En la región de la Montaña de Guerrero es frecuente que los sueños de las mujeres indígenas terminen en feminicidios como pasó con Abelina y Kenia, sus vidas se desmoronan con las olas de la violencia machista. A pesar de que están sumidas en la pobreza tienen las esperanzas de seguir en este mundo, pero los peligros se encuentran en sus casas porque los perpetradores son sus propios esposos. El camino de la justicia es un callejón sin salida porque las autoridades en lugar de protegerlas las dejan a la deriva, bajo las manos violentas de los feminicidas. Los grupos de poder en los ayuntamientos, vinculados a los grupos de la delincuencia organizada, son los que azuzan a los agresores y reproducen los estereotipos para que se lleve a cabo cualquier esquema de violencia contra las mujeres.
Los familiares de Abelina y Kenia, principalmente mujeres indígenas, de la comunidad de Tlalquetzalapa, municipio de Copanatoyac, consideran que las autoridades locales, estatales y federales las han abandonado. Han pasado siete meses de que ocurrió el doble feminicidio, pero “no hacen nada” para detener al agresor, Fernando.
Ante el clima de violencia en la región, en asamblea, las familias de Tlalquetzalapa propusieron la conformación de la policía comunitaria. En una asamblea se acordó que era importante la seguridad comunitaria porque las autoridades municipales no protegen a las mujeres, al contrario, son presas del terror que imponen grupos del poder local. Por esa razón en reflexión colectiva se dijo que sólo “el pueblo cuida al pueblo”. En una segunda asamblea nombraron a mano alzada a sus policías que no tenían antecedentes penales y con buen comportamiento en la comunidad.
El pasado 5 de marzo se realizó una asamblea para el nombramiento de la policía comunitaria, donde estuvieron policías de la comunidad de El Otate, Tototepec y el Dorado, así como Tlachinollan. Dos lonas relucían con un reglamento y la leyenda de “no fumar y drogarse o hacer otra cosa ilícita”. En la presentación las autoridades comunitarias resaltaron que la idea de la policía comunitaria surgió a raíz de los asesinatos de Abelina y Kenia. Había pasado una hora de la reunión cuando un grupo de personas se inconformaron con la policía comunitaria, sin embargo, los pobladores decían que eran familiares del feminicida, priistas que mantienen el cacicazgo.
Las autoridades comunitarias le dieron la palabra a Vidulfo Rosales Sierra, abogado del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan, para dar un bosquejo de la historia de la policía comunitaria en la Montaña de Guerrero. “La experiencia de Totomixtlahuaca, municipio de Tlacoapa, es ilustrativa porque en cada fiesta patronal había muertos, pero al llegar la policía comunitaria todo cambió. Las comunidades del Otate y El Dorado hablaron de la justicia del pueblo para defenderse de la violencia. Ahí mismo señalaron que las autoridades estatales “no hacen nada cuando hay muertos”. Al final se tomó protesta a los policías comunitarios.
Una de las primas de Abelina y Kenia dijo que “como mujer es triste vivir en la Montaña. Las autoridades no hacen justicia, ni apoyan a los que no tenemos para sobrevivir. Queremos meter policía comunitaria en el pueblo, pero hay un grupo que se opone. Cuando hablamos se nos vienen encima. Yo sólo quiero que haya seguridad en el pueblo para que no vuelva a repetirse lo que pasó con mis primas. Es muy triste porque nadie hace nada, las mujeres se quedan calladas. Lo único que quiero es justicia y poder vivir sin violencia, sin que nadie nos lastime”, dijo.
El emblema de la impunidad en la Montaña es el doble feminicidio de Abelina y Kenia, dos mujeres nahuas. Kenia vivía con su esposo Fernando en la cabecera municipal de Copanatoyac. Desde que se juntaron seguido la golpeaban. Lo más cruento fue en aquella tarde del 26 de julio de 2022 cuando volvieron a golpear a Kenia, pero logró correr a la casa de su hermana Abelina, en la comunidad de Tlalquetzalapa. El agresor llegó a la casa de Abelina y con violencia jaló a Kenia. Ambas mujeres trataron de defenderse, dieron la batalla, pero no pudieron esquivar las balas del feminicida.
El hijo de Abelina, un niño de 14 años, fue testigo presencial de los feminicidios. Durante 7 meses las tías han cobijado a los niños y a las niñas desamparadas. En medio de las carencias y de los insensibles caciques del poblado recuerdan con tristeza las caricias de sus madres. En las tardes se llenan de nubarrones los pensamientos, pasan las horas en la melancolía con el viento que se arrastra por los campos donde iban a leñar o a mudar sus animales; nada es igual, ni siquiera el frío de las mañanas.
Ante la ausencia de las autoridades, la familia tuvo que emprender el camino de la lucha para exigir justicia. La Fiscalía General del Estado de Guerrero tuvo cierto acercamiento cuando recién habían ocurrido los hechos violentos, sin embargo, con los días han abandonado a los familiares a su suerte, quitándoles las medidas de seguridad.
Los familiares han realizado dos marchas en la ciudad de Tlapa para exigir justicia y para mantener vigente la memoria de Abelina y Kenia. La última movilización la realizaron el pasado 8 de marzo, en el marco del Día Internacional de la Mujer. La marcha inició en la radiodifusora La Voz de la Montaña y terminó con un performance en el ayuntamiento municipal. Al terminar, una de las primas manifestó que van a seguir exigiendo justicia y que no van a descansar hasta que el agresor esté tras las rejas…“Me dieron ganas de llorar al escuchar que muchas de las niñas han sido violadas y maltratadas. No me gustó escuchar que una muchachita fue abusada en el DIF de la ciudad de Tlapa. Con mis lágrimas y el dolor en el corazón exijo a las autoridades justicia por el feminicidio de Abelina y Kenia”.
El desenlace de la violencia machista es fatal porque apaga las luces de toda esperanza en las mujeres indígenas. No hay más que oscuridad. Las autoridades no les importa las estadísticas de los feminicidios, mucho menos a las mujeres que sufren en carne propia las llamas de este infierno.