Opinión OPINIÓN | Los mercaderes del templo Los mercaderes del templo Si en el recinto de San Lázaro donde legislan los supuestos representantes del pueblo, a los papás y mamás de los 43 estudiantes desaparecidos les fue negada la entrada por la puerta principal y al salón de plenos, para que dieran su mensaje en la alta tribuna, en la basílica de Guadalupe la ofensa fue igualmente grave. A los padres y madres de los 43 les impidieron estar en la nave central para escuchar la misa presidida por los obispos Carlos Garfias y Raúl Vera en el altar principal. Los relegaron o más bien los arrinconaron a una de las capillas que se ubican en la parte alta del santuario. Nunca imaginaron que serían policías federales quienes controlarían la entrada e impedirían el paso a los mismos sacerdotes que los acompañaban para concelebrar la misa junto con los obispos. En los dos espacios construidos expresamente para atender la voz de la gente que sufre, los papás y mamás tuvieron que enfrentar a una burocracia insensible, que en todo momento se negó a recibirlos como ciudadanos y ciudadanas que tienen un lugar especial en el corazón de los mexicanos y mexicanas, por su lucha ejemplar por la verdad y la justicia. Tanto en el congreso como en la basílica extremaron medidas de vigilancia para tener bajo control a los padres y madres de familia y a todo el contingente que los acompañaba. Restringieron la entrada a los medios y fueron sumamente rigurosos para que no pasaran personas que no estuvieran registradas o que consideraban que no eran parte de las familias. En el Congreso los elementos de seguridad se apostaron en las primeras filas del salón para impedir que se sentaran los padres y madres de los 43. Con voz de mando les ordenaban que se sentaran después de la tercera fila. También rodearon la tribuna para impedir que subieran a colocar las fotos de sus hijos. Este desaire hizo que los papás y mamás encararan a los policías encorbatados. Tomaron la tribuna para colocar en lo alto las fotografías de sus hijos. Hicieron a un lado a los guardias para sentarse en las primeras filas. Reclamaron a los mismos diputados y diputadas el trato discriminatorio del que eran objeto. En sus intervenciones no se ciñeron al tiempo establecido porque su caso es de interés nacional y trasciende la agenda legislativa. Fue la oportunidad para cuestionar e increpar a todas las fracciones parlamentarias por su complicidad y servilismo ante la desatención del poder ejecutivo y las malas actuaciones de los funcionarios de la PGR. No abdicaron de su demanda central: que los diputados y diputadas se comprometan a pedir cuentas a la procuraduría sobre el cumplimiento de las recomendaciones planteadas por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI). Su presencia y su voz se agigantó con el grito ¡Vivos se los llevaron! ¡Vivos los queremos! ¡Ayotzi vive, la lucha sigue! En la basílica fueron los guardias del templo los que pusieron los filtros para impedir la entrada de los periodistas y de las organizaciones que los acompañaban. El jefe de seguridad hablaba de que solo habría cupo para 70 personas. Los papás y mamás aceptaron sin imaginar que los iban a aislar, pero sobre todo a impedir que tomaran video o fotografías. No solo los guardias de la basílica, eran los que daban órdenes, también lo hacían dos policías federales que iban protegidos con chalecos antibalas. Uno de ellos se encargaba de registrar imágenes de los padres y madres en su celular y el otro a dar órdenes de que guardaran sus aparatos. En lugar de que se diera un ambiente de oración, los policías llegaron a perturbar esta atmosfera de recogimiento. No hubo las condiciones adecuadas para escuchar la misa ni el mensaje de los dos obispos. Ante la presencia intimidatoria de los guardianes, el licenciado Vidulfo no tuvo otra alternativa que encarar a los policías federales y exigir que se fueran del lugar. La tensión se dio desde que los papás y mamás esperaron a los obispos en una de las entradas a la explanada de la basílica. El mismo coordinador de seguridad no permitía que don Carlos Garfias y don Raúl Vera fueran a encontrarlos en la entrada. El argumento era irrelevante. No quería que salieran revestidos como obispos porque sentarían un precedente para otras peregrinaciones u organizaciones que solicitarán a los sacerdotes u obispos que los reciban en la explanada. La sensibilidad y compromiso de don Carlos y don Raúl con los padres y madres, los llevó a dar el saludo de bienvenida y a recibirlos con su bendición y la aspersión del agua bendita. Los mensajes de los obispos fueron la culminación de un momento sumamente denso, que conmovió hasta las lágrimas a los padres y madres. Sintieron la cercanía de la virgen de Guadalupe, pero sobre todo recordaron los pasajes de Juan Diego, a través del mensaje de los obispos, que la virgen vio en él a uno de sus hijos predilectos. El arzobispo Carlos recordó que “La tragedia de Iguala ha dejado una profunda huella en el estado de Guerrero, y en todo el país, más aún en el mundo entero. Primeramente por lo trágico de la desaparición de los 43, por el dolor y la angustia que han dejado en sus familiares y amigos, pero también porque han dejado entrever la fragilidad de nuestras estructuras en el tema de seguridad.” “Todo proceso de perdón, de reconciliación, paz y justicia partirá de la verdad de los hechos. En cambio no conocer la verdad, ocultarla o evadirla hacen daño a las personas y a la sociedad. Está comprobado que el ocultamiento o la evasión de la verdad genera más violencia. Busquemos ofrecer conjuntamente resultados con objetividad y veracidad, para responder a las interrogantes de los agraviados y de la sociedad, y ayudar a los familiares de los desaparecidos en su búsqueda. ..Que Cristo nuestra paz sea nuestra fortaleza, consuelo y esperanza.” El mensaje del obispo Raúl se centró en la figura de san Juan Diego. “Gracias por la inquebrantable y tenaz búsqueda de sus hijos desaparecidos. De su incansable lucha por la justicia, no solamente para ustedes, sino para todos los mexicanos y para todas las mexicanas. Ustedes no están luchando solamente por esos jóvenes que son sus hijos desaparecidos, su lucha es por todos los jóvenes de nuestra patria y por sus familias. Si, por todo el país. Así como San Juan Diego fue enviado por la virgen de Guadalupe al obispo, para que le construyera su casita, de la misma manera, hoy la virgen les envía a ustedes a advertirnos a nosotros los obispos de esta nación y a los jefes políticos, que esta casa que es México, que es también la casa donde María quiere estar junto a las mexicanas y los mexicanos, debe ser conservada en pie, por medio de la justicia, la verdad y la paz. ¡Así también a ustedes la virgen les encomienda que no se cansen, ni cesen en su lucha! Porque ello da esperanza a todas nosotras y a todos nosotros, de que México puede ser distinto. Si, como la obediencia de Juan Diego a la virgen, empezó de inmediato a dar sus frutos hace 500 años, así también la perseverante lucha por la verdad y la justicia de ustedes ya está dando frutos entre las y los mexicanos que nos hemos dado cuenta de lo que ustedes están escribiendo para que se esclarezca la verdad, y sea posible la justicia. ¡No claudiquen por favor, los necesitamos, no nos abandonen al extravío al que conduce la desesperanza y la cobardía! Sigan por favor enseñándonos, mostrándonos el único camino que existe para alcanzar la verdad y la justicia, que es: ¡Saliendo a buscarla, a exigirla, a proclamarla, a promoverla! En las calles y en las plazas, como ustedes lo hacen ante los grandes y los pequeños, ante las mujeres y los hombres, ante los jóvenes y los viejos, ante las autoridades políticas y eclesiásticas.” La bendición de los obispos y su abrazo fraterno a todos los padres y madres de los 43 estudiantes desaparecidos al término de la misa, renovó los bríos de su lucha para no perder la esperanza de dar con el paradero de sus hijos, a pesar de padecer tantas mentiras y desprecios, de los mercaderes del poder y del templo. Share This Previous ArticleOPINIÓN | Guerrero, cuesta arriba Next ArticleOPINIÓN | Las chispas del gasolinazo 4 enero, 2017