Opinión Sobrevivir en el desastre en Guerrero Abel Barrera Hernández En la franja de la Costa Chica que se extiende de Acapulco a Cuajinicuilapa, el huracán John devastó la precaria infraestructura de las comunidades afromexicanas e indígenas. La desolación fue mayor por el torrencial de balas que el crimen organizado ha esparcido en el puerto de Acapulco, Cuajinicuilapa, Ayutla de los Libres y Tecoanapa. En medio de los lodazales yacen los cuerpos abatidos, las bolsas negras con personas desmembradas, charcos de sangre en las calles derruidas y una población inerme, víctima del terror y la indolencia de las autoridades. El desastre trastoca nuestra seguridad y el estado de derecho. La inmundicia nos corroe y ahoga en el mar de la iniquidad. Los colonos de Acapulco a diario bloquean las calles por la falta de agua y porque no ven llegar los apoyos para la reparación de sus viviendas. Los prestadores de servicios están desesperados porque los turistas no llegan y las autoridades tampoco atienden sus necesidades básicas. Viven en colonias inundadas, sin servicios básicos y deambulan en las avenidas en busca de clientes. A un año del huracán Otis las familias del puerto con muchos sacrificios levantaron sus viviendas y lograron estrenar camas, refrigeradores y estufas que repartió el ex presidente Andrés Manuel López Obrador, pero con la llegada de John todo lo perdieron. La tristeza y la desesperación embarga a los acapulqueños porque el lodo y las balas los hunden y atemorizan. En Coyuca de Benítez, su laguna y su río dejaron en el fango a los pobladores. Desde las tormentas Ingrid y Manuel las autoridades no han impulsado su limpieza en esta llanura de cocotales. Las lluvias del huracán desgajaron los cerros sagrados de la Montaña: la Lucerna y el señor Santiago, en Malinaltepec; en Cochoapa el Grande, el cerro de la Garza. En la región Me phaa de Tlacoapa y Acatepec, el Gachupín, el Gavilán, el Maguey y el Borracho; en la región escabrosa del pueblo Ñuu savi, el cerro de la Estrella (Yuku Kimi), municipio de Metlatónoc. Los derrumbes sepultaron a ocho personas, entre ellas a la veterinaria Ilse Noemí, de Plan de Guadalupe, y la niña Dareny, de la Lucerna, cuyo cuerpo fue rescatado por sus familiares después de tres semanas. Las milpas de las laderas se perdieron y el hambre le ganó la batalla a San Miguel. Las familias jornaleras adelantaron su periplo a los campos de Culiacán donde sortean su vida entre surcos y balaceras. A 30 días del huracán John los apoyos no llegan. El desgaste físico de las familias damnificadas es evidente y la inmundicia del lodo repugnante. El enojo sube de tono porque no están censando a todos los domicilios dañados. En Acapulco la angustia es generalizada ante la parálisis de la economía y la arremetida de los grupos criminales que se reposicionaron en las playas y bares, incrementando el costo de la extorsión y cobrando la cuota de sangre. La quema del mercado central y del restaurante La Cabaña es la señal funesta del poder real de la delincuencia. Los huracanes de la violencia están imparables en las Costas de Guerrero. El 14 octubre asesinaron a seis personas en Ayutla de los Libres, y en una de las banquetas de la tienda Chedraui dejaron bolsas negras con dos cuerpos desmembrados. Por la tarde asesinaron al coordinador de la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero, Felipe de Jesús Ceballos. En la salida a Tecoanapa balacearon a un taxista y a otras dos personas en barrio Nuevo y la colonia Reforma. La violencia en Ayutla trastocará los comicios que se repondrán para elegir a los próximos consejeros y consejeras municipales. La fractura política puede resquebrajar este proceso comunitario con la intromisión de intereses facciosos y delictivos. En 12 de octubre en Cuajinicuilapa, un líder transportista y su hermano fueron asesinados en el centro de la población. Se registraron persecuciones armadas y balaceras. El reciente cambio de la presidencia municipal fue una coyuntura propicia para el reacomodo de los grupos de la delincuencia. La irrupción violenta fue para desplazar al jefe de la plaza. La población se resiste a soportar estoicamente los estragos de la violencia, y además, las autoridades están ausentes. Tres días después de la fiesta de San Francisco, dos jóvenes fueron linchados en Olinalá, en la región de la Montaña. Varios grupos de la policía comunitaria de San Juan acudieron para rescatar a una persona secuestrada. Después de revisar varias viviendas y hoteles se suscitó una balacera a dos cuadras del ayuntamiento municipal. Las autoridades locales se mantuvieron al margen. Los policías trasladaron a los supuestos secuestradores a la cancha de la ceiba. Después de interrogarlos y golpearlos les prendieron fuego. El Ejército se mantuvo al margen del crimen artero. Con el asesinato y decapitación del presidente municipal de Chilpancingo, Alejandro Arcos, nuestro estado naufraga en el mar de la violencia que se expande en las ocho regiones del estado. Las irrupciones armadas son constantes. Recientemente en Tecpan de Galeana, en la Costa Grande, se registró la llegada de vehículos blindados con personas fuertemente armadas. En su arribo asesinaron a dos policías municipales, se toparon con la Guardia Nacional y el Ejército, en la refriega fueron abatidos 14 miembros del grupo autodenominado Guerrero Nueva Generación. Por la tarde, en la cabecera de Huamuxtitlán, en la región de la Montaña, varios hombres armados desaparecieron al ex presidente municipal Aurelio Méndez Rosales. Lo bajaron de su vehículo y asesinaron a su chofer. Los pronósticos de los huracanas presagian malos augurios para la población mayoritariamente pobre. El poder de fuego de los grupos criminales y su intromisión en los gobiernos municipales son los huracanes funestos que amenazan la seguridad y la paz en Guerrero. Share This Previous ArticleAyotzinapa: 121 meses de impunidad y mentiras Next ArticleLas voces que la presidenta no escucha 2 meses ago