Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan
Exigimos la presentación con vida del luchador social Arnulfo Cerón Soriano
El miércoles 23 de octubre doña Rosario Ibarra de Piedra fue galardonada en el senado de la república con la medalla Belisario Domínguez. Su hija Claudia pronunció en nombre de su mamá, un mensaje profundamente desgarrador por las más de cuatro décadas de lucha emprendida por el Comité ¡Eureka!, que transitó del “terror oficial, sintiendo el dolor de saber cautivos y torturados a nuestros seres queridos, recibiendo como tremendas bofetadas en la cara la palabra hueca, la declaración engañosa o el discurso falso”.
“El mal gobierno mexicano, transgrediendo todas las leyes privó de su libertad, de su dignidad y de justicia a nuestros familiares, los desaparecidos políticos. La violencia alcanzó a nuestras familias completas, arrasó con poblados enteros, donde se detuvo a todos los hombres y mujeres viejos, a los que la casualidad lo llevó a portar el mismo apellido de alguno de los insurrectos que eran buscados y perseguidos”.
“Atesto los caminos de soldados y retenes, donde también se hicieron cientos de detenciones injustas de gente inocente. Llenó de presos políticos las cárceles de todo el país. En las ciudades, las hordas de la dirección general de seguridad y la brigada blanca allanabán los domicilios, saqueando y golpeando sus moradores y deteniendo a cualquiera”.
“Las cámaras de tortura de los campos militares, las bases navales y aéreas y todos los centros clandestinos de detención, se tiñeron de sangre y retumbaban con los alaridos de dolor de las víctimas”.
“Mi adorado esposo, firme soporte de mi vida, fue torturado, viviendo en carne propia lo que le esperaba a todo aquel que era detenido. Los poderosos del sistema, los empresarios cómplices, sostén de estos malos gobiernos, prestaban sus ranchos para que nuestros desaparecidos también ahí fueran llevados a martirizar”. “Esta es la única e incontrovertible verdad”.
Es difícil sintetizar estas palabras tan dramáticas y veraces que doña Rosario Ibarra plasmó con todo el dolor y la indignación de su corazón. Con toda la autoridad moral que adquirió por más de cuatro décadas buscando a su hijo Jesús, se transformó en un emblema de la dignidad y la grandeza de una madre que nunca se doblegó ante el poder, y que por el contrario, siempre mostró un espíritu indómito.
“Hemos querido ser un frente portador de vida, porque amamos a nuestros desaparecidos, nunca hemos estado en disyuntivas en su búsqueda, nunca hemos pensando en su muerte, son seres de carne y hueso y no personajes de novelas buenas o malas, ni figuras de otras manifestaciones literarias que habrán de escribirse, ni nombres en una lista, ni imágenes fotográficas, ni sustento para que falsas ONG se hagan de fama o de recursos económicos y, sobre todo, no son parte de una historia pasada que es falso que nos haya marcado a todos por igual. El puñal clavado tan profundamente por los malos gobiernos tal vez sea retirado, pero la herida abierta solo dejará de sangrar cuando sepamos donde están los nuestros y aun así quedará por siempre una cicatriz”.
“Ellos, nuestros amados, a los que buscamos afanosamente sin detener nunca el paso, no fueron bandoleros ni se lanzaron a la aventura, ni fueron terroristas, fueron hombres y mujeres que, nos guste o no, estemos de acuerdo o no con ellos o aprobemos o no la opción seguida en su camino, fueron privados de su libertad, sustraídos de la sociedad y de sus familias con toda la violencia que un gobierno puede ejercer…”
No hay forma más precisa y contundente para expresar lo que sienten las madres, padres, hermanas, hermanos, hijas e hijos, ante la desaparición de uno de sus seres queridos. Solo ellas y ellos son capaces de regresarnos a una realidad descarnada, a mirar en toda su dimensión la tragedia que vivimos como sociedad, a emprender una lucha sin cuartel para no permitir más atrocidades, para contener esta bestialidad y desenmascarar la brutalidad de un poder impune. Se ha querido normalizar y trivializar el grave problema de la desaparición de personas, sobre todo los gobiernos han intentado cubrir con lodo este flagelo y se han empeñado en desacreditar la trayectoria y buena fama de quienes han sido víctimas de desaparición forzada.
Guerrero fue el estado donde las desapariciones forzadas se consumaron por órdenes del ejecutivo federal, siendo el ejército el gran perpetrador. Más de 400 casos han sido documentados y denunciados por la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos en México (AFADEM), tan solo en Atoyac, Guerrero. El caso de Rosendo Radilla desaparecido el 25 de agosto de 1974, muestra el patrón de desapariciones forzadas que se dieron en la década de los setentas, en el marco de lo que se ha denominado la guerra sucia, donde las fuerzas represivas del estado arremetieron contra la guerrilla y la población en general. Su caso llegó hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos, gracias a la tenacidad de otra gran mujer, Tita Radilla, quien también ha sido un símbolo de la ternura inquebrantable y de la voluntad indómita, que nunca ha claudicado en su afán por encontrar a su padre y siempre se ha mantenido en la línea de fuego para buscar a Rosendo dentro de los mismos cuarteles. La fuerza de Tita es inspiradora, su perseverancia no tiene límites y su palabra es siempre punzante ante cualquier político. Para ella la impunidad se mantiene en la línea del tiempo, al grado que ya son más de cuatro décadas y hasta la fecha ningún militar ha sido investigado y castigado por la desaparición de su padre y de centenas de personas que corrieron la misma suerte. Por esa razón, comentó Tita recientemente que se sigue desapareciendo a personas en el estado y en el país. Pidió al presidente López Obrador que declare al país en emergencia nacional y solicite apoyo internacional para la búsqueda e identificación de cuerpos.
En esta perspectiva el Centro de Derechos Humanos José María Morelos y Pavón en coordinación con AFADEM y varios colectivos de familiares de desaparecidos de Chilapa, Chilpancingo e Iguala que conforman el Frente Guerrero por Nuestros Desaparecidos, realizarán el 28 y 29 de octubre el primer encuentro de personas desaparecidas denominado “Rompiendo el muro del miedo” en la ciudad de Chilapa. Más de 150 personas que luchan incansablemente por la presentación con vida de sus hijos e hijas, compartirán sus experiencias para hermanarse en el dolor y en la esperanza. Han convocado a la Subsecretaría de Derechos Humanos de la SEGOB, a la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB), a la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), a la CNDH y a la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH). Será un espacio propicio para fortalecer procesos organizativos entre los mismos colectivos de familiares de desaparecidos y sobre todo trazar líneas de trabajo, que atiendan las necesidades más urgentes de las familias, al mismo tiempo establecer mecanismos de coordinación más eficaces con las instancias gubernamentales que de seguimiento y atención a las familias de los colectivos.
Es un encuentro centrado en atender a los familiares de las personas desaparecidas, de hacer visibles la diversidad de problemáticas que cada colectivo enfrenta; de tomar en cuenta el contexto en que se dan estas desapariciones e identificar a los actores estatales y no estatales que participan en estos hechos. Así como emplazar a las autoridades para que realicen las búsquedas y las investigaciones, tomando en cuenta las realidades concretas que se viven en el estado y aplicando los protocolos estipulados en la ley. Será muy significativa la presencia del Obispo Salvador Rangel, quien oficiará una misa este lunes por la tarde en el seminario de Chilapa.
Para los organismos civiles de derechos humanos nos ha quedado claro que en esta coyuntura sumamente critica, donde los casos de desaparición de personas y ejecuciones son realidades cotidianas que se mantienen en la impunidad, han sido los familiares los que con mucho valor están dando la batalla, denunciando estas tropelías del poder, que se niegan a investigar con el fin de encubrir a los perpetradores.
Es sumamente preocupante que sigan escalando los casos de personas desaparecidas y que la violencia se enseñore en varias regiones del estado. El caso del compañero Arnulfo Cerón Soriano, desaparecido el pasado 11 de octubre al salir de su casa, es un ejemplo claro de cómo persiste un patrón de persecución y desaparición contra luchadores sociales, quienes por alzar la voz y defender los derechos de comunidades indígenas, colonos y vendedores ambulantes, se hacen acreedores de estas acciones criminales, en un ambiente de total impunidad. Lo más grave es que los casos denunciados ante la Fiscalía General del Estado, sobre desaparición de personas, no logran dar con su paradero y las mismas investigaciones no van al fondo para identificar a los autores materiales e intelectuales de estos graves hechos. Esta inacción de las autoridades alienta a los mismos perpetradores porque saben que están protegidos o que simplemente no lograran dar con su paradero. Es lamentable que, a una semana de la desaparición de Arnulfo, el Frente Nacional por la Liberación de los Pueblos (FNLP), haya denunciado públicamente la desaparición de dos de sus compañeros, Carmelo Marcelino Chino y Jaime Raquel Cecilio en Tierra Colorada. Es urgente que los tres niveles de gobierno implementen acciones eficaces y contundentes para contener esta ola de desapariciones, que nos colocan en los límites de la sobrevivencia, ante el colapso del sistema de justicia y seguridad en el estado.
Fue muy significativa la postura de doña Rosario Ibarra, quien le manifestó al presidente Andrés Manuel López Obrador que no “permitas que la violencia y la perversidad de los gobiernos anteriores siga acechando y actuando desde las tinieblas de la impunidad y la ignominia, no quiero que mi lucha quede inconclusa. Es por eso que dejo en tus manos la custodia de tan preciado reconocimiento y te pido que me la devuelvas junto con la verdad sobre el paradero de nuestros queridos y añorados hijos y familiares”. Para doña Rosario la desaparición de las personas es como una daga clavada en el corazón.