Centro de derechos humanos de la Montaña, Tlachinollan
Al momento que las madres y padres de familia colocaban cadenas de cempasúchil a los expertos y expertas del GIEI, el grito de ¡no se vayan! caló hondo entre los presentes. Los abrazos estaban cargados de cariño y también de tristeza, porque las familias saben muy bien lo que ellos representaron durante estos 11 meses de su estancia. Lograron desenmascarar las tropelías de un gobierno que encubre a los perpetradores y construye con testimonios arrancados bajo tortura su verdad histórica. Las lágrimas afloraron y las palabras de agradecimiento dejaron una huella imborrable en Carlos, Ángela, Claudia, Alejandro y Francisco. En verdad se vivía un momento denso por lo simbólico y lo trascendental del momento. En la Normal rural de Ayotzinapa, cuna de la conciencia social, de nueva cuenta se escribía un capítulo inédito de cómo se lucha desde este sufrido estado contra un poder impune que avasalla a las víctimas y arremete contra quienes defienden su causa.
En la explanada de la Normal, donde se erige el monumento a los estudiantes caídos, floreció la palabra digna y combativa del comité estudiantil. El clarín de la banda de guerra mostró el temple y gallardía de los jóvenes que aprenden a no doblegarse ante las acechanzas de un gobierno que se obstina en desaparecer las normales rurales. La presencia de los padres y madres de familia al lado de las y los expertos fue la culminación de una experiencia que deja lecciones para la posteridad. Nos enseñaron a labrar con paciencia el camino de la verdad, a centrar todas sus actuaciones en las víctimas y sus familiares, a trabajar con transparencia y a nunca dejarse presionar o someter por quienes tienen el poder y el control de las investigaciones.
La palabra sencilla de los padres y madres fue el mensaje más sublime en esta despedida. Hablaron en nombre de sus 43 hijos. Ellos estuvieron presentes, no solo por sus fotografías que portan en su pecho, sino porque sintieron que con el trabajo de los expertos se acercaron más a ellos, descubrieron muchas cosas que el gobierno había ocultado. Les quitaron la loza de la verdad histórica. Corroboraron con pruebas científicas que sus hijos no habían sido incinerados en Cocula. Amainaron su sufrimiento cuando los expertos demostraron con pruebas que sus hijos no tenían nada que ver con los grupos de la delincuencia organizada, ni que su presencia en Iguala era para hacer desmanes en el evento político que había organizado la esposa del presidente de Iguala. Reivindicaron a sus hijos como estudiantes solidarios que se organizaron para honrar la memoria de los universitarios caídos el 2 de octubre del 68.
Con los dos informes del GIEI los padres y madres de familia encontraron la fuerza necesaria para seguir unidos, para no dar tregua en la búsqueda de sus hijos y para alimentar la esperanza de dar con su paradero. Los expertos y expertas en poco tiempo se transformaron en la fuente de información más confiable sobre las actuaciones que realizaba la procuraduría. Gracias a ellos y ellas que se adentraron a los expedientes, se supo que quienes declararon parte de la verdad histórica fueron torturados. Que además realizaron actuaciones ministeriales sin que fueran registradas en los expedientes y que fabricaron pruebas. Han sido tan consistentes sus investigaciones que la misma procuraduría y sus funcionarios intocables han quedado en entredicho. El manejo turbio y truculento de los mismos peritos que obedecieron órdenes superiores quedo evidenciado en imágenes de video. Han desmontado pieza por pieza todo el escenario ficticio del basurero de Cocula.
Este trabajo titánico reavivó la lucha y sobre todo empujó a los padres y madres a dar una mejor pelea ante las autoridades federales. En las mismas reuniones con la procuradora había emplazamientos claros y reclamos fuertes, porque ya no permitían el discurso doble y falaz de las autoridades. Su calidad moral ha crecido ante el mismo gobierno que ha perdido legitimidad y credibilidad por aferrarse a la versión oficial de los hechos.
Con su movimiento los padres y madres han llegado muy lejos, porque han logrado colocar el caso de sus hijos como parte de las grandes preocupaciones de la comunidad internacional. No hay forma de encubrir lo que está sucediendo en nuestro país. El cerco informativo se ha roto y la grave crisis de derechos humanos que enfrentamos nos ha colocado en el umbral de la desesperanza.
La lucha por la verdad se ha transformado en la bandera que ondean los papás y mamás por todo el país, con su paso firme abren camino para mostrar el rostro sufriente de miles de familias que buscan a sus hijos, que lloran por no saber dónde se encuentran y que deambulan a lo largo y ancho del país para exigir justicia.
La geografía de Guerrero es la geografía de la muerte, de los desaparecidos, de los ejecutados. El norte del estado es el lugar donde se han anidado grupos de la delincuencia que encontraron cobijo con varias corporaciones policiacas y del mismo ejército para instalarse en sus mismas oficinas y desde ahí planear sus acciones criminales. El poder delincuencial ha cometido tantas atrocidades porque han logrado tender una red criminal que se extiende por todas las rutas de la región y que saben coordinarse con varias corporaciones policiacas. No son casuales sus lazos que mantienen varios municipios que colindan con Iguala y que sirven de tiraderos de cuerpos y escondites para cometer sus fechorías. Por algo los papás y mamás desde el principio de la búsqueda de sus hijos recabaron información de que los habían visto por Huitzuco, Tepecoacuilco y Atenango. Estas versiones orales traen algo de verdad, sin embargo, para las autoridades no son más que invenciones de gente iletrada que dice cosas sin fundamento, las desconoce.
El segundo informe que los del GIEI entregaron a cada uno de los papás y mamás a 19 meses de la desaparición de sus hijos es una herramienta de transformación de una realidad que los aprisiona y los hace sufrir; es también una luz que les permite caminar hacia adelante en medio de un sendero escabroso y lleno de obstáculos. Es la fuerza de la razón que busca desenmascarar la mentira y develar la verdad. Con estos informes abrieron nuevas líneas de investigación, encontraron graves inconsistencias en la manera de investigar. En la medida que desentrañaban la participación de los diferentes cuerpos policíacos y del mismo ejército en los hechos del 26 y 27 de septiembre, los funcionarios de la PGR les obstaculizaba su trabajo y se desatendían sus requerimientos. De manera deliberada torpedearon la investigación que realizaban y no contentos con este golpeteo, se empecinaron en descarrilar su proceso de reconstrucción de nuevas líneas de investigación que apuntaban a investigar a los autores intelectuales y a indagar el involucramiento de autoridades de los tres niveles con el negocio de la droga.
Las autoridades han tomado la decisión de sacrificar la verdad a costa de mantener una estructura de poder corroída por la corrupción y enmarañada con los intereses siniestros del crimen organizado. Lo que se quiere es sepultar la verdad y que los padres y madres de familia claudiquen en su lucha y regresen a sus casas. La consistencia de su espíritu combativo les da la fuerza para no resignarse sino para alistarse mejor ante las batallas que se avecinan.
El grito de ¡no se vayan! es el grito de que en México es imprescindible el acompañamiento internacional, que ya no hay retorno para que las autoridades continúen haciendo investigaciones a modo ni para que impongan versiones falsas sobre el paradero de los desaparecidos. La experiencia del GIEI dejó un legado a los papás y mamás que ayudará a romper el muro de la impunidad y derribará la estructura delincuencial que está sostenida por los grupos de poder local que encontraron en la veta del crimen la mejor manera de gobernar este estado.
El fiambre que comieron los expertos al lado de los papás y mamás es el exquisito platillo que los hará regresar a la normal de Ayotzinapa para impulsar más fuerte el cumplimiento de sus recomendaciones y para seguir al lado de los papás y mamás que sienten que en verdad Carlos, Angela, Claudia, Alejandro y Francisco, en verdad no se han ido porque viven dentro de sus corazones.