Abel Barrera Hernández
Si en la ciudad de México la ocupación de camas para pacientes de Covid – 19, se ha elevado al 82.46 por ciento y en el Estado Mexiquense se registra el 71.60 por ciento, las estadísticas oficiales nos muestran que solo en cinco estados del norte y centxro del país hay un reporte del 50 al 70 por ciento. De forma contrastante, en la mayoría de los estados del sur, centro y occidente están presentando una ocupación que va del 2 al 49 por ciento, es decir, que hay una tendencia a la baja. Sin embargo, los datos empíricos nos presentan otra realidad. A partir de la última semana de noviembre y en lo que va de diciembre, el número de casos se ha incrementado en varias regiones del país, al grado que en la mayoría de hospitales de las principales ciudades no hay camas para todos los pacientes que requieren hospitalización.
En el estado de Guerrero el reporte oficial, en cuanto a ocupación de camas es del 30.62 por ciento. Son datos que no coinciden con el número de pacientes que requieren hospitalización y que no han podido acceder a estas instituciones. Por otra parte, en esta etapa de la pandemia ha crecido el número de pacientes que prefieren recuperarse en casa o en clínicas particulares, por las deficiencias que hay en los hospitales; como la falta de medicamentos y de personal especializado. También prevalece el temor de que su situación se agrave, por la saturación de pacientes que limitan una atención adecuada por parte del personal médico. La misma ubicación de los hospitales se concentran en siete ciudades de Guerrero, que impide a la población pobre a tener acceso a las instalaciones hospitalarias.
Actualmente los 19 municipios que conforman la región de la Montaña de Guerrero, tienen registros de personas fallecidas que no tuvieron la oportunidad de ser atendidas por un médico, mucho menos de realizarse la prueba PCR, ante la carencia de personal médico e instalaciones de salud. El Covid- 19, se ha expandido en la Montaña, y ahora es la amenaza más grande que enfrentan las comunidades indígenas por la comorbilidad de la desnutrición, la diabetes y la hipertensión.
En esta región sólo existe en la ciudad de Tlapa un hospital de segundo nivel, con precarias condiciones, en cuanto a infraestructura, personal médico, estudios de laboratorio y falta de medicamentos. Las autoridades de salud, habilitaron un espacio de reciente construcción, para pacientes de Covid-19. Se trata de 15 camas y 6 ventiladores que son atendidas por un médico internista adscrito al Hospital General, con apoyo de cuatro doctoras generales, que en el mes de marzo fueron contratadas para atender a los pacientes. La primera oleada del coronavirus fue del mes de mayo a agosto, mientras que en la segunda quincena de noviembre a la primera de diciembre hubo un repunte en cuanto al número de contagios en las principales cabeceras municipales de la Montaña. En la zona conocida como la cañada, que es la parte baja de la Montaña que colinda con el estado de Puebla, en la primera oleada del contagio se debió a los casos de migrantes que llegaron de Nueva York. En ese tiempo las comunidades optaron por instalar filtros sanitarios para evitar la salida y entrada de la población. Actualmente la trasmisión se debe fundamentalmente al calendario festivo y al relajamiento de las medidas básicas para contener el contagio.
En la Montaña no hay camas en los hogares, la gente duerme en los pisos de tierra. Los enfermos yacen sobre cartones o petates, sin la posibilidad de que haya un médico o una enfermera que los atienda. Los medicamentos solo los pueden adquirir en las farmacias de Tlapa. Se ha normalizado que la población indígena resuelva con sus precarios recursos materiales y económicos los problemas de salud que enfrentan. Los adultos mayores son los que están pagando con su vida esta indolencia de las autoridades de salud, que ni en tiempos del Covid – 19 se han proporcionado medicamentos básicos para su atención.
La situación de las mujeres indígenas es más cruenta, sobre todo para quienes tienen complicaciones en su embarazo. Se ven obligadas en realizar gastos para su traslado al hospital de Tlapa; los medicamentos corren por su cuenta, así como los estudios de laboratorio. Son victimas de vejaciones por no dominar el español y tienen que soportar los tratos despóticos del personal médico quienes, con el pretexto del coronavirus, les impiden permanecer dentro del hospital. La mayoría duerme a la intemperie.
Los bebés prematuros que requieren una atención especializada han muerto por falta de instrumental médico como catéter, bioconectores, tiras reactivas, salbutamol y budesónida ambos para nebulizar, entre otros gastos. Las madres de familia tienen que endeudarse para la compra de estos materiales, que en varios casos ascienden a 50 mil pesos. Las autoridades de salud han manifestado que no pueden apoyarlas porque no cuentan con fondos para gastos catastróficos. La culpa se la endosan al Instituto Nacional de Salud para el Bienestar (INSABI), que no ha autorizado los recursos para estos fondos. Las muertes maternas y la de los infantes prematuros han sido irrelevantes para las autoridades de salud.
La pandemia vino agravar la tensa relación que existe entre el personal de salud y los pacientes indígenas. No se ha tomado en cuenta, por parte de las autoridades de salud, que las familias que provienen de las comunidades indígenas requieren una atención acorde a su cultura y su lengua. Se requieren peritos interpretes que ayuden a establecer una relación respetuosa y comprensible, con las familias. Se tiene que implementar un mecanismo efectivo para informar en un horario determinado, sobre el estado que guardan los pacientes y facilitar una forma de comunicación con ellos.
Los hospitales comunitarios que se ubican en algunas cabeceras municipales se han desentendido de los pacientes que presentan algunos síntomas relacionados con el coronavirus. En primer lugar, porque el personal médico no cuenta con un protocolo de atención básica y prevalece más el temor de que los demás pacientes se puedan contagiar. En la Montaña, las enfermas y enfermos de Covid – 19, son atendidos en sus casas por los médicos tradicionales, quienes aplican infusiones, vaporizaciones, baños en el temazcal, limpias y rezos con las cuentas de maíz. A un lado de la deidad del fuego permanecen postrados durante varias semanas. No hay forma de que la familia se confine en otra habitación, porque solo cuentan con un cuarto, que es el único espacio donde realizan sus quehaceres domésticos. Mientras tanto, las demás familias de la comunidad, llevan tortillas, atole o algunos brebajes para velar por la salud del paciente y por sus hijos e hijas, porque no tiene recursos para hacer frente a los estragos del Covid – 19. El confinamiento comunitario y la solidaridad de las familias, es la única atención que reciben los pacientes en una Montaña sin camas y sin médicos.
Originalmente publicado en el diario La Jornada.