Opinión OPINIÓN | Bertoldo: luchador del Guerrero indómito Centro de Derechos Humanos de la Montaña, Tlachinollan Con el arduo trabajo que su padre Pablo Martínez realizaba en el campo, Bertoldo experimentó lo difícil que era para una familia depender únicamente de la cosecha del temporal. Forjó su espíritu combativo en las faenas del campo. En los surcos supo lo que era ganarse el sustento diario, comiendo lo que sus manos trabajaban. En estas siembras del hambre encontró las primeras enseñanzas de cómo luchar contra la injusticia y la discriminación. De su madre Francisca Cruz aprendió a ganarse la tortilla vendiendo pescado seco en el mercado de Ayutla. Con ella caminó por las escarpadas montañas y se adentró al mundo insondable de las comunidades indígenas. Le impactó bastante saber cómo los niños y niñas Me Phaá y Tu un savi que vivían en las casas de los comerciantes mestizos, eran sobre explotados para poder estudiar. Siempre se sintió interpelado por la gente de la montaña, por su fuerza para luchar y su capacidad para resistir, en medio de tanta precariedad. Los viajes que realizó con su madre desde pequeño, le sirvieron para conocer las rutas del oprobio. Comprendió que el pescado seco para las familias pobres de la Montaña representa el único producto del mar que está al alcance de sus bolsillos. Su mamá sin pretenderlo formaba parte de esa red de pequeños vendedores que van de pueblo en pueblo a paliar el hambre de las familias del campo. Bertoldo fue asimilando cómo la población afromestiza e indígena, a pesar de estar asentadas en nichos ecológicos diferentes, comparten una realidad que ofende, por la pobreza ancestral en que se encuentran sumidas. Ni el mar ni la Montaña han podido dignificar la vida de estos pueblos. Su rezago social no es por cuestiones culturales ni raciales sino por un sistema económico excluyente que le niega a la gente del campo ser sujeto de su propio desarrollo. Sus estudios de secundaria y preparatoria en Acapulco fueron la base para afianzar sus inquietudes como luchador social. En Puebla tuvo la oportunidad de formarse como médico general. Desde que hizo su internado en San Luis Potosí comprendió que su trabajo con la gente era parecida a la de un misionero. No le importaba quedarse por muchas horas en el hospital con tal de atender a la gente. En Azoyú demostró su vocación como médico comprometido con la comunidad. Su entrega se ganó el cariño de la gente. No aprovechó las circunstancias para hacer dinero, más bien fue un tiempo que lo puso a prueba. Constató como las instituciones no atienden ni protegen a la población que solicita sus servicios. Por más que se esforzaba por brindar un servicio de calidad, veía que su esfuerzo se esfumaba cuando a los pacientes los obligaban a realizar muchos gastos en medicinas, material de curación, estudios de laboratorio. Luchó desde dentro contra la voracidad de los burócratas de la salud y vio que este monstruo carece de sentido humanitario para apoyar a los más pobres. Fue en Juchitán donde pudo conocer a fondo la problemática de las comunidades afromestizas. Como médico se ganó la confianza de la gente. Su generosidad lo llevó a poner su farmacia al servicio de las familias de escasos recursos. Poco le duró el negocio familiar porque era más la gente que requería la medicina gratis que la que podía pagarla al precio comercial. Su esposa Florentina tuvo que saber sortear esta difícil situación económica. No sólo apoyó a Bertoldo en su trabajo como médico y en lo que representaban sus luchas más allá de la región, sino que también trabajó fuertemente para sacar adelante, a Mario Alberto, Francisco y Javier, sus amados hijos. La apuesta por el cambio democrático generó en Guerrero altas expectativas en las elecciones de julio de 1988 con la candidatura del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas para presidente de la república, postulado por el Frente Democrático Nacional. A finales de la década de los 80 nuestro estado vivía momentos muy agitados por las disputas políticas que se daban en la mayoría de municipios y por la insurrección cívica que se vivía contra el fraude electoral. En Guerrero el gobernador Francisco Ruiz Massieu asumía la defensa a ultranza de Carlos salinas de Gortari como parte del nuevo grupo político que llegaba a los Pinos. Tuvo como brazo derecho a Rubén Figueroa Alcocer, presidente del comité estatal del PRI, para emprender una represión generalizada contra todo el movimiento opositor, que no solo increpaba al poder presidencial, sino que tomaba los ayuntamientos como la forma más efectiva para hacer valer el voto de la gente. Fue el 6 de marzo de 1990 cuando en Cruz Grande un contingente de 300 policías estatales armados con fusiles de alto poder ocuparon las instalaciones del ayuntamiento municipal, para desalojar a la población que protestaba contra el fraude. Fue a las 3:15 de la madrugada cuando unos 30 policías judiciales abrieron fuego contra el kiosko que se encuentra cerca del palacio municipal. En esta acción violenta Leonel Felipe Dorantes intentó salir de ese lugar con el fin de refugiarse en el palacio municipal cuando balas arteras lo privaron de la vida. Esta acción delincuencial planeada por las autoridades del estado dio pie para que se gestara en Cruz Grande un movimiento abanderado por Bertoldo, que se uniría con otras organizaciones que enfrentaban la violencia política orquestada desde el gobierno federal y que además eran víctimas de la represión policíaca, como sucedió con la matanza de 17 campesinos en Aguas Blancas el 27 de junio de 1995. Fueron los años cruentos donde varias organizaciones se vieron obligadas a radicalizar sus acciones ante la embestida del ejército y las corporaciones policíacas, por la aparición del Ejército Popular Revolucionario (EPR) y el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI). En este escenario de extrema beligerancia, emergieron liderazgos de base comunitaria muy importantes. En la zona centro se conformó la Organización de pueblos y Colonias de Guerrero (OPCG) estando al frente Pedro Nava, Alfredo barragán y Lino Hernández. En la zona norte el liderazgo de Arturo Hernández Cardona fue un gran referente que logró aglutinar varias organizaciones en la Unidad Popular, al grado que fue desaparecido y ejecutado por el defenestrado presidente municipal de Iguala José Luis Abarca. En la Costa Grande emergió con mucha fuerza la Organización Campesina de la Sierra del Sur que puso en jaque al gobierno de Rubén Figueroa, quién para contener su fuerza dio órdenes a las policías del estado de reprimir y matar a los campesinos en el vado de Aguas Blancas. Hilario Mesino y Benigno Guzmán fueron los grandes líderes que lograron conformar una organización regional con mucha presencia en las comunidades de la sierra que a través de la acción directa obligaban a que las autoridades atendieran sus demandas básicas. En la zona de la Montaña fueron la Unión de Organizaciones y Comunidades Emiliano Zapata (UOCEZ) y la Unión de Comunidades Indígenas de la Montaña (UCIM) las que asumieron un papel protagónico para denunciar varios casos de tortura, ejecuciones y detenciones arbitrarias cometidas por el Ejército. En la Costa Chica fueron Bertoldo Martínez e Higinio Torres, quienes abanderaron la lucha de los municipios contra la represión caciquil, adhiriéndose al Frente Amplio para la Construcción del Movimiento de Liberación Nacional (FAC-MLN). En Guerrero estos liderazgos representaron una expresión legítima del movimiento social porque su reconocimiento emergía de las asambleas comunitarias. Todos ellos venían de una trayectoria de lucha, de un compromiso probado con la población pobre del campo. Los unía el dolor y la rabia por la matanza de Aguas Blancas y por la acción represiva del Ejército. Luchaban por un cambio, ya no solo en las urnas, sino sobre todo con la lucha social, de transformar a las instituciones y de acabar con la impunidad y la corrupción. Era un cuestionamiento de fondo al sistema de gobierno, la manera de gobernar utilizando fundamentalmente la fuerza y valiéndose de grupos de choque. En este tramo de la historia sanguinaria que padecieron las comunidades indígenas y campesinas de Guerrero, la generación de los liderazgos comunitarios como el de Bertoldo Martínez brilla con luz propia en estos años aciagos marcados por la persecución, el encarcelamiento, la tortura y ejecución de los principales líderes comunitarios del fin del siglo. Bertoldo fue un sobreviviente de la tortura, fue tratado como delincuente de alta peligrosidad compartiendo la celda con el Chapo Guzmán. Denigraron su trayectoria como luchador social y fue objeto de cuestionamientos de sus mismos compañeros de mantenerse dentro del PRD con una postura crítica, defendiendo los principios que le dieron origen y denunciando todas las trapacerías de los líderes arribistas y pendencieros. La cárcel no lo doblegó, por el contrario se mantuvo firme en la lucha y fundó con otros compañeros el Frente de organizaciones democráticas de Guerrero (FODEG) para continuar con la agenda de los pueblos y no bajar la guardia contra los gobiernos represores que mantienen una política guerrerista contra el movimiento social. Bertoldo, a pesar de que hace más de 19 meses llevaba el tratamiento de hemodiálisis, nunca se alejó de la lucha social, mucho menos se mantuvo al margen del movimiento de los padres y madres de los 43 estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa. Más bien tomaba la iniciativa para realizar marchas contra el Ejército y en todo momento estaba presente en las movilizaciones de Chilpancingo o la ciudad de México. Su salud era importante en la medida que le daban fuerza para mantenerse de pie en las causas que abanderaba. Fue un gran impulsor de la ley de amnistía, concebida como un recurso legal para lograr la libertad de los presos políticos. También fue parte de los promotores de la campaña nacional para exigir la libertad de los presos de la CRAC. El día que Nestora Salgado logró su libertad, Bertoldo fue de los compañeros de Guerrero que llegó al penal de Tepepan para recibirla. Ese mismo día tenía la sesión de hemodiálisis, sin embargo consideró que parte de su salud era estar al lado de Nestora para oxigenar su lucha y recuperar más fuerzas. Ese día fue su mejor medicina: estar en la rueda de prensa celebrando la libertad de Nestora. La sencillez de Bertoldo, su coherencia de vida, su compromiso y generosidad con la gente pobre; su lucha inclaudicable por la justicia; su testimonio de estar siempre del lado de las víctimas y su sacrificio de su vida para que los padres y madres de los desaparecidos encuentren a sus hijos, fueron las motivaciones que lo guiaron en este tortuoso caminar del Guerrero indómito. El Guerrero de abajo forjado por mujeres y hombres que entregan su vida para que haya verdad y justicia en nuestro estado. El Guerrero por el que luchó y murió en la raya nuestro camarada Bertoldo. Share This Previous ArticleBOLETÍN | A un año de múltiples desapariciones forzadas en Chilapa, ineficacia en investigación y persistencia de la impunidad. Next ArticleOPINIÓN | Guerrero no aguanta más. 9 mayo, 2016