Los niños saben más de lo que parece, y si les dijeran que escribiesen lo que saben, muy buenas cosas que escribirían.
(Martí: Edad de Oro, página 5)
Bajo la sombra de la comisaría municipal sus pasos dan brincos al ritmo de la música de la danza de los tlaminques (es la representación de la lucha entre el hambre y la vida; se mata al hambre para que florezca la vida). Se mueven como el viento o el agua en las hondas barrancas de la Montaña, solo el apacible ruido del silencio puede combinarse con el misterio de sus rostros. Todo es serio, siendo un servicio comunitario en el que los niños ya deben participar, máxime si la escuela está ausente.
“Del pasado remoto sobre las grandes pirámides de Teotihuacán, sobre los teocalis y los volcanes sobre los huesos y las cruces de los conquistadores áureos crece el tiempo en silencio. Hojas de hierba, polvo de las tumbas que agita apenas la palabra.” Un texto de Salvador Novo que al unísono dan lectura 28 niñas y niños de quinto año de la primaria Moisés Sáenz 032, ubicada en la comunidad de Arroyo Prieto, municipio de Cochoapa el Grande.
Uno a una van terminando su lectura, el último es opacado por el bullicio de las voces, del juego de los primeros que ya habían culminado. Es momento de hablar de sus peripecias en el campo, cuidando chivos o acarreando leña con sus padres. Las risas aumentan rebotando de pared en pared haciendo eco, aburridos de las afables montañas y sin maestros y maestras que lleguen a su comunidad.
La maestra Diana los vuelve a despertar de sus cuentos cotidianos y apropósito les propone hablar de algo interesante de su comunidad, desde la pedagogía de la oralidad de las abuelas y los abuelos, podría ser un cuento o alguna vivencia desde que el Covid-19 llegó a la Montaña. Así, los niños y niñas se miran y habla en lengua Tu’un Savi para animarse entre ellos. Nadie se anima. Patricio, un niño inquieto y que tan fácil puede sacar de sus casillas hasta el mismo viento, señala a Javier tirándole la bolita para poder contar un cuento. Javier sonríe, se agacha, cruza las manos en su rostro, busca cómo empezar con el ánimo que le dan sus compañeros, piensa en el fogón de su casa, repasa la silueta de sus padres durante la noche y busca que contar que tenga fuerza en los aires.
Por fin se da valor y en lengua relata los detalles de un pequeño cuento. El cangrejo y el zopilote: El animal dijo no tengas miedo porque está sucia el agua, dijo -voy a tomar un poco. Me vas a cargar dijo el cangrejo. La zopilota tomó un poco y se paró y apenas empezó a volar y soltó un olor muy feo que hasta los pastores (personas que cuidan chivo u otro ganado) se dieron cuenta y el cangrejo le dijo: -vuela no tienes por qué temer, apenas iba volando un poquito y otro de los animales dijo -que feo huele. Entonces, dijo está bien si no me estás diciendo a mí, de repente vieron unos pastores y dijo -está bien si no me estás diciendo a mí.
Es que huele muy feo dice el cangrejo.
Si voy a ir contigo, pero si llegas, dijo el cangrejo…La zopilota fue a darle de comer a sus hijos, pero ya no regresó porque en el camino murió…
El niño Javier terminó de contar el breve cuento con un desenlace trágico. Todos los niños y niñas, con una emoción que no pudieron contener, empezaron a comentar el breve relato mágico. Todos querían explicarle a la maestra. Javier se quitó la mano de aquel rostro con manchas blanquizcas parecidas a la de una desnutrición no tratada adecuadamente, como él había unos siete niños más con señales símiles.
Diana, la maestra, les vuelve a decir que sigan contando de otras novedades de la comunidad, pero se quedan en la profundidad de su sentipensar. Wiliam rompe la tela del silencio y dice: “cuando los maestros no vienen a dar clases estamos muy aburridos en nuestras casas; extrañamos la escuela y jugar”. La melancolía de que la escuela no existe sino están los maestros lo saben las niñas y los niños; es una crítica al modelo de educación que discrimina a las conciencias ávidas por el conocimiento y que están en el fango del olvido. Para las niñas y los niños la escuela está ausente.
Por su parte, Patricio mira al piso y habla, “nosotros queremos que nos den clases, venir a la escuela porque no tenemos televisión y luego ni le entendemos nada. Queremos que la maestra venga. Que lleguen más compañeros a clases y ya queremos que se termine el coronavirus. Sabemos que nos tenemos que cuidar mucho y usar cubrebocas”. Mientras Wiliam – “dicen que ya llegó la vacuna, pero sólo van a recibir los de la Ciudad de México y sólo un poco a Guerrero”.
Una afirmación que denota discriminación; las vacunas apenas si llegarán a las ciudades de Guerrero, insuficientes para cubrir 3 millones 540 mil 685 habitantes en el Estado. En la Montaña será una odisea que se puedan vacunar las personas, quedará como una esperanza entre los dientes porque lo que se debe hacer “es matar al Covid-19 para que regresemos a la escuela”, recalca Patricio.
Todas las niñas y los niños empezaron a comentar que algunos tienen televisión para mirar las noticias y películas, pero las clases no se entienden porque solamente bailan y juegan, además de que sólo hablan en español. Sobresale la voz de Wiliam “aprende en casa”, dice, “cadena educativa, hay desde primero hasta sexto, pero no entiendo por eso veo película”.
Es el reflejo de que el modelo de educación en línea ha sido fallido en las comunidades indígenas no sólo porque carecen de los medios sino porque hay otras formas de entender la escuela, es decir, la atención personalizada de una maestra o un maestro que interactúe con las niñas y los niños. Este modelo de educación invisibiliza otras formas de adquirir el conocimiento, aunado a que es hegemónico y colonialista. Las niñas y los niños se niegan a aprender y a que la enseñanza sea por televisión porque los lleva a un campo ajeno a su territorio, de su espacio que es la matriz de sus saberes. La oralidad siempre ha sido una estrategia de enseñar a las niñas y a los niños a comprender su realidad, desde los mitos, cuentos y leyendas locales.
Por otro lado, muchos de las niñas y niños, sus padres están en Estados Unidos. A una la suspendieron por el coronavirus. Ellos y ellas viven con sus abuelos y abuelas. Salir de la miseria es la apuesta, por eso se han aventurado en el calvario de la migración.
La maestra Diana vuelve con la pregunta del contagio de la covid-19. Las niñas y los niños empezaron a buscar una explicación coherente, así: “En los Estados Unidos mucha gente viajaba y ahí regresaron y por eso el coronavirus llegó a México. En nuestro pueblo no ha llegado, pero sí en Tlapa y Ometepec. En Ometepec al parecer ya son 20 muertos. Nuestro familiar en Tlapa y Ometepec no salen mucho y cuando lo hacen llevan su cubreboca para no contagiar a otras personas. Pero, Maestra, en Ometepec hay tiendas grandes donde no pueden pasar los niños porque se pueden contagiar, sólo los grandes pueden y los niños esperan afuera. Algunas personas que han ido a Ometepec dicen que los doctores no pueden con la gente y los matan porque no saben cómo curar a esas personas. Nuestros padres salen poco a comprar cosas para comer y a retirar dinero. Nuestras escuelas están cerradas por el coronavirus, para prevención de contagio”. Entre los 20 niñas y niños conjugaron las oraciones para articular la narrativa de lo que está ocurriendo con el contagio del Covid-19.
En la opinión de maestras y maestros de la región, la estrategia nacional de “aprende en casa” ha tenido deficiencias que afectan a las poblaciones indígenas. Prácticamente deja en el abandono, el olvido y la segregación a las niñas y niños que sueñan con salir adelante. Si de por sí ya existía un rezago educativo de acuerdo el programa de estudios en un contexto de pobreza extrema en poblaciones indígenas, ahora, la educación en línea o a distancia las brechas del racismo, la discriminación se ha disparado en términos de atención, sumado el aspecto socioeconómico que impide el acceso a los medios didácticos y de enseñanza a los alumnos. La preocupación de las familias gira en torno a su alimentación, el hambre, a la subsistencia día a día y no a la compra de una ficha de internet de 20 pesos, que significa dejar de comer por un día. No es un escenario catastrófico para las familias que tienen como solventar los gastos de la familia. El dilema es comer o estudiar. Y justamente por estos supuestos sociales es que muchos niños dejan la escuela porque prefieren ayudar a sus padres en las actividades del campo o a realizar trabajos comunitarios, así sea la danza de los tlaminques, más si la escuela está ausente.
El abandono de la educación en las comunidades indígenas es una realidad. En este sentido, la Secretaría de Educación debería de buscar una atención más efectiva para las niñas y niños de comunidades indígenas, desde una perspectiva intercultural. También buscar una metodología que no sea compleja la enseñanza sino un diseño de estrategias que parta donde los alumnos sean protagonistas de su aprendizaje, promover un aprendizaje vivencial, dónde aprendan temas abstractos desde la simplicidad de actividades cotidianas y no estresarlos con cuadernillos que los obliguen a estar sentados frente a indicaciones complejas cual si fueran recipientes al que habría que llenar. Además, dejar a la escuela como un espacio de colonizar conciencias sino libertarlas.