Historias de vida Te buscaré hasta el último latido de mi corazón Como muchas mujeres indígenas, Cristina Bautista Salvador, madre de Benjamín Ascencio Bautista, normalista desaparecido en 2014, ha tenido que alzar la voz para agrietar las estructuras del poder y descubrir la verdad. La tristeza es más honda porque no sabemos nada de mi hijo, ni de sus compañeros. Desde que empezamos la lucha para encontrar a nuestros hijos hemos exigido al gobierno federal que los presenten con vida porque así se los llevaron. Con las investigaciones que realizó el Grupo Interdisciplinario de Expertos y Expertas Independientes (GIEI) confirmamos lo que sabíamos sobre la participación de los policías municipales, policías estatales y federales, el ejército, policía ministerial y la Marina. Todos estuvieron en esa noche horrible de Iguala. Parecen más una banda de delincuentes. Los sobrevivientes vieron cómo nuestros hijos los subieron a las patrullas de Huitzuco, Iguala y Cocula. Nuestros hijos no desaparecieron de la nada, se los llevaron. Queremos que regresen y cumplan sus sueños de ser alguien en la vida. Cuando las investigaciones llegaron con el ejército es como si hubiéramos topado con un muro porque ya no se pudo avanzar. No han querido entregar los documentos del Centro Regional de Fusión de Inteligencia (CRFI). El presidente Andrés Manuel López Obrador en lugar de que esté con nosotros, respalda al ejército. La Fiscalía General de la República ha sido más un obstáculo en el caso de nuestros hijos. El ejército oculta los archivos que encontraron los expertos y se niegan a entregarlos porque no quieren la verdad. Es un ejército de mentira. Mintieron desde el inicio y ahora que se sabe qué pasó no quieren responsabilizarse. Huyen como cobardes. En los últimos meses el presidente reproduce fielmente el mismo argumento de los militares para no entregar los 800 folios que hacen falta. Tenemos esperanza de que puede haber algo de nuestros hijos. En estos días de lucha estamos exigiendo una reunión con el presidente de la república, pero ni nos mira, ni nos oye. Vamos a seguir en el plantón frente al Palacio Nacional hasta que nos dé una respuesta. Queremos que nos escuche, no puede caer en la sordera cuando dice que es el gobierno del pueblo. Como madres no nos vamos a quedar calladas, Ayotzinapa no puede quedar en la impunidad. Recuerdos en tu ausencia Benjamín nació el 9 de abril de 1995. Tenía 19 años cuando el maldito gobierno lo desapareció. Llegó al mundo un domingo de ramos a las 5:40 de la mañana. Llovió durante dos días, y después el sol reluciente apareció entre las montañas. Los días y las noches brillaban. Las aves entonaban las melodías mágicas en las barrancas. A pesar de que se me enfermaba a cada rato, su alegría permanecía. Por eso ahora me duele mucho porque como madres nuestros hijos nos han costado criarlos y cuando quieren salir adelante los desaparece el gobierno. A mi hijo lo tengo presente desde que empezamos a trabajar en el campo, sembrando milpa y calabaza. Siempre me ha gustado trabajar desde que tenía 7 años. Así como me enseñaron, también pasé el saber a mi hijo e hijas para que sepan cómo se cosecha el maíz. En tiempos de la ofrenda del xilocruz le enseñé a levantar el xilote, poner las flores en la casa. Después de trabajar nos sentábamos a platicar, veíamos películas de Harry Potter o a él le gustaba mucho leer, y cuando se cansaba ponía música de Michael Jackson, bailaba, siempre andaba feliz con sus hermanas. Mientras tanto mis hijas con la tarea escolar. Nunca me imaginé que ahorita lo estaría buscando. No puedo escuchar su voz, no sé qué está haciendo. Vivo de sus recuerdos. Antes de que lo desaparecieran éramos muy felices. Trabajábamos vendiendo pan, haciendo pozole, comida, él siempre ayudándome en la cocina. Terminó la telesecundaria en Alpoyecancingo de las Montañas, municipio de Ahuacuotzingo, Guerrero. El bachillerato lo terminó en el municipio. Fue difícil. Estuvo en una casa de estudiantes, pero yo le mandaba su almuerzo. Me levantaba a las 5 de la mañana, le hacía sus tortillas para todo el día. Me cobraban en ese tiempo 10 pesos en la pasajera. Conoció a muchos compañeros de Xocoyolzintla, y les compartía las tortillas y la comida. Cuando cerraron la casa del estudiante sus amigos le buscaron hospedaje con una maestra, sólo si barría el patio y le daba de comer a las gallinas y los marranos. Así estudió sus tres años. Sus documentos no le fueron entregados, así que se metió a dar clases en Conafe, en el municipio de Hueycantenango. Fue hasta el año siguiente que entró a la Normal de Ayotzinapa. El 15 de septiembre fue la última vez que comimos juntos. Estaba muy feliz porque había conocido más normales. Sus relatos tenían la chispa de la risa y la esperanza. Esa vez nos dijo que hay normales para mujeres, en ese entonces su hermana Amayrani estaba por terminar su bachillerato y quería que se fuera a Puebla. El 16 de septiembre se fue a las 5 de la mañana. Yo sentía algo en el corazón, le dije que no se fuera y que mejor se quedara a trabajar el pan, pero no quiso. Me dijo: “mamá, quiero ser alguien en la vida, prepararme para apoyarte”. Mis lágrimas querían salir, pero las empujé con una sonrisa. Ya no tuve comunicación hasta el 29 de septiembre que nos venimos enterando de que los habían desaparecido. Fue cuando el silencio calló al mundo. Tengo la esperanza de que los vamos a encontrar si seguimos exigiendo y presionando al gobierno con nuestras actividades. Esperemos que nos reciba el presidente, Andrés Manuel López Obrador, y que nos entregue los documentos que faltan para saber el paradero de nuestros hijos. Quiero decir a Benjamín que donde quiera que esté, si llegara a escucharme, que lo seguiré buscando hasta el último latido de mi corazón y lo extraño mucho. No me voy a rendir. ¡Porque vivo se lo llevaron, vivo lo queremos! Share This Previous ArticleFeminicidios: violencia tolerada por las autoridades Next ArticleA 19 meses, sin justicia para Abelina y Kenia 1 marzo, 2024