia contra las mujeres. En condiciones de extrema pobreza las mujeres indígenas están condenadas a la muerte feminicida.
Los casos de las mujeres indígenas que han sido víctimas de feminicidio no han sucumbido porque las mujeres de la montaña son como el roble, tienen una gran resistencia para enfrentar los embates del poder patriarcal. Su raíz y su fuerza han sido la mejor arma para doblegar a quienes son parte de esta realidad funesta que se tornan cómplices de quienes con su machete y su arma cobardemente se abalanzan contra ellos. A pesar de tantos obstáculos, amenazas y riesgos que corren en sus precarias viviendas, las mujeres de la montaña son como el roble y el viento, inconmovibles y arremetedoras, porque llegan con toda su fuerza a arrancar de raíz el sistema patriarcal. El muro de paz como lo han llamado las autoridades federales es en verdad un muro contra las mujeres, un muro de la impunidad es el muro que sigue protegiendo a los perpetradores, la muralla que discrimina e ignora a quienes desde su dolor y sufrimiento tienen la casta de las hijas de la lluvia, del fuego y de la montaña sagrada.
Desde las entrañas de esta región olvidada donde muchas mujeres indígenas han sido víctimas de feminicidio levantamos la voz acompañándolas en su lucha para que su sabiduría y su encanto como mujeres del agua puedan humedecer esta tierra arisca y transformarla en un territorio donde la justicia sea parte de los bienes tangibles por los que luchan y sueñan miles de mujeres guerrerenses.
Centro de Derechos Humanos de la Montaña “Tlachinollan”