Opinión ¡Yanderi, nunca vamos a dejar de buscarte! En memoria de todas las mujeres desaparecidas y asesinadas de Guerrero Con el sol inclemente en la tarde del 3 de marzo de 2017 invité a mi hermana Yanderi Tahimí a un baby shower. Estuvimos un rato con las risas y pláticas. Cerca de las 3 de la tarde la fui a dejar al cuarto donde rentaba para que arreglara sus cosas, porque iba a una peregrinación a la Ciudad de México. Las alarmas se encendieron a las 6 de la tarde cuando no respondía su teléfono. Era extraño, porque siempre teníamos comunicación, sobre todo, cuando salía de Tlapa. Cerca de las 7 de la noche pensé que ya se había ido, aunque nunca se iba sin avisarme, siempre me decía a qué horas salía y cuando regresaba. El 4 de marzo le llamé insistentemente, pero nunca me contestó. Me consolaba con la idea de que se había quedado sin batería o que estaba muy ocupada. Llegó la noche y no había señas de Yanderi. Empecé a buscarla con más preocupación. Le pregunté a mi mamá Francisca y a una tía si sabían algo de ella. Mi tía me dijo que había hablado con mi hermana el día en que desapareció. Recuerda que estaba comprando en el Che unas cosas para su viaje, le comentó que iría a su cuarto y luego a la terminal. Mi mamá buscó a la amiga con la que iría a la peregrinación, pero dijo que Yanderi nunca llegó al punto de encuentro. El 5 de marzo fuimos al cuarto donde rentaba. Forzamos la puerta y al abrir nos dimos cuenta de que todo estaba revuelto, encontramos los cajones de su ropero abiertos, pero la maleta y la ropa que se iba a llevar ahí estaban. Las cosas que se llevó del baby shower estaban sobre la mesa, como si en el mismo rato en que entró la hubieran desaparecido. Estábamos seguras que no entraron a robar porque las pantallas de televisión ahí estaban. Con la desesperación, acudimos al ministerio público a interponer la denuncia por desaparición, pero nos dijeron que debía pasar más tiempo para reportarla como desaparecida. Esperamos un día más, y al ir nuevamente nos pidieron que lleváramos un testigo ocular. Nos preguntaron sobre cómo ocurrió su desaparición, pero no sabíamos qué había pasado con Yanderi. Por eso estábamos ahí. A pesar del miedo que sentía por hacer la denuncia, me armé de valor y di mi declaración. Pasó casi un año y no hubo ningún avance en la investigación. Si hubiéramos investigado con rapidez la hubiéramos encontrado. A mi mamá no le gustaba ir al ministerio público a preguntar cómo iba la investigación porque le ponían mala cara y le gritaban que diera más información sobre la desaparición, pero no la teníamos. Querían que nosotras hicieramos las investigaciones. Por los malos tratos decidimos acudir al Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan para que la abogada Neil Arias pudiera darle seguimiento al caso. Yo quedé como la familiar responsable porque mi mamá estaba enferma. Con la desesperación he hecho esfuerzos para acudir a las reuniones en Chilpancingo. Desearía que cada mes hubiera búsquedas, pero esto no ha sido posible. Con mi mamá nos unimos al Colectivo Luciérnaga de Tlapa en el 2019. Acompañamos en las búsquedas que se hieieron de Arnulfo Cerón. Con el apoyo de la Comisión Nacional de Búsqueda y la Comisión Estatal de Búsqueda realizamos búsquedas en los cerros y barrancas, donde brotan las esperanzas y también el miedo. Hemos encontrado restos óseos de personas. He pensado que quizá sea mi hermana para ya descansar. Se escucha feo, pero esa es la realidad, con lo que encontremos nos conformamos. Como familia, después de tanto tiempo, una se conforma con los restos de nuestros seres queridos, aunque no pierdo la esperanza de volverla abrazar. Cada vez que salimos a buscar en los puntos donde se cree que hay cuerpos enterrados vamos con temor, porque nadie garantiza nuestra seguridad. En la búsqueda de Los Tres Postes pensaba “con todo el dolor de mi corazón, yo siento que mi hermana está aquí.” Cada vez que la máquina rascaba la tierra y veía una bolsa negra se sacudía mi cuerpo. Mis pensamientos y mis sensaciones golpeaban mi corazón. Decía “ojalá no encontremos nada, ojalá mi hermana no esté aquí,” tenía esa esperanza. Al mismo tiempo decía que “sí, mi mamá va a poder descansar, ya va a estar tranquila, tendremos dónde llevarle una flor a mi hermana, una veladora.” Pero no se encontró nada. Fue mi primera búsqueda, tenía miedo y pensaba que en cualquier rato iban a llegar las personas malas y pensaban “nos van decir ustedes no tienen nada que hacer aquí.” Mi mamá me tranquilizaba, “primero Dios va a salir tu hermana y si no, vamos a seguir buscando.” En la segunda búsqueda fui con la idea de encontrar algo. Yo misma me daba valor, me decía ponte fuerte. Con la primera costilla que sacaron me arrimé y no me moví de ahí. En la siguiente búsqueda pensé “espero que encontremos algo para que las madres, las compañeras estén tranquilas.” Nadie sabe lo que estamos sintiendo. Algunas vecinas han dicho “tu hermana ya no vive, ¿para qué la estás buscando?” Da coraje, pero pobrecita gente porque no ha sentido el dolor por eso nos ofende. Cuando mi hermana desapareció, mi mamá cayó en depresión. Aún así la gente comentaba “se ve que no les duele”, ¿acaso quieren vernos llorando por donde caminamos? En los primeros días toda la familia necesitaba apoyo, pero a mi mamá le pegó mucho más. Empezó a tomar, decía “quiero a mi Yanderi”. La soñaba mucho. El día de su cumpleaños dijo que la visitó en sueños y que la vino a felicitar. Yo también sufrí mucho porque éramos inseparables. Ahora también estoy muy triste porque mi mamá se fue sin saber de mi hermana. Mi mamá estaba enferma, tenía asma e hipertensión. Nunca nos dijo que tenía diabetes, se guardaba todo porque lo único que le interesaba era encontrar a su hija. Un día se puso mal. Le dije que la iba a llevar al médico, pero no quiso. Cuando llegué con las pastillas que me pidió, toqué y nadie abría. Mi hermano llegó y abrió la puerta. Encontré a mi mamá en mal estado, no hablaba, sólo movía la cabeza. Llamé a una enfermera, dijo que tenía la azúcar muy alta. La inyectó y mejoró, pero en la noche nuevamente se puso mal, quedó inconsciente. Repentinamente abrió los ojos y se me quedó viendo. En ese momento empezó a convulsionar. Fue un choque séptico. La llevamos al hospital y al llegar entró en coma. Estuvo una semana internada, los médicos nos dijeron que la lleváramos a Acapulco o Chilpancingo, pero no había garantías de que sobreviviera en el camino. Batallamos para que no desconectaran a mi mamá, lo más triste es que no reaccionaba con el medicamento. Yo sólo veía que sufría. Una doctora nos dijo que le diéramos chance tres días más para valorar sus avances. Ya tenía muchos puntitos morados, estaba hinchada y sólo el respirador la mantenía viva. En la tarde del 16 de abril del 2024, falleció mi madre. Me duele más porque no alcancé a despedirme de ella. Antes de que mi mamá falleciera me dijo que mi hermana se había ennoviado con el mentado Chicho. Le dijeron que él estuvo involucrado en su desaparición. No se supo el motivo de por qué quiso deshacerse de ella. Seguramente por miedo no quiso decirme en su momento. La delincuencia es pesada y no buscan a quien la deba, sino quien la pague. Por eso nos quedamos calladas. Dos meses antes de que desapareciera Yanderi me contó que había ido a buscar a su papá, pero que la rechazó. Se quedó en shock porque no sabía de su existencia. Le dijo “perdóname, Yanderi, pero yo tengo familia.” Llorando, mi hermana me dijo que no le costaba nada darle un abrazo. Era lo que esperaba de su papá, pero sólo le dijo que no sabía de su existencia. Tenía muchas ganas de conocerlo. La consolé diciéndole que “nunca había sido necesario, mamá fue suficiente, fue padre y madre a la vez.” Con la muerte de mi mamá y el rechazo de su papá tenemos un problema con la fiscalía porque para las muestras de sangre debe de ser un familiar directo. Pregunté en la fiscalía si yo podía dejar las muestras de sangre, pero me dijeron que no, porque no somos hermanas del mismo padre. Mi hija tenía un año cuando Yanderi desapareció. Mi hermana quería a mi hija como si fuera suya. Antes de ese día me dijo “el día que yo no llegue a estar o me vaya, nunca le dejes de hablar a mi niña de mí, no sé cómo demostrarle mi amor, la quiero mucho, la amo.” Ella le festejó su primer cumpleaños. Me confesó que le dijera: “princesita de mi vida, princesita de mi amor, tú eres la dueña de mi corazón.” Nunca me imaginé que la iban a desaparecer. El 18 de enero de 2025 cumplió 29 años. Este 8 de marzo no hay nada que celebrar, porque todo es tragedia. Pero se que es necesario alzar la voz por las mujeres que sufren violencia, que padecen maltratos. Mi mamá también fue maltratada, pero un día se defendió y se dio cuenta de que sí podía seguir adelante. Hoy hay muchas mujeres desaparecidas como mi hermana. Somos una comunidad que nos une el dolor y la esperanza. Este 8 de marzo fui a la marcha por mi hija, ella quería ir para pegar carteles de mi hermana. Gritamos su nombre, ¡Yanderi,! ¡Yanderi te amamos! ¡Nunca vamos a dejar de buscarte! Share This Previous ArticleSer mujer indígena jornalera es motivo de discriminación laboral y racial Next ArticleMás de 3 años sin justicia para Kenia y Abelina (XXII microhistoria) 1 día ago