Derechos colectivos de los Pueblos Indígenas y Afromexicanos OPINIÓN | Arturo Lona: el profeta del Istmo Abel Barrera Hernández* “Vengo a servir a los pobres”, fue el primer mensaje que dio don Arturo Lona al llegar a Tehuantepec, antes de ser consagrado obispo, la tarde del 14 de agosto de 1971. La gente que lo esperaba en el atrio de la catedral fue cautivada por su carisma y sencillez. La cultura colorida y bullanguera de las tehuanas permitió a don Arturo rencontrarse con la dimensión festiva y comunitaria de un pueblo creyente. Entendió que la celebración de la fe se nutría de la cosmovisión y las prácticas rituales que dan fuerza e identidad a los pueblos indígenas. En medio de los saludos y las cadenas de flores que lo ataviaron como un visitante distinguido, don Arturo se encarnó a esta realidad como un profeta del pueblo que sufre y lucha contra los cacicazgos políticos y las empresas trasnacionales. A los seminaristas y sacerdotes siempre les compartía su experiencia como pastor, y con un lenguaje llano, les decía: si tienen espolones, quiero que de una vez le entren al ruedo a jugársela por el pueblo. Apoyó en todo momento los procesos de inserción pastoral que realizaban sacerdotes, religiosas y religiosos al interior de su diócesis. Era la levadura que haría crecer la organización de las comunidades. Su cruz de madera, su playera blanca y sus huaraches formaron parte de su atuendo como un obispo peregrino, comprometido con las luchas de liberación en Centroamérica, solidario siempre con los migrantes que huían de sus países y buscaban un refugio en México. Alzó la voz contra los caciques que, a punta de bala, se apropiaban del bosque y de las mejores tierras. Impulsó en todo momento la organización comunitaria como piedra angular para hacer efectivo el derecho a la libre determinación de los pueblos. Fue un mediador incansable dentro de las mismas comunidades confrontadas por las disputas agrarias, como el caso de Los Chimalapas. Se caracterizó por ser un férreo defensor de los territorios sagrados, contra las empresas mineras y eólicas. Denunció las redes del narcotráfico que cuentan con el apoyo de los grupos políticos, las autoridades municipales y estatales, así como las diferentes corporaciones policiacas y hasta el mismo ejército. Fue un profeta que enfrentó varias amenazas de muerte y atentados contra su vida. Los empresarios del Istmo de Tehuantepec promovieron una campaña en su contra y lo tildaban de comunista, decían que había llegado de Cuba. A finales de los 70 un líder priísta conocido como el Rojo Altamirano organizó una protesta contra el obispo Lona. Arengó a la gente para que entrara a la catedral; patearon las bancas y pedían que el obispo saliera. Al no encontrar respuesta dispararon al aire y se fueron. En otra ocasión lo intentaron matar a su regreso de la región de Los Chimalapas, a la altura de la comunidad Lázaro Cárdenas. Escondidos entre la maleza y aprovechando la oscuridad, le salieron varias personas armadas, quienes le hicieron la señal de que se parara. El chofer optó por acelerar el vehículo y huir de sus agresores. Las balas impactaron en la parte de atrás de la camioneta y de milagro el obispo salió ileso. La situación de los migrantes fue de gran preocupación para el obispo Samuel Ruiz y don Arturo Lona. Se coordinaron para pedir el apoyo de la ACNUR y hacer visible este problema de las familias centroamericanas que huían de la guerra y necesitaban ser atendidas como personas refugiadas. Varios sacerdotes y religiosas se fueron a apoyar los campamentos en el estado de Chiapas. Mientras tanto, el obispo Arturo Lona, al consultar con los sacerdotes esta situación que se vivía en el Istmo, optaron por crear el Centro de Derechos Humanos Tepeyac, para que se encargara de atender y defender a estas familias que eran víctimas de atracos, asaltos a mano armada y violación de mujeres. Al constatar el abandono de varias comunidades zapotecas y mixes, vio la necesidad de que la Iglesia pudiera acompañarlos. Don Arturo creó la parroquia de Santa María Guienagati con un equipo pastoral integrado, en su mayoría, por religiosas. Al constatar el acaparamiento que realizaba en esta región un cacique de nombre Ernesto, residente de Jalapa del Marqués, promovieron la agricultura orgánica, y con el impulso del sacerdote holandés Francisco Van der Hoff, quien fue un pionero en la promoción del comercio justo, logró establecer una red solidaria entre varios países de Europa para comercializar el café orgánico entre las comunidades zapotecas y mixes de La Montaña. Ha sido una experiencia exitosa por la implicación directa de los productores cafetaleros y el impulso de una organización autónoma que ha recuperado sus cultivos tradicionales y logrado la certificación de su café orgánico. Don Arturo, en compañía del obispo Samuel Ruiz y el arzobispo Bartolomé Carrasco, promovieron en la región pastoral del Pacífico sur una línea inspirada por los obispos de Latinoamérica que, en los documentos de Medellín, Colombia, impulsaron la opción preferencial por los pobres. En ese espíritu crearon el Seminario Regional del Sureste (Seresure), con el fin de formar a los seminaristas en esta línea pastoral, insertándose en las parroquias desde la formación teológica para un conocimiento profundo de la realidad. Fue un planteamiento innovador, pues se abordó la reflexión teológica desde la perspectiva de la liberación, identificando las estructuras de pecado que persisten en los países latinoamericanos. En la diócesis de Tehuantepec y de San Cristóbal, adquirió mucha fuerza la integración de las comunidades eclesiales de base, que fueron la semilla transformadora de una Iglesia ligada a los poderes político y económico, a una Iglesia popular, comprometida con los procesos de liberación. El compromiso pastoral fue cuestionado por el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Joseph Ratzinger, quien posteriormente ocupó la silla de San Pedro. Esto dio motivo a que el entonces nuncio apostólico Jerónimo Prigione cerrara el Seresure por supuestamente contravenir a la enseñanza oficial de la Iglesia. Las amonestaciones no se hicieron esperar por parte del Vaticano contra los obispos de la región Pacífico sur, quienes asumieron un papel profético, al denunciar la expansión del capitalismo injusto en nuestra patria, que está produciendo, por una parte, altos salarios para algunos trabajadores y, por la otra, un mayor empobrecimiento de campesinos y pequeños artesanos. Varias cartas pastorales de los obispos siguen siendo vigentes por lo que denunciaron hace más de 40 años: el problema de la migración centroamericana, las redes del narcotráfico, los megaproyectos y el despojo de los territorios comunitarios, la violencia gestada desde el poder público y los cacicazgos políticos. Como obispo emérito, don Arturo pidió ser vicario en una parroquia de San Isidro Labrador, en la comunidad Cuauhtémoc, ubicada en la región de Los Chimalapas. Se fue a vivir en la periferia impulsando la formación de cooperativas de zapatos y producción de pan. En los terregales y en las comu-nidades sin luz eléctrica ni es-cuelas para los jóvenes, fue el profeta del Istmo que se dejó evangelizar por los pobres entre los pobres, que luchan por un cielo nuevo y una tierra sin mal. *Director del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan Publicado originalmente en la La Jornada Share This Previous ArticleOPINIÓN| Por las familias jornaleras: Alianza Campo Justo Next ArticleOPINIÓN | Una ofrenda en tiempos del covid-19 5 noviembre, 2020